El capitalismo, a lo largo de su desarrollo histórico, se ha transformado junto con la humanidad, asegurando su supervivencia; tanto la producción como el mercado en todo momento han buscado satisfacer las necesidades humanas o, en muchas ocasiones, crear nuevas.
En consecuencia, este sistema económico ha aprovechado las configuraciones políticas, culturales, sociales y tecnológicas conforme surgen en cada parte del mundo; además, sus fundamentos filosóficos han permeado en las instituciones superestructurales que guían a las sociedades.
Tras el final de la Guerra Fría, habiéndose legitimado la supremacía del capitalismo occidental frente al socialismo, los mercados del mundo comenzaron a abrirse paulatinamente e interconectarse, en condiciones desiguales.
Esto generó tres tipos de sociedades: la preindustrial, cuyo PIB era bajo por la poca sofisticación en la producción y el reducido desarrollo; la industrializada, que refiere un PIB alto y condiciones productivas competitivas con crecimiento en la tecnología local; finalmente, la postindustrial, que comienza a desindustrializar su economía para enfocarla en servicios, producción con altísimo valor agregado y su exportación. Este último nivel busca principalmente la elevación de la calidad de vida y la satisfacción de demandas no básicas, muchas veces, industrias culturales.
De este paradigma económico brota la llamada “sociedad del consumo personalizado”, que se separa de la producción en masa y, en vez, opta por la producción especializada, que requiere de saberes legitimadores como la mercadotecnia y herramientas de información, como el internet y el mundo digital.
Sin duda, esta nueva configuración productiva postindustrial ha generado enormes cambios en las dinámicas socio-culturales y económicas; por lo tanto, el análisis de la publicación de contenido y la interacción en redes sociales resulta uno de los mecanismos más efectivos para conocer las necesidades de los consumidores, que son empleados para el diseño, distribución y mercadeo de nuevos productos, creando “prosumidores”.
Estos actores establecen los parámetros de la producción que consumen, a la vez que dictan sus preferencias mediante el llenado de formularios que estarán visibles en sus perfiles: al compartir ideas, emociones, experiencias, gustos; con la expresión de agrado o desapruebo a otros contenidos, a través de sus búsquedas, conversaciones, fotografías y más.
Actualmente, casi toda la información que proveen los usuarios de plataformas digitales puede ser analizada mediante algoritmos para crear perfiles de consumo y publicidad.
En la teoría, esta dinámica de producción no sólo es inofensiva sino beneficiosa para las industrias y el mercado. Sin embargo, es bien sabido que las implicaciones biopolíticas de esta información pueden ser tan diversas como los intereses detrás, por lo que los índices económicos, demográficos, ubicaciones, horas de ocio, gustos, necesidades, redes interpersonales, etc. son ambivalentes y pueden ser empleados para crear producto novedoso, o ganar una elección presidencial, como sucedió en 2017 con la campaña Trump, apoyada por Cambrigde Analytica.
Este nuevo paradigma capitalista retroalimenta la interconexión mundial –conocida como globalización– impulsando la vinculación de las personas mediante las redes digitales y, a su vez, beneficiándose de ella. Por eso, hoy más que nunca, el mundo físico se configura teniendo en mente los entornos virtuales y tratando de acrecentar su presencia en la vida diaria, haciendo cada vez más importante el papel del análisis de datos y los servicios tecnológicos para las economías industrializadas y, sobre todo, para aquellas que aspiran a alcanzar los parámetros de este modelo de desarrollo.
En esta nueva realidad, aquellos países que controlan la tecnología y las redes son quienes concentran la información, el poder y el dinero que de ellas emana; las guerras comerciales a continuación –como pasó con el caso de Huawei, su sistema operativo autónomo y su conexión con China– no se pelearán por el control de los mercados o la filosofía de producción, sino por la influencia en los consumidores, sin importar en qué parte del mundo se encuentren.
Por ejemplo, ¿ya vieron que llegó el 5G a Telcel? Por fin podremos conectarnos en todos lados, sin tener que esperar un segundo, en súper ultra HD.