Han transcurrido casi dos meses desde que comenzó la invasión rusa a Ucrania. Desde ese momento se han efectuado movimientos interesantes dentro del conflicto, pero también por parte de varios actores que siguen de cerca la guerra. ¿Qué eventos recientes pueden rediseñar el panorama de seguridad europeo?
Sin duda, la guerra entre Rusia y Ucrania modifica el escenario de seguridad de Europa, quizá en un grado menor al encontrado en su momento por el estallido de la Segunda Guerra Mundial (SGM), pero eso no deja de preocupar a los principales poderes occidentales. La invasión rusa tomó por sorpresa a varios líderes y confirmó las sospechas de otros del interés expansionista del Kremlin en su exzona de influencia.
A pesar de la serie de esfuerzos de un puñado de líderes, entre ellos Joe Biden y Emmanuel Macron, de disuadir el interés evidente de Vladimir Putin por invadir Ucrania, la guerra comenzó de manera despiadada, mientras al otro lado del globo un grupo de diplomáticos se sentaba en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para incentivar el diálogo que tenía por objetivo detener tal conflicto bélico.
La razón principal por la que Putin decidió enfrascarse en una guerra con la exrepública soviética ucraniana fue para detener al gobierno en su intención de unirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), alianza militar occidental que nació tras la SGM como instrumento para mejorar la seguridad de Occidente frente a la Unión Soviética. El líder ruso fue claro en establecer que, para terminar la guerra, Moscú necesitaba varias garantías, entre ellas que Ucrania no se uniera a la organización, puesto que eso representaría un peligro inminente a la seguridad de Rusia, ya que otro país con el que comparte frontera formaría parte de la alianza militar.
Ante la imposibilidad de los poderes occidentales de involucrarse directamente en la guerra, Ucrania ha comprendido que no cuenta con ningún aliado para luchar hombro a hombro en el campo de batalla contra los rusos. De ahí que el presidente Volodymir Zelenski haya declarado que su país debía considerar que unirse a la OTAN era un proyecto difícil de conseguir, preparando el camino para recular en esa intención.
En eso Putin habrá ganado, más allá de que la guerra aún continúe y se estime que, para fines prácticos, Moscú la esté perdiendo, no sólo por la feroz resistencia de los ucranianos, sino por el apoyo que de manera indirecta ha recibido Ucrania de los poderes occidentales para doblegar a Rusia. Este conflicto bélico ha unido a Occidente como no había sucedido desde la SGM. Pero no ha sido el único movimiento que ha diseñado un nuevo panorama para Europa.
Derivado de la guerra, tanto Helsinki como Estocolmo han revigorado su intención de unirse a la OTAN, situación que ha escandalizado al Kremlin, puesto que al menos la adición de los finlandeses significaría extender la frontera de Rusia con la alianza militar, lo que justamente había condenado sobre la posible integración de Ucrania a la organización. En ambos países escandinavos existe un amplio apoyo popular que empuja a sus respectivos gobiernos por ese camino. Esto nuevamente encendió los focos rojos en Moscú, a pesar de que tiempo atrás la preocupación no era tan severa como ahora.
Resulta interesante el movimiento de Finlandia y Suecia. Ante la materialización de la política expansionista del Kremlin, Helsinki y Estocolmo han decidido mejorar sus condiciones de seguridad al incrementar su gasto militar, pero también al considerar de manera seria su membresía en la OTAN. Contrario a lo que afirma Putin, el ingreso de los dos países mejoraría la estabilidad en la región, puesto que el peso de la alianza militar extendida en una mayor porción del territorio europeo empujaría a Moscú a reevaluar su capacidad disuasoria y sus decisiones antes de efectuarlas, a pesar de contar con poderío nuclear. Como se vio con la guerra, la unión hace la fuerza, y en eso Rusia va perdiendo.