1
El hombre, atento, mira a la mujer que supone embarazada y se apresta, con prontitud, a auxiliarla en un centro comercial, pero la dama, con enfado, grosera, ofendida, retira con brusquedad su mano de la del caballero que, educado, se preocupa, raudo, por ella sin saber de la altanería femenina que, cortante, casi le grita que lo suyo “es panza natural”… toda esta escena para anunciar, al final, una medicina contra la colitis.
Pero el mensaje subliminal ya está planteado: una mujer regordeta no se soporta ni ella misma, por eso su visible ira cuando es detectada con algo de inflamación, ¡al grado de confundirla con una mujer en estado de gestación! Nada como la sinuosidad femenina. ¡Hasta los caballeros se convierten, automáticamente, en insoportables villanos!
2
Patricia Chapoy siempre grita el nombre de una mujer en el momento de la interrupción patrocinadora. E incluso entre los conductores de esos aplaudidos y victoriosos programas de chismerío y diretes —que ellos mismos consideran como “periodismo de investigación”— comentan con seriedad y profundidad los productos anunciados, como los “cronistas” deportivos que, entre faules y penales y goles, hablan, con jolgorio desmedido, de las mercancías que alegremente halagan y consumen mientras “analizan” lo que miran. Porque de eso también se alimentan, quiero decir financieramente, no nutritivamente. Porque los comerciales son básicos para la sobrevivencia electrónica, y los locutores, cómo no, participan de ello con grácil algarabía. Porque saben que están obligados a hablar de las mercancías de sus patrocinadores, pues de no hacerlo incluso podrían estar arriesgando sus bases laborales, ya que la televisión privada, al igual que ahora los benditos portales o canales digitales, están íntimamente fusionados con la publicidad comercial y política (y aunque lo pareciera, no es una redundancia). Por eso luego apreciamos a influencers (así, en inglés, que da más caché) detestando o adhiriéndose —depende del cheque acordado— a determinadas campañas oficiales, porque el mundo periodístico —y todo lo que esto conlleva—, ¡ay!, gira en torno del dinero.
De ahí, me parece, la inesquivable importancia de los medios públicos en la actualidad al exhibir una ineludible pluralidad jamás antes mostrada con tanto impudor debido, hay que decirlo, al impulso intelectual de Jenaro Villamil al frente del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano (SPR), que cubre emolumentos de personas abiertamente contramorenistas sin ninguna censura (¡Ricardo Raphael a cargo de series de cultura popular presentando, con orgullo, agrupaciones con composiciones antiobradoristas sin traba alguna!), como evidentemente no sucede en las televisoras privadas, donde siguen, por ejemplo, aborreciendo al propio Villamil por sus trabajos periodísticos críticos sobre Televisa, empresa que nunca imaginó verlo en la directiva de los medios públicos… otorgando (Villamil, no Televisa) espacios para alabar al mismo emporio que lo aniquilara (a Villamil), tal como ocurre, por ejemplo, en el programa diario TAP (Taller de Actores Profesionales) en el cual Óscar Uriel entrevista a diversa gente de Televisa para exaltar el “trabajo incansable” de actores de telenovelas, que no dejan de proferir las virtudes de estas telecomedias engrandeciendo algunas labores tanto de Emilio Azcárraga Milmo (Ludwika Paleta resaltándolo a causa de su apoyo a los niños durante la grabación de la telenovela Mundo de Juguete) o de Verónica Castro (¡ella misma mitificándose en Canal Once!) o de Silvia Pinal, platicando en esa misma televisora (Once, no Televisa) las inmensas virtudes de los medios privados en sendas sesiones de ver para creer, jamás emuladas por los emporios privados.
Y hablo, en este específico caso, de pluralidad, no de mercadotecnia, pues es sabido que los medios públicos sobreviven anualmente debido a un presupuesto federal normativo que antes se ejercía, en efecto, de manera proselitista, nunca implementada de modo realmente plural, como ahora se jerarquiza sin tapujos ni martirologios políticos. No dejo de reconocerlo, ni de admirar la osadía intelectual de Jenaro Villamil, quien, lo doy como un hecho, no va a merecer un gramo de atención por parte de los medios privados, tradicionalmente ocupados, y preocupados, por sus finanzas, no por sus contenidos electrónicos… ¡menos ahora en que, por vez primera, un presidente de la República se atreve a dar sus puntos de vista sobre su trabajo (el trabajo de los medios privados, que el suyo propio, bien o mal, lo expone a diario en las mañaneras)!
3
En otro comercial televisivo, esta vez de afeites masculinos, el hombre dice, con franqueza inalterada, que lo único que desea en esta vida es “levantarme, rasurarme y olvidar”, triada filosófica irrebatible en varones seguramente superficiales que miran pasar los años olvidándose de asuntos acaso prioritarios…. porque lo único fundamental para ellos es rasurarse “y olvidar”, aunque el espectador se pregunte: “¿Olvidar qué?”, interrogante para la cual, supongo, o no hay una respuesta concreta o hay numerosas contestaciones afectivas.
¿Olvidar qué?
Tal vez ni el mismo autor de la propaganda del rastrillo supiera la respuesta.
Olvidar, sólo olvidar.
4
En el momento en que un lote de huevos Kínder dañaba a los niños con vómitos y fiebres repentinas, el anuncio de esta empresa animaba a comprarlos para, de manera paradójica, ubicar a los infantes en una dimensión extrasensorial debido a los juguetes que oculta dicha mercancía.
No sé cuál de ambas (la información del daño provocado por los huevos o la sensación tridimensional del juguete) produjo mayor impacto, si bien recuerdo que en alguna ocasión, en sexenios anteriores, se habló de la flagrante corrupción perpetrada contra los mexicanos por un centro comercial, anuncio que me dejara, por lo menos a mí, ciscado al grado de no asistir a hacer mis compras precisamente a ese supermercado en la ingenua creencia de que tal comportamiento sería proseguido por la inmensa mayoría ciudadana afectada por la zahiriente y malversadora actitud de ese emporio comercial, ¡pero, ante mi mayúscula sorpresa, no ocurrió absolutamente nada! La gente, por el contrario, pareció aumentar en asistencia reforzando su apoyo a la acción supuestamente negativa de dicho consorcio empresarial: sus ventas aumentaron considerablemente durante los momentos en que se difundían los pormenores de aquella inmundicia.
Sencillamente, el viento le hizo a ese centro comercial lo que dicen que le hizo a Juárez.
5
El comercial de una crema facial ha resuelto mi problema: yo creía que el inexorable paso del tiempo era irreversible en la humanidad, pero me percato de que mi rostro, ensombrecido por un involuntario gesto de tristeza, no está cambiando por el inevitable transcurso de los años sino por las “arrugas gravitacionales” que pueden desaparecer sin dificultad alguna si uno se unta, con disciplinado consumo, esa poción mágica que es tratada, publicitariamente, como un milagro inesperado.
¡Como con esos champús hechiceros que prometen que al cuarto mes ya le crece, al debilitado caballero de escaso pelo, un “tapete” de cabellos que lo hará verse con ojos deslumbrados!
Porque para la mercadotecnia de la belleza no importan la falta de vitaminas en el organismo o/y las cuestiones hereditarias que bifurcan los hermosos caminos de la fina corporeidad.
6
Y mientras escucho, en Canal Once, acerca de las infinitas noblezas de Televisa proferidas por Edgar Vivar, el Señor Barriga, me pregunto si alguna vez Tercer Grado, por ejemplo, dará voz a Jenaro Villamil sin acuciarlo a hablar a favor de las teorías de sus parcializados conductores (comentaristas de Televisa, no los de Villamil), que lo dudo bastante. Porque la voluntad democrática no entra ni a tijeretazos económicos, sino mediante legítimas convicciones.
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LA LUPA.MX
https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito/