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Día de la Niña y del Niño – Víctor Roura

1

No hay nadie que sea más libre que una niña o un niño. Ni nadie que sea más verdadero. Ni nadie tan honesto y espontáneo. Las niñas y los niños del mundo son las personas con mayor fragilidad en la Tierra, proclives a cualquier afectación o afecto humano. Son, y nadie lo duda, la esperanza para un mundo mejor.

      De ahí que en 1954 la Organización de las Naciones Unidas propusiera instituir, en todos los países del planeta, un día dedicado a honrarlos para reafirmar los derechos de cada niña y niño. Un lustro después, el 20 de noviembre de 1959, fue aprobada por la misma ONU la Declaración Universal de los Derechos de los Niños, vigente por los siglos de los siglos.

      No todos los países lo conmemoran el mismo día (en Colombia el festejo se lleva a cabo el último sábado de abril, en Bolivia el 12 de abril, en Venezuela el tercer domingo de junio, en Paraguay el 31 de mayo, en Argentina el segundo domingo de agosto, en Uruguay el 9 de agosto, en Brasil el 12 de octubre…), pero en México la niña y el niño son motivo de celebración el 30 de abril… ¡pero desde 1924! ¡Es decir, treinta y cinco años antes de que la ONU se decidiera a festejar mundialmente a los niños! Álvaro Obregón era el presidente de México y José Vasconcelos el secretario de Educación Pública.

      Pero a las niñas y a los niños habría que celebrarlos a diario, cada uno de los trescientos sesenta y cinco días del año. Porque nos hacen mirar la vida con otros ojos, menos prejuiciados, más benignos, menos intolerantes, más sensibles, como la vez en que la madre de Re, cuando era una niña, como ahora lo es mi adorada Re, los dos en el parque, ella y yo, de pronto miro a dos niños en un formidable relajo, saltando por aquí y por allá, aventándose piedras y ramitas de arbustos, gritando a todo pulmón. Le digo a mi Melissa:

      —¡Qué niños tan traviesos!

      Ella me mira, enternecida, linda hija mía, y me dice:

      —No son traviesos…

      Vislumbro su concentración en lo que está por decirme. Y sintetiza:

      —… Están demasiado felices.

      Y tenía toda la razón.

2

Voy a jugar a los dragones mudos,

pero me tienes que dar dos embudos:

con esos megáfonos los saludos

brincarán como mosquitos zancudos.

Voy a jugar al sueño y al alarido,

pero necesito un huevo cocido;

luego vamos al árbol por un nido

y los lanzamos al duende dormido.

Voy a jugar a la monstrua miedosa,

pero tienes que disfrazarte de osa.

Después montamos como en un caballo

al pollo, al ganso, a la gallina y al gallo.

Nadie juega ya estos juegos. Tú y yo,

nada más… y mi amigo el armadillo.

3

Era tan lenta la tortuga que la única cosa que podía hacer durante el día era salir por la mañana a comprar la comida para, cuando regresara, poder cenar tranquilamente.

4

¿Se te antoja, niña mía, una manzana?

¿O prefieres un pastel lleno de fresas?

“No”, responde la niña, “quiero una rana

que brinque sobre catarinas ilesas

porque me gustan mucho las actuaciones

raras en los circos, prefiero aplaudir

a un loco volador que comer raciones

de guisados suculentos, o acudir

a ballets en auditorios, o a conciertos

de música clásica a escuchar a ciertos

compositores que tocan la guitarra

de nueve cuerdas sosteniendo una jarra

en su cabeza”. Vamos entonces, niña,

a ver a la paloma que el ojo guiña.

5

Una serpiente no es una mascota para enorgullecer a cualquiera; sin embargo, a Inventario, que era un niño aficionado a los animales salvajes, le encantaba. Incluso le compró un bonito collar, con piedras de distinto color incrustadas, para salir a pasear con ella, pero la gente se espantaba cuando los veía y corría, despavorida, para alejarse inmediatamente de allí.

      Hasta que un día alguien lo denunció a las autoridades.

      La policía, entonces, tocó a la puerta un jueves lluvioso. Inventario abrió sin saber lo que sucedería momentos después. Dos señores, con cara de pocos amigos, entraron para exigir al niño que les mostrara su mascota. Inventario fue por ella a su cuarto, donde la serpiente jugaba en esos momentos con unos diminutos cubos de plástico armando un enorme castillo.

      Cuando los dos bajaron a la sala, los policías gritaron de terror.

      Pero luego de dos horas salían de la casa encantados con la serpiente, que les había hecho arrumacos y servido una orden de churros para que se los comieran con el chocolate caliente ante el frío que empezaba a endurecer.

6

La niña buscaba debajo de la cama, en el ropero, en los cajones del armario, en el baúl de juguetes, en las páginas de sus libros… pero no hallaba ninguno. Había leído tanto sobre monstruos que, por fin, se decidió a encontrarlos. En algún lado tenían que estar.

      Cuando su mamá entró a la recámara para ver si ya dormía, se sorprendió mirarla en su alberca de pelotas tratando de hallar algo. Le dijo que ya era muy tarde para que siguiera jugando a las escondidas, pero la niña le dijo, muy seria, que no se dormiría hasta hallar un monstruo. La mamá la tomó de la mano y la condujo al estudio donde la niña tenía su mesita donde dibujaba y hacía sus tareas escolares. Bajó de lo alto de un librero una caja que estaba colocada detrás de una colección de cuentos infantiles. Se la dio y cuando la niña la abrió saltó un monstruo pequeñito que fue a reposar en la palma de su mano.

      ―Ya es hora de que tú lo cuides ―le dijo su mamá.

      La niña y el monstruo se abrazaron. Después ella se lo llevó a su cama para ponerlo arriba de la repisa que fungía de cabecera.

      ―Me cuidas mientras duermo ―le dijo la niña al monstruo, que aceptó sin chistar.

      La mamá los dejó solos, apagó la luz y se retiró muy contenta. Durante muchos años había guardado el monstruo que le regaló su papá en uno de sus cumpleaños. Ya era hora de que su hija se encargara de cuidarlo.

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Last modified: 25 abril, 2022
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