El domingo fue un día decisivo para Francia con las elecciones para la presidencia del país. Pocos momentos de esta naturaleza habían sido tan críticos en su historia. ¿Qué nos dice el resultado y cómo impacta en la política europea y global?
Decir “como era de esperarse” en la política resulta un poco ingenuo, puesto que en ella todo puede pasar. No obstante, la victoria de Emmanuel Macron sobre Marine Le Pen era un escenario muy posible que muchos dábamos por hecho. Tras la primera vuelta de las elecciones, la fuerza política de ambos candidatos se contrastó y se vio evidenciada.
Un 23.1 % de los votos para la candidata de ultraderecha le permitió avanzar a la siguiente ronda, pero sabía que se enfrentaría con un mandatario que obtuvo 27.8 % de las preferencias, porcentaje que en recientes años sólo ha sido superado por François Hollande. Con esos datos, la especulación aumentó en torno a que, con mucha negociación entre el partido Agrupación Nacional y las demás derechas del país, la segunda vuelta podría no ser tan fácil para Macron, y Le Pen tendría oportunidad de salir victoriosa. Nuevamente, en la política todo puede pasar.
Pero era sinceramente difícil que Le Pen ganara las elecciones. Tras vencer en los comicios, Macron continuará un segundo periodo de presidencia, pero más allá de los beneficios que conlleva eso se enfrenta a muchos retos, por lo que cantar victoria no es un lujo que podrá degustar de momento.
Es cierto que la extrema derecha perdió y ese es un mensaje poderosísimo de Francia a Europa y al globo. Siguiendo el lema de su país, los galos cerraron la puerta a las ideas herméticas, conservadoras y discriminatorias de la extrema derecha, que no sólo pudieron carcomer a la sociedad francesa, sino al espíritu de la Unión Europea (UE), a las alianzas con varios Estados de Occidente y al liberalismo, que diversas naciones del globo han abrazado como su estandarte.
Los retos del presidente siguen presentes a pesar de su victoria. Uno de ellos es restablecer la confianza en su movimiento político de centro. Se sabe, e incluso él mismo lo dijo, que obtuvo una parte de los votos no porque lo apoyaran, sino para detener a la extrema derecha. Esto es cierto y preocupante. Hace cinco años, cuando Macron y Le Pen se enfrentaron por vez primera, él obtuvo el 66 % de los votos en la segunda vuelta, mientras que ella consiguió apenas 34 %.
En estas elecciones, esa distancia se achicó a 58.5 % contra 41.5 %, lo que significa que el apoyo a la extrema derecha en Francia aumentó y eso sería peligroso para el liberalismo y la UE, en la que Macron cree fervientemente. Por ello, las declaraciones y acciones que tome son cruciales, pues determinarán en gran medida si ese apoyo de los franceses a la extrema derecha continúa fortaleciéndose o si comienza a diluirse.
Ahora, un punto esencial que no debe perderse de vista es que, si bien Macron venció en las elecciones presidenciales, en los siguientes meses se celebrarán comicios para elegir a los legisladores del país. Esta es otra prueba de fuego para la fortaleza del mandatario, puesto que, si bien su partido ostenta la mayoría en la Asamblea Nacional, las preferencias han cambiado en comparación a hace cinco años; existe la posibilidad de que pierda escaños a favor de otros partidos políticos, entre ellos varios de derecha.
Como se mencionó arriba, muchos votos hacia Macron se efectuaron no por creer en su partido o desempeño como presidente, sino para detener a la extrema derecha, por lo que en las elecciones legislativas se podría conocer en realidad cuál es el apoyo con el que cuenta. Eso significaría que los escaños se dividirían y tal situación podría reducir su poder, a la par que el de Le Pen con su extrema derecha pudiera aumentar, equilibrando las fuerzas en la Asamblea Nacional.
