En la investigación científica, uno de los mecanismos más utilizados para someter al escrutinio de los pares el trabajo propio, a través del intercambio vivo de puntos de vista, son los congresos. Durante el siglo pasado estos foros fueron creciendo y consolidándose entre las distintas comunidades de especialidad. Por igual, los académicos de todas las disciplinas arroparon la asistencia a congresos genéricos o de alta especialización para validar en ellos sus teorías, verificar sus resultados y conocer los avances de frontera en sus respectivos campos. Pero entonces apareció en escena el virus SARS-CoV-2 y lo cambió todo.
Prácticamente en todas las áreas del conocimiento, la irrupción de la Covid-19 vino a trastocar este mecanismo de reunión que funcionaba periódicamente, con una eficiencia elevada. Primero hubo que suspender la realización de aquellos congresos que ya estaban programados, casi todos con la esperanza de que podrían realizarse tras unos cuantos meses. Conforme la pandemia se prolongaba, muchas de estas citas debieron volver a programarse para el año siguiente, de nuevo pensando que para entonces el mundo se habría librado de la calamidad.
Sin embargo, las variantes se sucedieron en cascada y, a pesar de que las distintas empresas farmacéuticas lograron producir las vacunas contra el virus, la enfermedad seguía impidiendo que muchos países eliminaran las restricciones de viaje. Con ello, los congresos, que para entonces podrían haber tenido ya una, dos o hasta tres reprogramaciones, debieron comenzar a migrar al mundo virtual. Siguiendo la práctica generalizada durante los meses previos de confinamientos severos e intermitentes, los organizadores de las reuniones especializadas debieron aceptar que la alternativa a la postergación indefinida tendría que ser la realización de foros en línea, o mixtos, en los mejores casos.
Al principio muchos de estos congresos científicos resintieron la asistencia de grandes volúmenes del público. Por supuesto, quienes no asistían lo hacía por múltiples motivos, desde el rechazo a las plataformas virtuales, hasta el desinterés ocasionados por la falta de contacto personal con los otros colegas. Como en todo, esta etapa de transición, que por las circunstancias ha tenido que ser acelerada, ha ido, poco a poco, tendiendo hacia una nueva normalidad, la de la era postcovid-19.
Ahora que muchas naciones del mundo habían comenzado a levantar las restricciones de ingreso para los extranjeros, han surgido también dos modalidades para la realización de congresos de especialistas: la tradicional, que intenta resurgir de las cenizas dejadas por la pandemia, y la virtual, en la que los esquemas de participación han debido modificarse radicalmente para adecuarse a las particularidades de la telepresencia.
Lo que hasta antes del 2020 nadie identificaba como desventajas, ahora muchos asiduos asistentes a los congresos encuentran ineficiente, innecesario y hasta riesgoso. Adquirir boletos de avión internacionales, pagar por hospedaje y alimentación, representa para muchos un gasto evitable cuando se puede visualizar y escuchar al orador desde la comodidad de la casa u oficina. Tampoco resulta inteligente exponerse al contagio durante la travesía o las sesiones del congreso que se llevan a cabo en salones cerrados, que conectan los sistemas respiratorios de todos los asistentes a través del sistema de aire acondicionado del recinto.
Por otra parte, el surgimiento de los telecongresos ha representado una pérdida para el sector que durante décadas se benefició del mercado generado por estas actividades académicas. Las asociaciones científicas ya no requieren reservar centros de convenciones o salones en hoteles, ni contratar servicios de cafetería o transportación para recibir a los cientos o miles de congresistas. Ahora basta con adquirir un adecuado servicio de videoconferencia para conectar a los oradores con la audiencia. Pero la duda que flota en el ambiente es si estos telecongresos llegaron para quedarse o regresarán su lugar a las reuniones presenciales.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.