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Ningún otro presidente de la república hubiera sufrido un revés en sus propuestas políticas como le ocurrió, el pasado domingo 17 de abril, a López Obrador en la reprobatoria decisión legislativa sobre su reforma eléctrica. La oposición, incluyendo a varios “críticos” del sistema, por supuesto se halla de plácemes aduciendo, aquí y allá, que el “dictador” esta vez fue desinflado; pero, vamos, si es un “dictador”, ¿no debió haberse impuesto en la votación de los congresistas? Perdón, ¿no a un dictador le asiste siempre la razón, la tuviera o no?
Pero ahora resulta que no es un dictador, sino un consagrado calumniador. La cosa es continuar exhibiendo el enfado que causa un presidente que se ha atrevido a contestarles a sus opositores descobijándolos monetariamente, o perjudicándolos en sus antiguos privilegios, el verdadero quid de la molestia que jamás va a reconocer esta desmedida, o desmesurada, “oposición” que ha venido a mostrar la real cara de la prensa mexicana.
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Porque la tirria sale a flote en el menor descuido, como ocurrió con la descalificada reforma eléctrica en días pasados, emergiendo las rabietas de los “críticos” empecinados del sistema, olvidados del posible beneficio poblacional para sumarse a la algarabía contra la figura presidencial, ¡al grado de que dicha postura política contraobradorista animara, incluso pocas horas antes de concluir la votación, a la diputada priista Paloma Sánchez a abandonar su curul para ir a mofarse de la gente –reunida en torno al Congreso en San Lázaro– que clamaba por una renovación en la estrategia eléctrica! Después de la inefable alegría que condujera al priista Humberto Roque Villanueva a hacer su conocida roqueseñal, el 17 de marzo de 1995, para burlarse del pueblo al ser aprobado el aumento del IVA del 10 al 15 por ciento, no había acontecido en poco más de un cuarto de siglo otro oprobio similar en desprecio absoluto a los intereses de la ciudadanía en general.
Continuando con los caudales de inquina, Carlos Loret de Mola escribió en El Universal el pasado 18 de abril: “Empezó el sexenio con mayoría en el Congreso. Logró cambios constitucionales con el voto de la oposición. Hoy, el Congreso es un dique opositor alimentado por el propio presidente. A punta de agravios, insultos y calumnias, logró que sus partidos rivales se unieran para hacerle frente en el Congreso y rechazar su contra-reforma energética”.
Sergio Sarmiento, por su parte, en un tuit publicado el 20 de abril: “A pesar de que siempre dice que la venganza no es lo suyo, AMLO ha hecho de la venganza una de las características de su régimen. Lo vemos hoy en el linchamiento de los legisladores de oposición que considera traidores a la patria”.
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El caricaturista Alarcón, en El Heraldo, dibujó el cartón de una mujer vendada de los ojos con una balanza en la mano derecha y una espada empuñada en la izquierda, exhibida como en esos carteles tan característicos de “Se busca”, con la siguiente leyenda: “La Ley no respeta a nuestro líder. Que jamás se nos olvide que es una traidora a la patria”.
El cartón, por supuesto, fue retuiteado de inmediato por Denise Dresser, quien el 19 de abril escribiera un tuit al respecto de la votación sobre la Ley Eléctrica: “AMLO: se respeta el derecho a disentir. AMLO: si disientes eres traidor a la patria y serás exhibido/perseguido como tal”. El mismo 19 de abril, la politóloga escribió en Twitter: “En una sociedad democrática, la única traición es el silencio: Anna Quindlen”.
Dresser durante el 17 de abril, día de la votación, tuiteó: “¿Qué es la Reforma Eléctrica? Política pública de espejo retrovisor con la mirada puesta en el pasado. Nacionalismo nostálgico de país petrolizado/carbonífero. Regreso al viejo modelo de monopolios estatales aunque sean caros, ineficaces, expoliadores y contaminantes”.
El portal Aristegui Noticias difundió la posición editorial del diario Reforma, el cual en una nota afirmó que existió un conteo erróneo en la Suprema Corte de Justicia de la Nación acerca de la constitucionalidad de dicha Iniciativa de Ley. El portal de Aristegui intituló su publicación del día 19 de abril: “Cuenta mal Zaldívar votos de Ley Eléctrica: Reforma”.
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Héctor Aguilar Camín no podía faltar a esta fiesta de la diatriba. En su artículo intitulado “¿Traidores a la Patria? ¿Desde qué diván?”, publicado el 21 de abril en Milenio, expresó: “Hay que tener una muy alta idea de sí mismo para llamar a otro traidor a la patria. Para empezar, hay que sentirse vocero de la Patria misma y escáner infalible de quienes la traicionan. Ambas pretensiones sobran en el Presidente y en sus seguidores, y esa sobradera es lo que hace tan serio y a la vez tan hueco su desbordamiento patriotero contra otros.
“Al ver que se confirmaba lo sabido, su derrota, el oficialismo dio un salto cuántico en la discusión y pasó de la frustración democrática de perder en el Congreso a la psicosis de juzgar como ‘traidores a la Patria’ a quienes simplemente habían votado en contra.
“Asunto de psiquiatra y notaría, diría Renato Leduc. Salvo porque los encarnadores de la patria han soltado piquetes a morder a sus adversarios, acusándolos de traidores con carteles parecidos a los mensajes con que se perseguía a los forajidos en el enfermo y violento Viejo Oeste americano”.
La ira es inocultable.
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Miro iras y escucho exabruptos por doquier. Donald Trump llama asesinos a los mexicanos y un periodista como Carlos Marín se exalta y dice que él, en lugar de la tibieza presidencial de Peña Nieto, le hubiera restregado una palabrota en la cara al empresario millonario estadounidense, pero ahora que López Obrador contesta al mismo Trump sus imprudencias parlanchinas, los antimorenistas hierven de pavor por, dicen, la falta de educación diplomática del mandatario mexicano. No sólo eso. El PRI, en un anuncio reciente, propaga que Morena censura acremente a la prensa (¡dice en ese comercial que Morena teme hablar de corrupción!) y sentencia, textual, que “nunca un partido le había tenido tanto miedo a la verdad”.
¿El PRI refiriéndose a la censura periodística, a escabullirse de la Verdad, a quemar los papeles de la información?
¿Por qué mejor no acotar sobre el desamparo financiero en este sexenio de la industria de la comunicación, acostumbrada a sobrevivir del cobijo pecuniario gubernamental?
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El disgusto se centra, sobre todo, en la idea de que López Obrador lo quiere controlar todo, que se ama demasiado a sí mismo, que siempre quiere tener la razón, que su dominio de todas las dependencias oficiales es absoluto, que dicta las órdenes, que no admite ninguna crítica, que es autosuficiente. Y, sí, por eso mi interés en mirar el programa Primer Plano, de Canal Once, un día después de rechazada la reforma eléctrica propuesta por el presidente morenista, que confirmó mis sospechas: de los cuatro panelistas, acaso más de la mitad se refirió a la egolatría, no con estas palabras, del Primer Ejecutivo sin hablar, con todas sus letras, de la victoria empresarial. Uno de ellos incluso dijo que la reforma en realidad no estaba mal de no ser por la intervención obradorista que, obviamente, a estos porfiados analistas desquicia. Porque, vamos, ningún otro mandatario mexicano, nunca antes, había impuesto o externado sus puntos de vista; tan demócratas que eran al servicio de la población que hasta casi parecían pasar, modestos y comprensivos, inadvertidos. ¿Cómo evitar la participación de la iniciativa privada, por Dios? ¡Sólo a un trastornado narcisista se le podría ocurrir tal incontinencia verbal!
¿Alguna posible conclusión crítica?
Cómo no: una democracia en la contemporaneidad no puede ser ajena a la participación privada, ni darse el lujo de nacionalizar propiedades alegremente compartibles. ¡Más de un analista político incluso, sin venir al caso, habló de la “inútil” premura por nacionalizar el litio si ya un artículo constitucional de antemano lo protege!
Es decir, el disgusto se centra, principalmente, en la idea de que López Obrador lo quiere controlar todo, que se ama demasiado a sí mismo, que siempre quiere tener la razón, que su dominio de todas las dependencias oficiales es absoluto, que dicta las órdenes, que no admite ninguna crítica, que es autosuficiente, etcétera.
Por eso uno debiera admirar más una figura política como, digamos, la de Vicente Fox cuando cuestionó a su vez a la prensa que quiso saber por qué no intervenía en un problema de televisoras, cuya respuesta, ja ja ja, fue inalterable, concisa y razonable:
–¿Y yo por qué?
¡Magnífica y aleccionadora contestación, admirablemente profética con el paso de los años! Porque los presidentes de la república, sin duda, calladitos se ven más… ¿Qué necesidad tienen de andar opinando de todo, como los intelectuales o los influencers digitales?
En cambio, López Obrador quiere estar en todo, ¡caraja!, aunque no lo llamen.
No lo sabemos, pero tal vez hasta el mismito Carlos Monsiváis, si viviera, se sintiera desplazado en su todología, ¡rebasado inesperadamente por un político!
Porque hasta antes de la aparición de este inédito y ubicuo opinador, sólo los “críticos” del sistema –revestidos de locutores, periodistas o intelectuales– tenían el derecho, o se permitían el derecho, de hablar de futbol, de los asuntos folclóricos, de las alcantarillas mal distribuidas en las ciudades, del clima, de la literatura, de la inflación, del narco, del estatus de la prensa, de las habas mal recalentadas, de la moda, de la música popular, de los medios electrónicos, de la lucha libre, de las frases patrióticas, de las elecciones, del precio inflado de las gasolinas, de la energía eléctrica, del frío en Zacatecas, de la pasmosa elasticidad inverídica de Hulk, de las entropías catatónicas, de los calores agobiantes en Ensenada, de la galopante corrupción, del exceso de la magia de Harry Potter, de los partidos políticos, de los bostezos infundados, de los zombis alharaquientos, de las descorazonadas burocracias, de la basura acumulada en las esquinas, de cine, de los embusteros, de los embuteros, del laicismo de los indios remisos, de clasismo, de traiciones, de intolerancias, de feminismo, de intelectualidades orgánicas, de las conveniencias de aposentarse a la diestra del principado, de las comicidades melodramáticas, de los videojuegos, de las cebollas erróneamente esparcidas en las taquerías, de los ajolotes en peligro de extinción, de las diplomacias educadas, de los –cómo no– aprendizajes monetarios del neoliberalismo, del rock nacional, etcétera.
¿Por qué un presidente de la república ha venido a remplazarlos?
Quizá de ahí su abultada ira.
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En otra emisora pública, en una atmósfera de veraz pluralidad, un crítico del sistema dijo que López Obrador, al no pasar su reforma en el Congreso, se lo tenía más que merecido por querer tener rendidos a todos bajo sus pies, y su disgusto era notorio en sus gestos de enfado. ¡Una conductora de debates en canal 14 insta a los invitados, con sus cuestionamientos inducidos, a enterrar metros abajo a López Obrador! Y pienso que esta admirable apertura de opiniones sólo es posible, lo repito cuantas veces sea necesario, gracias a la dirección crítica de Jenaro Villamil (Mérida, 1959), formado periodísticamente desde una temprana edad, acaso poco después de las dos décadas, en El Financiero de Rogelio Cárdenas Sarmiento, hacedor irrefutable de sendos libros sobre el poderío y la manipulación informativos de los medios privados electrónicos.
Lo cierto es que estamos viviendo otros tiempos que los críticos del sistema se niegan a ver por estar inmersos en las privilegiadas neoliberalidades de su pasado.
No en vano Denise Dresser habla del ansia de un poder político, el actual, al que detesta, que no hace más que tratar de regresar “al viejo modelo de monopolios estatales aunque sean caros, ineficaces, expoliadores y contaminantes”. ¿No está claro, por Dios, la educada lección del neoliberalismo que atrajo al empresariado a la inversión pública para sanear los bolsillos de los interesados? ¿Qué necesidad de ocuparse de las expoliaciones, ineficacias o contaminaciones si eso puede ser resuelto con los dineros de las benditas intervenciones privadas?
¡Los críticos del sistema, con sus privilegiados años de crítica, tienen muy claro el asunto!
¡Ah, si ellos volvieran a ser los asesores del poder otro gallo nos cantaría, caramba!
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA, PARA LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito/
Admirable por contundente el texto de Roura..y se quedó corto de ejemplos, será porque casi toda la prensa está así con los casos que exhibió