Autoría de 5:16 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito • 2 Comments

Carlos Fuentes, diez años después – Víctor Roura

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Mexicano nacido en Panamá el 11 de noviembre de 1928, Carlos Fuentes falleció el 15 de mayo de 2012. Creador de una obra bastante irregular, se encaramó sin embargo en la cúpula literaria al pertenecer, de facto, al grupo dominante intelectual que supervisara los eslabones de las letras nacionales a partir del año 1949, cuando una “mafia” cultural (nombre que interpusiera Luis Guillermo Piazza a este grupo impositivo y selectivo), a cargo de espacios y de burocracias visibles, empezara a determinar, mediante amistades y compadrazgos, quiénes eran, son, los altos valores de la literatura mexicana, señalando, trazando, conformando y tallando el relieve del mapa de la identidad artística, irrefutada e imbatible.

      Posicionado, además, como hombre de “izquierda”, vivió toda su vida a la diestra de los poderes políticos a los que siempre sirvió y se sirvió de ellos ya como diplomático, referente u opinador, elementos invisibilizados por la prensa en el momento de laurearlo, como lo hemos atestiguado en los programas televisivos especiales en el décimo aniversario mortuorio del escritor, donde se le exhibe, de manera sempiterna, como un avezado hombre progresista sin intervenir, obviamente –los productores de estas series electrónicas–, en sus posturas neoliberales ni propriistas, porque la secuela en la apología de la “mafia” cultural tiene unos engranajes sencillamente perdurables, pues ya se sabe que, tradicionalmente, es menos dificultoso proseguir un rumbo ya previamente tatuado que rehacerlo mediante revisiones críticas sin el aval del establishment intelectual.

Octavio Paz, Luis Echeverría y Carlos Fuentes

      Porque los elogios de Carlos Fuentes a Luis Echeverría Álvarez o a Carlos Salinas de Gortari, por ejemplo –por convenir a sus particulares intereses económicos– son una minucia, se dice, ante su desmesurada obra literaria. Porque, evidentemente, la “mafia” cultural fue, es, partidaria del poder priista y panista, como se puede apreciar justamente en esos días cuando lo que queda de aquella grandiosa y festejada “mafia” es parte gozosamente opositora del gobierno morenista, que no la satisface pecuniariamente. Recuérdese, además, que en esa victoriosa e invicta “mafia” la teoría grandilocuentemente superaba a la práctica, de tal modo que se podía perfectamente ser derechista revestido de izquierdista o izquierdista aparentando estar en contra de la derecha o ser completamente apartidista beneficiándose de los partidos en el poder, lo cierto es que la mafia –como la mayoría de los grandes medios de comunicación– sobrevivía debido al patrocinio gubernamental, al grado de que fue el propio presidente Adolfo López Mateos quien financió al mismísimo Fernando Benítez para que abriera en la revista Siempre! su suplemento cultural.

      Nadie, o muy pocos, podrían poner a discusión su inteligencia, sí los procedimientos utilizados para allegarse a los ambiciosos, o ambicionados, poderes culturales.

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El entonces “nuevo” libro de Carlos Fuentes de finales del año 2005, a excepción de su breve prólogo, era en realidad un viejo volumen que no aportó absolutamente nada al orbe literario ni, mucho menos, al mundillo político, que es sobre todo a este al que quiso, supongo, afectar con su dominante palabra. Se intitula Los 68: París-Praga-México (Debate), pero el rótulo es más una promesa que una realización, pues ni uno de los tres textos incorporados fue escrito ex profeso para la confección de esta novedad bibliográfica, ya que andaban rodando por aquí y por allá. Además, es sabido que Fuentes no habló jamás críticamente sobre 1968, puesto que fue uno de los tantos intelectuales beneficiados por la administración echeverrista. Podría, cómo no, insultar a Gustavo Díaz Ordaz, con quien no tuvo migas, pero hubiera sido incapaz de tocar una flor del suntuoso jardín de su querido amigo Luis Echeverría Álvarez, de modo que, y así lo demostró a lo largo de los años, prefirió darle la vuelta a ese grave tema.

      Y volvió a exhibir su propio tabú publicando ese libro, en el cual deja visibles sus irrefutables intereses intelectuales: en el apartado dedicado a París contamos 54 páginas, de las 118 que contiene el total del volumen (si descontamos las 56 –en realidad 28 reproducciones gráficas, pero ocupan la hoja completa– absorbidas por los iconos que los editores de Random House Mondadori han incluido, para tratar de engrosar el enclenque original, tomados a préstamo de Imágenes y símbolos del 68 de Arnulfo Aquino y Jorge Pérezvega y de Les 500 affiches de Mai 68 de Vasco Gasquet); del asunto de Praga, que mirándolo con perspicacia no es sino un mensaje laudatorio a su amigo Milan Kundera, dedica casi la mitad de lo que escribiera sobre Francia; y, el colmo, sobre México, su México, ni siquiera llega a la mitad de las páginas abocadas a Praga: 12 nada más, que ni siquiera es un examen de lo sucedido hace ya poco más de medio siglo en Tlatelolco, sino un pasaje de su novela Los años con Laura Díaz, que publicara en 1999.

      ¡Lo que leemos en Los 68 sobre México es nada menos que el completo capítulo XXIII de aquella novela, cuando Laura Díaz cuenta con 70 años de edad! Es decir, Carlos Fuentes no pudo tener una idea definida sobre lo ocurrido el 2 de octubre, sino recurrió a la invención literaria (quizás para no herir la susceptibilidad de su fino amigo Echeverría Álvarez) que, como tal –como invención–, podía o no pasar como juicio personal. Que allí sí, en la literatura, podía mentar madres contra los símbolos y las figuras públicas. Porque, después de todo –y como lo repetía Fuentes en veintenas de entrevistas–, el novelista tiene derecho de reinventar la historia, de falsificarla, incluso de alterarla.

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“Laura Díaz fotografió a su nieto Santiago la noche del 2 de octubre de 1968 –dice Fuentes en su novela–. Ella llegó caminando desde la Calzada de la Estrella para ver la entrada de la marcha a la Plaza de las Tres Culturas. Había venido fotografiando todos los sucesos del movimiento estudiantil, desde las primeras manifestaciones a la creciente presencia de los cuerpos de policía al bazukazo contra la puerta de la Preparatoria a la toma de la Ciudad Universitaria por el Ejército a la destrucción arbitraria de laboratorios y bibliotecas por los sardos a la marcha universitaria de protesta encabezada por el rector Javier Barros Sierra seguido por toda la comunidad universitaria a las concentraciones en el Zócalo gritándole al presidente Gustavo Díaz Ordaz ‘sal al balcón, hocicón’ a la marcha del silencio con cien mil ciudadanos amordazados”.

Carlos Fuentes

      Como es notorio, la escena novelada no es sino la escueta transcripción periodística, tal cual, sin una intervención estilizada del literato.

      ¿Es que todavía Carlos Fuentes no estaba preparado para escribir un ensayo sobre los sucesos del 68 mexicano? ¿Para qué, entonces, publicar un libro intitulado Los 68, que no es sino el vano intento por tratar de armar un rompecabezas el cual de antemano tiene varias piezas extraviadas?

      “Pirro, rey de Epiro en Grecia, invadió Italia en 280 antes de Cristo y derrotó a los romanos en Heraclea –apunta Fuentes en el prólogo–. Pero sus pérdidas fueron tan grandes que tras ganar la batalla exclamó: ‘Una victoria más como ésta y estoy perdido’. De allí el término ‘victoria pírrica’, que empleamos para denotar un triunfo tan costoso que en verdad constituye una derrota”.

      En aquel momento Fuentes pensaba, dice, “en el antiguo rey Pirro para preguntarme si las derrotas aparentes de los movimientos estudiantiles en 1968 y, ese mismo año, del ‘socialismo con rostro humano’ en Checoslovaquia, no fueron en realidad fracasos pírricos, es decir derrotas aparentes cuyos frutos sólo pudieron apreciarse a largo plazo: derrotas pírricas, victorias aplazadas”.

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Obviamente, puesto lo anterior en boca de cualquier politólogo debutante hubiera sido una sandez, una torpeza, un dislate, una, vamos, gansada innombrada, pero como viene directamente de Carlos Fuentes los analistas estuvieron prontos a reconsiderar sus palabras. ¿No está claro que la victoria pírrica es lo que aprehendimos de aquel rey Pirro que acabó siendo casi derrotado? ¿Qué tiene que ver, pues, la búsqueda metafórica de una derrota pírrica? ¿No es este un ordinario lugar común sólo para decir que, con el tiempo, la derrota se vuelve finalmente una victoria? ¿Hitler obtuvo entonces una derrota pírrica? Según la brillante deducción política de Fuentes, el PRI y sus priistas no se enriquecieron ilícitamente durante 70 años, sino fueron obteniendo lentamente sucesivas derrotas pírricas.

Encuentro de Luis Echeverría, José López Portillo y Miguel de la Madrid en 1999

      “No es comprensible la historia del país del 68 para acá sin la historia del país antes de y durante el 68”, dice Fuentes. Por supuesto que no puede ser comprensible la historia mexicana “del 68 para acá” sin la obvia historia del país “durante el 68”.

      Se preguntaba Fuentes: “¿Se hubiese renovado el socialismo y desprestigiado el comunismo en Francia con o sin los eventos del mayo parisino del 68? ¿Se habrían derrumbado el poder soviético y la satelización de la Europa central con o sin la primavera de Praga del 68? ¿Hubiese transitado México del sistema autoritario monopartidista a un sistema democrático pluralista sin el sacrificio terrible del 68 en Tlatelolco?”.

      Es imposible saberlo, dice Fuentes, “quizás sin mayo en París, sin primavera en Praga y sin Tlatelolco en México las nuevas sendas de la democracia y la crítica social se hubiesen, de todos modos, abierto paso”.

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Pudo haber sido, ciertamente, pero tampoco pudo haber pasado. Sí y no. No pero sí. Por eso le pareció muy importante a Fuentes reunir tres textos suyos sobre el 68: un supuesto reportaje –porque no llega a serlo debido al énfasis que su autor pone a su persona– escrito en París precisamente en ese año, donde intercala voces de protagonistas del movimiento, que se oyen a destiempo, demasiado ensoñadas, y donde se vislumbra el amor de Fuentes hacia París, cuyas calles recorrió (junto a Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, nomás para que el lector apreciara la clase de sus amistades) hondamente preocupado, cosa que jamás hizo en México. Porque un intelectual, debido a su exquisito olfato combativo, debe saber dónde estar en el momento indicado. Faltaba más.

“Obviamente, puesto lo anterior en boca de cualquier politólogo debutante hubiera sido una sandez, una torpeza, un dislate, una, vamos, gansada innombrada, pero como viene directamente de Carlos Fuentes los analistas estuvieron prontos a reconsiderar sus palabras”.

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LA LUPA.MX

https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito/

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Last modified: 13 mayo, 2022
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