Llevamos más de tres horas sin luz. Y desde que inició este apagón, nos consolamos en casa con la idea: Seguro no tarda en llegar. La luz, vista como un Godot. El incidente ocurrió cuando aún era de tarde y la luz del sol entraba por las ventanas, entonces nos podíamos ver los rostros, pero conforme se iba apagando la intensidad, nos reconocíamos sólo por las voces.
Los vecinos vivieron lo mismo, y con el pretexto de preguntar entre unos y otros quién tenía luz, se volvieron a saludar después de tanto.
Esta colonia, hace 40 años, era la última de la ciudad de Querétaro, en el norponiente. Y en ese tiempo no había luz. Así que era tarea cotidiana ir a comprar a la colonia anterior, leche y otros alimentos, sólo para el día, porque, aunque hubiera refrigerador de nada servía tenerlo. Por las noches el entretenimiento era salir a la calle, platicar con los vecinos y mirar los extraños carros que pasaban, también era un territorio solitario. Y un vecino de antaño, en tiempos de luna llena, decía entre suspiros al verse iluminado por tan cálida luz: ¡Qué romántico!
No hay teléfono de casa ni internet porque la existencia de la fibra óptica depende de un aparato que se conecta a la luz. Escribo esto con lo que resta de pila en la computadora; el celular está en un 10% que prefiero reservar para un mensaje importante.
Con la ausencia de luz, movimientos y situaciones cotidianas se vuelven absurdos, por ejemplo, entrar a una habitación y de inmediato querer prender la luz, cuando sabemos que no hay. O decir: Voy a aprovechar el tiempo para poner una carga de ropa en la lavadora, aparato que por fuerza requiere luz eléctrica. O tener la necedad de hacer alguna bebida fresca mezclada en la licuadora, abrir en repetidas ocasiones el refrigerador sabiendo que ahí está igual, o peor, de oscuro que afuera.
Al subir a la pieza de arriba, para comenzar a escribir estas líneas, me aprecié en medio de la oscuridad sosteniéndome de las paredes laterales y deslizando con cautela cada pie, cuando a diario subo y bajo a la carrera. En las tinieblas las escaleras se me hicieron más largas de lo que son.
Aunque está activada la Luz Nocturna en la computadora, con la densidad al mínimo, duelen los ojos. Así que en distintos momentos cierro los ojos para descansar y eso me hace recordar mis prácticas de mecanografía, con el obligado cubreteclado, cuando iba en la secundaria. De vez en cuando abro los ojos, sobre todo para revisar el porcentaje de batería.
Antes de llegar al escritorio descubrí una luz intensa que daba a lo más alto de las paredes del patio, entonces pensé que el vecino de la calle de atrás sí tenía luz. ¿De qué privilegios goza este hombre, pensé? Me acerqué a la ventana y al asomarme vi su casa totalmente a oscuras.
A un lado, una obra en proceso iluminada por la lumbre encendida por el velador.
¿Entonces, esa luz?
En lo alto estaba la respuesta: la Luna.
¡Qué romántico!
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