Autoría de 8:41 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

Amores infinitos, matriarcado y patriarcado, activismos admirables, invasión de las redes… – Víctor Roura

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Un supuesto asesino violador de una chica de dieciocho años recibe a su hermana en la prisión; de niños, él la ha tratado mal, despreciado e incluso en una ocasión intentó ahogarla en una alberca sumergiendo su cabeza en el agua manteniéndola así por varios minutos hasta que un adulto, percatado de aquella infamia infantil, intervino a tiempo para oxigenar el posible desastre. A pesar del infeliz convivio familiar, la mujer fue a visitarlo a la cárcel para saber cómo se encontraba su hermano. Conociendo sus maldades, intuía que algo había de cierto en la acusación criminal, mas el hermano juraba su inocencia. Pero en baja voz le pidió a su hermana deshacerse del arma criminal diciéndole dónde estaba localizado el kúter que lo incriminaría drásticamente.

      Horas después, la hermana lo hallaba justo en el sitio indicado.

      Y no lo dudó ni un segundo: en vez de destruir el arma, lo entregaría en la comandancia como una prueba fehaciente del acto criminal, que finalmente condujo a su hermano a los corredores de la muerte.

      El castigo era indudablemente merecido, pero…

      La denuncia de la hermana la aisló del mundo, acusándola de traidora. Su madre le retiró la palabra al considerarla asesina de su hermano, el abogado le dijo que, con su actitud, lo había matado —no al abogado sino a su propio hermano—, su esposo le pidió el divorcio, sus amigas se olvidaron de ella, las mujeres en la calle la señalaban como la hermana traidora del violador asesino, la prensa subrayaba que, de no haber sido por ella, su hermano habría esquivado a la justicia…

      Este caso real sucedió en Estados Unidos en los albores del siglo XXI.

      No es, esta gran mujer, símbolo del feminismo ni nada parecido, su nombre no figura entre las próceres del contrapatriarcado, ni nadie la menciona cuando se habla de feminicidios históricos.

      Incluso una feminista de Occidente prefiere eludir el tema anterior para no errar en su juicio.

2

Don Lorenzo Meyer, el pasado lunes 25 de abril en el programa Primer Plano de Canal Once, hablando del caso de Debanhi Escobar decía que, en efecto, el problema no es nuevo, porque no es nuevo el trasiego de la educación social, pero su lúcido discurso fue, digamos, interrumpido por un enfadado Sergio Aguayo que sentía disentir del mencionado intelectual porque, en su ideológica obviedad, la culpa la tiene el actual desgobierno incapaz de detener los feminicidios.

      Dicen los críticos del sistema que, como nunca, estas cosas pasan precisamente ahora en México, pero no es cierto. Tal vez para dicha gente iracunda antimorenista sí estén sucediendo estas cosas ahora en México; pero ideológicamente, que es algo muy distinto.

      Si, los crímenes no deben quedar impunes, pero no sólo en esta temporada sexenal sino en todos los periodos, gobierne el partido que gobierne.

      De ahí la lúcida explicación que daba don Lorenzo Meyer —acerca de una reformada educación social, incivilizada tiempo ha— abruptamente cortada por un severo “crítico del sistema” empecinado en remarcar que estos asesinatos sólo pueden estar ocurriendo durante el mandato obradorista.

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Hace varios años caminaba por Paseo de la Reforma a la altura de Tlatelolco cuando, delante de la gente que pasaba y con la misma indiferencia de los peatones que nada más veían la escena sin detenerse, un hombre daba una paliza a una mujer, que no sabía ya cómo defenderse de los contundentes golpes del varón.

      No pude evitar acercarme al hombre para decirle que ya detuviera su salvaje encono, pero sin aún terminar mi glosa, y mirándome el varón con ira indescifrable, la mujer, con la cara sangrante y encorvada, me gritó que no me metiera en asuntos que no eran míos, que siguiera mi camino, que los dejara en paz:

      —¿Le incumbe nuestra vida, pendejo? —me reclamó, airada.

      Y continué mi camino sin voltear atrás.

4

Conozco a una mujer, bonita y con cuerpo escultórico, que se dice enamorada de su esposo que no sólo la desprecia y maltrata sino que, aun sabiendo que tiene otra media docena de mujeres, la tiene en el completo abandono quedándose con ella sólo cuando requiere sus favores sexuales. Mantiene su fidelidad incluso cuando la dama depende no de la economía de su marido sino de su propio trabajo como enfermera en un centro hospitalario.

      Cuando la mujer, enterada por fin de que su esposo también vivía con otra mujer en una casa distinta, le pidió —con dolor y amargura porque lo amaba— que no regresara más por su onerosa mentira, no sólo hizo enfadar a su marido sino también a sus amigas —de ella, no de su marido— que no entendían la razón de su altanero comportamiento en lugar de perdonarlo.

      —¡Es tu marido! —le decían, instándola a la cordura.

5

Cuando fue al Ministerio Público a denunciar una golpiza de su marido, la mujer policía, mirándola extrañada, le preguntó antes de levantar el acta correspondiente:

      —¿Pues qué le hizo que lo alteró tanto?

      Ya en la institución policiaca, el primer cuestionamiento que escuchó de un magistrado fue:

      —¿Está usted segura de lo que quiere hacer?

      ¿Para qué entonces estaba ahí? ¿Los encargados de la justicia buscaban que se desistiera de sus intenciones?

      El médico legista que la atendiera minimizó los golpes apuntando el número dos de gravedad en las lesiones (la golpiza no amenazaba la vida, las heridas eran tan leves que la mujer tardaría menos de quince días en sanar), cuando a todas luces la agresión debió haberse registrado en el número más alto, el tercero.

      Al enterarse de que la mujer ya vivía sola, una vecina la detuvo para preguntarle:

      —¿Con quién le fue infiel a su marido?

      La desamparada mujer recuerda que fueron ellas las que más se solazaron con el agravio que acababa de sufrir.

6

Recuerdo a una reportera que, sin saber que yo la escuchaba del otro lado de la mampara, contaba a una colega su reciente entrevista con un poeta, que la tenía entusiasmada:

      —Si me pedía que me quitara la ropa, allí mismo lo hacía sin pensarlo dos veces…

      Cuando envié a una reportera a cubrir un acto oficial para que cronicara el encuentro cultural con un alto funcionario del gobierno, ella declaró alegre:

      —Me echaré un buen taco de ojo…

      Una reportera de finanzas se hallaba nerviosa porque más tarde entrevistaría a un alto ejecutivo de un banco transnacional:

      —Dicen que le sobra el dinero, a ver qué consigo —le dijo, en baja voz, a una compañera del mismo diario, que le envidiaba la orden de trabajo.

      ¿Cómo no le tocó a ella aquella misión periodística?

      ¡Bendita suerte la de su amiga!

7

Ciertamente, ni hoy ni ayer ninguna mujer debiera ser maltratada, pero tampoco ningún hombre de cualquier inclinación sexual, ni un niño o niña, ni una anciana o anciano, y cómo vislumbramos en la calle o el vecindario, de posición alta o baja, los gritos intolerantes de padres o madres a sus hijos indefensos, o a patrones gritar perjurios a sus empleados por detalles inofensivos. En una ocasión el presidente Vicente Fox y su esposa Marta Sahagún pidieron, vía telefónica, al buen Rogelio Cárdenas Sarmiento —entonces director general del diario El Financiero donde yo fungía como director del área cultural— mi despido inmediato del periódico por una serie de artículos donde yo traslucía la falsedad de la autoría del libro apologético sobre la pareja presidencial del panista recién encumbrado en el Poder Ejecutivo. Antes, bastaba una exigencia silenciosa para que los directores de los medios, la inmensa mayoría, atendieran con premura los reclamos presidenciales, pero aquella vez Fox se topó con un caso inédito: Rogelio desatendió su petición y me sostuvo en el cargo contra viento y marea, intolerancia que no se discutía entonces al interior de la industria mediática: Cárdenas Sarmiento aguantó los arbitrios económicos hasta el final del sexenio panista, tal como había resistido la intolerancia del gobierno salinista en decisiones periodísticas históricas ahora olvidadas en el gremio informativo.

      Porque, para nuestra desgracia, la sujeción y el autoritarismo han existido en el país desde tiempos inmemoriales…

8

Nada más es cuestión de mirar las filas interminables de hermosas y sinuosas mujeres en las puertas de Televisa en pos de fama y la consiguiente fortuna, dispuestas al precio que sea para cumplir sus ambiciosas metas. Ya algún día con el paso del tiempo, si Dios lo quiere, serán entrevistadas en Canal Once para hablar de sus proezas de actrices en trascendentales telenovelas.

      En Comedy Central se transmite un programa, bochornoso por la serie consecutiva de discriminaciones y halagos insufribles a la riqueza, denominado Palazuelos, mi rey donde el actor, es un decir (¡que pretendía gobernar Quintana Roo con el consentimiento de Movimiento Ciudadano!), exhibe su indudable poder financiero mediante el cual diversas y variadas bellísimas mujeres se rinden a sus pies sin importarles un comino el exitoso patriarcado que solventa bajezas y arbitrariedades, elementos sostenidos y compensados por numerosas damas que hilan las costumbres educativas de la conveniencia y la sumisión interesada con ensoñación irredimible. Asimismo, he oído a feministas, o supuestas feministas, no sé, declarar su amor a personas como Luismi, por ejemplo, y estar dispuestas a todo con tal de estar cerca suyo —de Luismi, no de ellas mismas— una tarde entera, que para todo hay tiempo en esta vida. ¿Cuántas groupies deseosas, sin saber que lo son o serán —eso de ser grupis—, se siguen acercando a las “estrellas” masculinas de la música por el solo hecho de ser famosos, o ni siquiera con fama sino sólo por estar incorporados a una banda del barrio o entretenedores en un bar de cualquier colonia?

      He visto a fans feministas de Justin Bieber enloquecer de emoción por estar cerca de su ídolo.

      ¿Quién estará pensando entonces en patriarcados y de sinónimos sin importancia durante momentos clave de la vida?

9

Patriarcado, dice el diccionario, es el “predominio o mayor autoridad del varón en una sociedad o grupo social”, pero también se asume como la “dignidad” de la iglesia ortodoxa. Y matriarcado, que lo hay —excepto en la iglesia católica—, es justamente lo contrario: el predominio de las mujeres. Sin embargo, lo que arguye una zona mayoritaria de feministas es que ya se debe acabar, en su totalidad, el patriarcado porque éste, en una purgada —y punzante, y punitiva— visión masculinizada, suministra escalafones bajos y abyectos a la mujer (si viviera y en este momento lo hubiera escrito, quizás Gabriel García Márquez jamás hubiera intitulado un libro suyo como El otoño del patriarca aunque se tratase del otoño grisáceo justamente de un patriarca).

      No obstante, hoy en día existen empresas dirigidas por mujeres que, perdón, son peores que las supervisadas por varones porque, como bien dice don Lorenzo Meyer, todo es una cuestión, bien que mal, de educación social y de civilidad organizada, independientemente del partido político que estuviera al frente del poder ejecutivo.

10

En el canal Investigation Discovery contemplo otro magnífico reportaje donde una mujer vivió durante varios años, acaso cuatro lustros, con un feminicida mientras a ella, a la esposa, la trataba como a una reina, que a la hora del descubrimiento fatal no dejó de amarlo al grado de que las obvias pruebas en contra de su marido eran un artificio para la consorte, que no dejaba de llorar por el cruel destino, injusto destino según ella, de su amado. No dejó de visitarlo a diario en la cárcel al que siempre creyó un buen hombre.

      También he visto casos reales de violadores que, durante su confinamiento, conocen a lindas mujeres que están ciertas de que los redimirán debido a sus tiernos amores, mujeres que los han querido conocer tras saber de sus canalladas llegando incluso a los compromisos matrimoniales aunque varios de estos asesinos cumplan condenas perpetuas en las rejas.

      Porque, dicen, el amor es infinito.

      Yo mismo tuve una conocida, mujer judía de exquisita belleza, que visitaba reos al azar, en sesiones íntimas, para, decía ella, “consolarlos en su soledad”.

      En la dispersión de amores hay, como en la viña del Señor, de todo.

      No hay programas de este tipo en México, pero el domingo 1 de mayo, en sus Especiales, Canal Catorce presentó un reportaje a fondo sobre las desapariciones recientes de mujeres en el país, donde la madre de Debanhi Escobar asegura que el cuerpo de su hija había sido “sembrado” por las autoridades en la cisterna, razón por la cual no cesará hasta que se haga justicia de este innombrado asesinato.

      La investigación del reportaje en Canal Catorce es imparcial exhibiendo, con ello, un periodismo digno de la televisión mexicana, cuya conclusión es palpablemente inesquivable: la crisis forense en México. Porque entre lo sabido y lo no sabido, entre lo que se puede decir y lo que se debe callar para “no entorpecer” las indagatorias, entre las veracidades y los supuestos, entre los que han hablado y los que faltan por hablar, entre lo que se mira y lo no mirado aún en los videos, entre las penumbras y las claridades de los motivos del siniestro, entre la infamia y la desesperación ciertamente la circunstancia —comprensiblemente incomprensible— se vuelve cada vez más atroz.

      Por ello el problema continúa, más aún cuando acaba de ser hallado el cuerpo sin vida de Yolanda Martínez,  regiomontana también desparecida desde hacía más de un mes en ese estado norteño.

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Ahora con las redes sociales un caso, aun menor, se desorbita, lo que no ocurrió con la admirable activista Rosario Ibarra de Piedra (Coahuila, 1927-2022) quien no guardó nunca silencio ante la desaparición de su hijo Jesús, en 1974, a manos de las autoridades. Aunque jamás se supo más de él, Rosario Ibarra no se doblegó en su denuncia: casi medio siglo de incansable lucha social. Hoy, por ejemplo, el caso de la regiomontana Debanhi Escobar es conocido por millones de personas que, sin saber los motivos reales de su onerosa muerte, han mostrado su inmediata solidaridad con la familia de la joven asesinada. Y la exigencia por la aclaración del crimen es justa en su ampliada difusión, si bien la información va saliendo, aquí y allá, en granos de incierta veracidad, resultado de asombrosas declaraciones de una parte y de otra (las amigas, el taxista, los padres, las autoridades, todas ellas semejando realidades inciertas, revelando desinterés momentáneo, inoculando dudoso desconcierto al alba, descifrando crueles desquerencias, hilando cabos imposibles de atar, acaso verdades paradójicamente insolidarias…)

      ¿A quién le tiembla la boca para afirmar que el mundo no es el mismo ya con las redes sociales metidas hasta el fondo en la vida pública, en la rauda opinión política, en la cultura cotidiana, en la comunicación de masas, en la invasión de la intimidad, en la incidencia ideológica?

      No en vano el ínclito exégeta Ernst H. Gombrich (1909-2001) se había planteado una pregunta fundamental:

      —¿Qué es más importante en esta vida: estar al día o tener cultura?

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA, PARA LALUPA.MX

https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito/

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Last modified: 16 mayo, 2022
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