A pesar de la profunda preocupación de la ciudadanía mexicana por la delincuencia y la violencia que invade todo el territorio nacional, notoriamente no culpa de esta situación al presidente del país, sino a los “corruptos” que se encuentran en su gabinete.
Poco más de la mitad de la población considera que el mandatario mexicano hace bien su trabajo e incluso hasta estaría dispuesta a votar por su reelección, si llegara el caso, en los comicios de 2024.
A tales conclusiones se puede llegar al conocer los datos del Estudio Nacional de Opinión Pública, elaborado por la organización México Elige, y cuyas encuestas aplicó del 9 al 14 de mayo.
¿Cómo va el presidente?
De los encuestados, 70.3 por ciento (siete de cada 10 mexicanos) considera que los tres principales problemas del país son la inseguridad (22.9 por ciento), la corrupción (22.1 por ciento) y la violencia (17.3 por ciento).
Incluso, es de mayor preocupación la crisis de seguridad (49.2 por ciento) que la económica (38.8 por ciento).
Es de destacarse que solamente 12 por ciento de los encuestados cree que el principal problema en México es la crisis de salud, a pesar de que se piensa que sí hay desabasto de medicamentos (69.2 por ciento) y 52.7 por ciento dijo haber batallado para conseguir sus medicinas.
A pesar de estas cifras, de estas preocupaciones reales de las y los mexicanos, seis de cada 10 (60.5 por ciento) aprueba la gestión presidencial.
Cuando se preguntó si votaría o no en los comicios de 2024 por el presidente para que se reeligiera, 53.9 por ciento contestó estar de acuerdo. Y a la pregunta sobre cómo votaría en una hipotética revocación de mandato, 59.7 por ciento lo ratificaría en el cargo.
Como se ven las cifras, pareciera ser –como digo al inicio– que las y los mexicanos estamos conscientes de los graves problemas que enfrentamos como nación, pero la gran mayoría no culpa al presidente sino a otras personas.
Esto se muestra cuando el estudio de México Elige interroga sobre la aprobación de las y los titulares de los principales cargos públicos del país.
En una lista de 44 funcionarios, el último lugar en aprobación lo ocupa el fiscal general de la república, con la aprobación de 32.8 por ciento. El lugar 43 lo tiene la secretaria de Seguridad Pública (39.1 por ciento de aprobación), y el 40 la titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (41 por ciento).
Esto, según mi interpretación, muestra quiénes son los responsables –ante los ojos de la ciudadanía– de que la inseguridad, la delincuencia, la violencia y la impunidad sean los principales problemas del país.
Si hay corrupción, pero…
Seis de cada 10 entrevistados consideraron que subsiste la corrupción en el gobierno federal de México y le pusieron rostro y nombre a los principales responsables de este mal: la titular de la Comisión del Cultura Física y Deporte, Ana Guevara, es calificada de corrupta por 70.2 por ciento de las personas. Le sigue en esta lista el titular de la Fiscalía General de la República, Alejandro Gertz Manero (64.7 por ciento) y Manuel Bartlett Díaz, director de la Comisión Federal de Electricidad, con 63 por ciento.
Estrategia electoral
Si quisiéramos interpretar estas cifras con fines electorales, queda muy clara la visión de por qué el presidente de México constantemente trabaja para mantener su figura en la agenda mediática y política diaria: su figura sigue siendo aceptada e, incluso, venerada por millones de ciudadanas y ciudadanos.
Por eso también el mandatario trabaja arduamente para vincular su figura y nombre a su partido político (Morena) y a sus potenciales candidatos: para que el voto en las próximas elecciones pase a ellos “de manera automática”. Hasta ahora, y por las cifras vistas, parece que avanza en tal sentido.
No sé si la oposición se ha percatado de esta situación. Considero que no o que no le importa, pero creo que lo que debería de hacer es reducir al mínimo su pleito con la figura presidencial y encaminar sus baterías a Morena y a sus potenciales candidatos, así como a la probable corrupción que viene con ellos.
Obviamente debe contar con un programa de gobierno alternativo. Contrastar lo que se ha hecho con lo que se debe de hacer. Proponer y no sólo pelear o quejarse del estilo morenista de debatir. Eso mantendrá la situación tal como está.