Autoría de 2:13 am #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

#Video Canciones populares incomprensivas – Víctor Roura


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Hay canciones que a uno lo desbordan. A veces por su insolente belleza, a veces por su cabal contracción poética, a veces por su inefable estructura melódica, a veces por la visible errada interpretación de su contenido e incluso a veces, sí, por su incomprensible lírica, inciso este último al que me atendré esta vez exclusivamente. Porque escasas son las canciones sin motivo, ya que todas, de manera declarada o discretamente, airean alguna circunstancia que las ha llevado a cierta conclusión, comprensiva o no, pero las canciones que irradian, aunque populares, una ilógica evidentemente irresoluble que no mueve a discusión alguna pese a su insondable enigma, resultan ser temas musicales difíciles de hallarse en la memoria colectiva.

      Por ejemplo, la pieza “Nosotros”: “Atiéndeme, quiero decirte algo que quizá no esperes, doloroso tal vez. Escúchame que, aunque me duela el alma, yo necesito hablarte.  Y así lo haré: nosotros, que fuimos tan sinceros, que desde que nos vimos amándonos estamos; nosotros, que del amor hicimos un Sol maravilloso, romance tan divino; nosotros, que nos queremos tanto, debemos separarnos. No me preguntes más. No es falta de cariño. Te quiero con el alma, te juro que te adoro y en nombre de este amor, y por tu bien, te digo adiós”.

      Por supuesto, la lírica es completamente incomprensible: ¿por qué el amante, o la amante, se despide si no es por falta de cariño, si incluso jura que su amor es pleno, conmovedor, total? No hay una razón lógica para tal decisión (¿por qué terminar una relación si se ama con intensidad a la otra persona?)… a menos —como se comprueba sólo hasta la revisión de la biografía del compositor, el cubano Pedro Buenaventura Jesús del Junco-Redondas, conocido como Pedro Junco Jr.— que el enamorado sienta, o intuya, que son los últimos pasos suyos en esta tierra, algún padecimiento interno suyo incontrolable (una enfermedad terminal o una pesadumbre suicida). No en vano el voluntario renunciador al amor dice claramente en la canción: “Nosotros, que nos queremos tanto, debemos separarnos. No me preguntes más”. ¿Por qué no habría de preguntarle la amada, o el amado, la razón de tal abrupta interrupción pasional si entre los dos el amor fluye primaveral?

      Al observar la biografía de Pedro Junco Jr. acaso se nos revela el misterio lírico del autor fallecido prematuramente a la tierna edad de 23 años: había nacido en la cubana Pinar del Río el 22 de febrero de 1920 y abandonado el mundo en esa misma ciudad el 25 de abril de 1943, ¡un año después de haber compuesto “Nosotros”!, lo cual podría suponer un despido del autor de esta vida que introdujo, su dicho malestar, en la canción sin percatarse, o percatándose completamente, del enigma que dejaba planteado en su composición; es decir, no independizó la música de su propia dolencia, de ahí la absoluta incomprensión del contenido de la popular canción.

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La otra canción, igualmente incomprensible, es la intitulada “Cruz de olvido”, que a la letra dice: “Con el atardecer me iré de aquí, me iré sin ti, me alejaré de ti con un dolor dentro de mí. Te juro, corazón, que no es falta de amor, pero es mejor así. Un día comprenderás que lo hice por tu bien, que todo fue por ti. La barca en que me iré lleva una cruz de olvido, lleva una cruz de amor y en esa cruz, sin ti, me moriré de hastío”, cuyo autor Juan Záizar Torres (Tamazula de Gordiano, Jalisco, 9 de septiembre de 1933 / 6 de febrero de 1991), además de compositor e intérprete de música vernácula, también incursionó en la actuación.

      Acompañado de su hermano David, grabó 60 discos y como solista 23. En el año 1984 Juan Záizar produjo la película Cruz de Olvido que, independientemente de su trama, incorpora la canción que ha sido a la vez reproducida por numerosos intérpretes de toda laya, que ignoro si se percatan, o no, de la lírica por sí misma ininteligible no precisamente por no entenderse lo que está diciendo sino justamente por el carácter complejo e incomprensible de lo que se está diciendo: ¿por qué terminar una relación si se ama con intensidad a la otra persona, tal como se asienta sin rodeo de ninguna especie?: “Te juro, corazón, que no es falta de amor, pero es mejor así. Un día comprenderás que lo hice por tu bien, que todo fue por ti”. ¿Por qué entonces, con justificada cordura, no habría de preguntarle la amada, o el amado, la razón de tal abrupta interrupción pasional si entre los dos el amor fluye primaveral?

      Digamos que escucho al grupo roquero uruguayo No Te Va Gustar interpretando “Cruz de olvido” con un arreglo de calidad musical difícilmente superado tanto por otras bandas similares como por cantores rancheros y la pregunta me salta, me asalta, con prontitud: ¿estará consciente esta rigurosa agrupación del canto sin lógica de esta canción?, ¿qué lo que está declarando el amado, o la amada, no se apega a ninguna lógica concebida del amor?

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Canciones incomprensivas hay muchas, igualmente mediáticas. Como la de “Sabrás que te quiero” del jalisciense empresario Teddy Fregoso (1925-2015), quien compuso: “Cuando puedan mis noches hablarte y logren decirte lo que eres en mí, ¿qué de cosas irán a contarte?, ¿cuántas otras sabrás tú de mí? Que te quiero, sabrás que te quiero. Cariño como éste jamás existió, que mis ojos jamás han llorado como aquella noche que te dije adiós, que deseo volver a tu lado, tenerte conmigo, vivir nuestro amor. Que te quiero, sabrás que te quiero porque eres mi vida, mi cielo y mi Dios”.

      Vamos, ¿y si la mujer era su vida, su cielo y su Dios entonces por qué rayos se despidió de ella por siempre (o habrá sido sólo una noche en que su cita acabó y ella tenía que retirarse para verse otro día, y si sólo se trataba de la despedida nocturna)? Si en la canción se dice que los ojos del hombre jamás habían llorado como aquella noche en que le dijo adiós, uno supone a pie juntillas que el que terminó con la relación (si de verdad se trata de un rompimiento definitivo, no de un adiós volátil, pasajero) fue él, no ella, a menos que la composición estuviera mal redactada por supuesto.

      Sin embargo, en la lírica musical existe una infinidad de canciones ambiguas que no por ello dejan de ser populares… resuelta esta ambigüedad con premura por el compositor español ya nonagenario Manuel Alejandro, quien escribió de una vez y para siempre: “Porque el alma se vacía, como el cántaro y la nube, el amor acaba. Porque suave se desliza como sombra la caricia, el amor acaba. Porque el sentimiento es humo y ceniza la palabra, el amor acaba. Porque el corazón de darse llega un día que se parte, el amor acaba. Porque se vuelven cadenas lo que fueron cintas blancas, el amor acaba. Porque llega a ser rutina la caricia más divina, el amor acaba. Porque somos como ríos: cada instante nueva el agua, el amor acaba. Porque mueren los deseos por la carne y por el beso, el amor acaba. Porque el tiempo tiene grietas, porque grietas tiene el alma, porque nada es para siempre, que hasta la belleza cansa…”
      Pero, a diferencia de las dos canciones anteriores, aquí el hombre, ¡gracias a Dios!, no finaliza la relación por el bien de ella a pesar de quererla… ¡al grado de convertirla en su Dios! Claro que esta ambigüedad da pie al beneficio de la duda, porque el compositor, astuto, no aclara si el hombre fue el que se despidió amándola a rabiar o si fue la mujer la que le dijo que se fuera acaso harta de su cursilería a flor de piel, aunque la letra sugiere que la decisión provino del mando masculino.

      ¡Pobres hombres que se ven en la necesidad de terminar con una mujer envueltos en fiebres amorosas por la mujer de la que se están despidiendo con amargo llanto… aunque dicho adiós sea sólo de un día para el otro!

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En las canciones incomprensivas existen, ciertamente, piezas hipocritonas, ¡alegóricamente patriarcales que incluso fueron coreadas de manera jubilosa por feministas que adoraban a José José! Como la canción “Eso nomás”, del argentino Roberto Livi (1942-2019), que reza de este vergonzoso modo: “Cuando ya no estemos juntos y la gente te pregunte lo que yo he sido en tu vida, diles que fui importante, que me has querido bastante y no estás arrepentida. No les hables mal de mí, no te vale ser así, que no soy un enemigo: Dios es testigo cuanto te amé. No les cuentes mis defectos, di que fui casi perfecto aunque sepas que es mentira. Que si no nos entendimos así lo quiso el destino, que son cosas de la vida. Háblales de mis virtudes, de mis buenas actitudes, de lo lindo que sentimos, que si estamos separados es que el amor se ha acabado… pero que es eso nomás. No todo fue sufrimiento, tuvimos buenos momentos cuando el amor era todo. Después llegó la tormenta. Fueron aguas turbulentas, pero a pesar de eso no les hables mal de mí, no te vale ser así, que no soy un enemigo: ¡Dios es testigo cuanto te amé!”

      Lo incomprensible de estas persuasiones líricas es que llegan, o llegaron, a convencer a multitud de hembras que disfrazan, o disfrazaban, sus turbulentas relaciones con hombres de escasa o nula fe amorosa que han sido amados rabiosamente ya por convicción, ya por ingenuidad, ya por coyunturas oportunas (¿no una coyuntura es de antemano oportunista?), ya por falta de asideros de vida, ya por poca experiencia, ya por ilusiones equívocas, ya por caprichos sexuales, ya por imposiciones costumbristas, ya por violencias domesticadas.

      Porque en el amor a veces funciona la voluntariosa amnesia, como lo escribe el también argentino Dino Ramos (1928-1984): “Usted me cuenta que nosotros dos fuimos amantes y que llegamos juntos a vivir algo importante. Me temo que lo suyo es un error. Yo estoy desde hace tiempo sin amor. Y el último que tuve fue un borrón en mi cuaderno. Usted me cuenta que hasta le rogué que no se fuera y que su adiós dejó a mi corazón sin primavera, que anduve por ahí de bar en bar llorando sin podérmela olvidar gastándome la piel en recordar su juramento. Perdón, no la quisiera lastimar. Tal vez lo que me cuenta sea verdad. Lamento contrariarla, pero yo no la recuerdo”.

      ¿No casi todas, si no es que todas, las canciones gruperas, con el alarido consecuente de inmediata aceptación de las fans, hablan de las traiciones, bajas pasiones,  chismeríos, alharaquientos fervores, insolencias y mentiras de las insufribles y sufridoras mujeres que coartan, lapidan, maltratan, laceran, agravian e insultan a los pobres, desgraciados, nobles, corteses, honestos, educados, sinceros y resueltos, ¡ay!, caballeros, víctimas de las irresolutas damas.

      Y la televisión, y los portales, prontamente incorporaron programas especiales, conducidos sobre todo por hermosas mujeres, para ensalzar a los grupos y solistas gruperos, inspirados compositores que en sus canciones exhiben, con determinante realismo social, las veracidades alarmantes de las mujeres que miran en los hombres, ¡otra vez ay!, pura carne de cañón en vez de admirar sus excelsos impulsos amorosos inmersos en bondadosos arrebatos apasionados llenos de honesta actitud masculina.

      Caray.

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Una canción absolutamente incomprensible pertenece, por supuesto, a Juan Gabriel (1950-2016) para quien el amor no es posible si no se posee dinero, razón por la cual, acaso, se empecinara en obtenerlo a raudales para hacerse de millonarias propiedades sobre todo en Estados Unidos, lo que consiguió con holgura debido a sus melodiosas composiciones: “No sabía de tristezas, ni de lágrimas, ni nada que me hicieran llorar. Yo sabía de caricias, de ternura, porque a mí desde pequeño eso me enseñó mamá, eso y muchas cosas más. Yo jamás sufrí, yo jamás lloré. Yo era muy feliz, yo vivía muy bien. Yo vivía tan distinto, algo hermoso, algo divino, lleno de felicidad. Yo sabía de alegrías, la belleza de la vida, pero no de soledad… Hasta que te conocí vi la vida con dolor. No te miento: fui feliz, aunque con muy poco amor. Y muy tarde comprendí que no te debía amar jamás porque ahora pienso en ti más que ayer, pero mucho más. Ahora quiero que me digas si valió o no la pena haberte conocido, porque no te creo más. Y es que tú fuiste muy mala. Sí, muy mala conmigo. Por eso no te quiero, no te quiero ver jamás. Vete, vete, vete, vete, vete de mi pena. Vete, no te quiero, no te quiero ver jamás”.

      Incomprensible, porque para comenzar hay un sinnúmero de contradicciones que dejan a la ambigüedad en el centro de la tormentosa relación: uno) conoció a un hombre —si bien en la canción se menciona, por conceptos mercadológicos, a una “mujer” muy mala, no “hombre”, como debió haber sido— del cual se enamora perdidamente que lo hizo conocer, al protagonista, toda clase de tristeza y humillaciones, dos) pero a pesar de dicho maltrato, el protagonista fue feliz “aunque con muy poco amor”, tres) lo que lo hizo comprender, demasiado tarde, que no debió amarlo “jamás” no por otra cosa, sino “porque ahora pienso en ti más que ayer, pero mucho más”, cuatro) sin embargo todavía se atreve a preguntarle, al que lo ha dañado bastante, “si valió o no la pena haberte conocido”… ¡porque no le cree más!, cinco) ¡por eso le confiesa que ya no lo quiere a pesar de que precisamente ahora es cuando más piensa en él!, seis) y le grita: “Por eso no te quiero, no te quiero ver jamás” y siete) le pide que se vaya: “Vete, vete, vete, vete, vete de mi pena”, lo cual significa… ¿que seguía viviendo con él? ¡Cuando una persona le pide a otra que se vaya es porque obviamente está junto a ella! Pues no le pediría que se fuera si ya estuviera fuera —nalga la redundancia, como diría asertivamente el español, nacido en Filipinas, Luis Eduardo Aute (1943-2020), un compositor ejemplar, sin ambigüedades en sus esclarecedoras canciones—, evidentemente.

      ¡Vaya incomprensiva popular canción!

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Probablemente las preguntas básicas de esta situación enigmática sean: ¿por qué estas inverosímiles, no creíbles, canciones se hicieron populares con el paso del tiempo, por qué los receptores, o los intérpretes, o los propios autores han aceptado, tácitamente —incluso con un dejo de tristeza irrazonada—, que un enamorado renuncie a su amor estando aún enamorado, por qué esta revelación del fin amoroso se da siempre responsabilizando —con atmósferas de martirio— a la persona amada (las citas de las dos primeras canciones son textuales: “Un día comprenderás que lo hice por tu bien” se canta en “Cruz de olvido” y “… en nombre de este amor y, por tu bien, te digo adiós” se corea en “Nosotros”) y no la asume, el o la declarante —esta interrupción súbita del amor—, como una decisión personal irreconciliable, como podría ser una enfermedad incurable, un atributo de la inmigración, un amorío inesperado, el encuentro ahora sí ideal con otra persona, un giro imprevisto en la preferencia sexual o, por qué no, un hastío mortuorio?

      Las disrupciones amorosas son causadas, en efecto, ya por el tiempo, ya por la propia pareja, ya por el escaso incentivo corporal, ya por las rutinas amorosas, ya por diferencias ideológicas políticas (él priista, ella morenista o al revés), ya por economías quebrantadas, ya por descubrimientos hormonales diabólicos, ya por los inexistentes diálogos en la intimidad, ya por el recurrente interés por una piel ajena, de ahí que algunas personas prefieran morirse de hastío a solas que morir de hastío con su pareja o por su pareja.

      Porque la honestidad no es una costumbre entrañable al interior de una relación amorosa, mucho menos es un factor sustancial en un compositor: una cosa es el músico y muy otra el hombre o la mujer, pocas veces inexorablemente unidos.

      (Un ejemplo clásico de esta insinceridad, por ejemplo, lo ilustra Juan Gabriel cambiando, necesariamente, el género por uno convencionalmente mercadológico: en lugar de hombres, a los que Juan Gabriel cantaba con anhelante fervor, sencillamente modificaba el género supliéndolos por mujeres, no en vano de él nada más pudo haber salido una canción como “Querida” pues se sabe que, en el orbe masculino, una querida es una amante, la otra mujer, la hembra de la casa chica, pero querida en el ámbito homosexual es una persona amada. Es un adjetivo correctamente usado. Pero era evidente que Juan Gabriel cuando cantaba en público no era Juan Gabriel sino una persona que en su canto se disfrazaba de alguien que obviamente no era.)

      La honestidad es un recurso que se mueve de acuerdo a donde soplen los vientos, a veces.

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LA LUPA.MX

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Last modified: 13 junio, 2022
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