Me preocupa mucho la pornografía que se está produciendo en México, tanto por casas productoras “serias” como por todo el circuito de producciones “amateurs”. No sólo las cuestiones técnicas… también los temas que reproduce, la recepción de las audiencias, las influencias que la mueven. Me consterna, especialmente, por el potencial de su carácter gratuito y viral, y por su permanencia en la mente colectiva.
Por sobre todas las cosas, la pornografía es un producto cultural que se produce y consume masificadamente. Es la aproximación más temprana a la educación sexual para muchxs, por lo que su impacto en las identidades, sus formas de relacionarse y actuar, debe ser reconocido antes que erradicado.
Lamentablemente, durante los últimos tres años –mismo periodo que la pandemia, la hiperdigitalización, el alza de la violencia doméstica y contra las mujeres– la producción nacional ha vivido su mayor auge, optando por recuperar las peores influencias estadounidenses, de la mano de la retroalimentación de la audiencia.
Paul B. Preciado estudia en su obra Pornotopía: arquitectura y sexualidad en Playboy durante la Guerra Fría el impacto que esta enorme casa productora estadounidense tuvo en la conformación de la identidad de los hombres contemporáneos.
La pornotopía, primeramente institucionalizada en EE. UU., reconfigura la identidad del hombre hacia la del eterno “soltero urbano y suburbano”, una construcción de una nueva forma de vida doméstica específicamente masculina, en la cual –sin importar si está casado o no– vuelve a casa después del trabajo, pero no la habita de la misma manera que la mujer. Una reconquista de la casa, por el hombre, para el placer.
Este concepto distópico se ancla en un paradigma económico y cultural conocido como “capitalismo farmacopornográfico” o “capitalismo cachondo”, un régimen de control del cuerpo y de producción de tendencias estéticas, acarreado por tres jinetes: la aparición de la cirugía plástica y cosmética, la comercialización de fármacos anticonceptivos, vigorizantes, etc.; y la transformación de la pornografía en cultura de masas. A este capitalismo le interesan los cuerpos y sus placeres, saca beneficio del carácter compulsivamente masturbatorio de la heteromasculinidad moderna.
De este contexto es que emanan las principales casas productoras mexicanas de pornografía: Sexmex y Axxxteca. Estas mismas han sido objeto de constantes burlas en internet durante las últimas semanas; sus videos son utilizados como ejemplos de malas actuaciones, pésima calidad audiovisual, guiones penosos y argumentos estúpidos.
Esta clase de producciones no son endémicas de México, de hecho, son un refrito de películas y series de grandes productoras pornográficas estadounidenses, cuyo éxito reside en haber pandemizado el porno con una fórmula irresistible para el “soltero urbano”: comedia fácil y placer sexual.
La producción nacional está siendo referente de mala calidad, y eso nunca es bueno cuando se habla de contenido tan educativo como la pornografía. En vez de que esta industria en crecimiento avance hacia modelos más autocríticos, conscientes y menos dañinos, que ayuden a combatir sus principales males y los de la sociedad que la consume y pone en práctica, han decidido llevarlos a su máxima expresión.
La cultura de la violación, el incesto, los estereotipos dañinos, la mala comedia, y demás fosa común, cautivan a millones de mentes que, por entretenimiento y placer, han convertido a las productoras pornográficas mexicanas en verdaderos gigantes de la industria cultural nacional.
Unx podría pensar “y eso a mí, que no consumo pornografía o que sólo veo porno vegana independiente, ¿cómo me afecta?”. Rechazar categóricamente la pornografía mainstream, en el marco de una pornotopía, es darse un balazo en el pie si lo que se busca es modificar la reproducción de la violencia sistémica. La intención de todo esto no es hacer apología a la pornografía, ni tampoco denostarla. Se trata de poner las cartas sobre la mesa, reconocer que existe un problema, porque impacta en otros aspectos de la vida, individual y comunitaria, y que la mejor forma de combatirlo es utilizando la cultura para reeducar las mentes y los cuerpos, no en favor del sistema, sino de nosotrxs, nuestras parejas y lxs demás.