En los días pasados tuvo lugar la reunión del grupo de los siete, conocido comúnmente como el G7, en Bavaria, Alemania. Entre varias cuestiones, los líderes asistentes discutieron un nuevo paquete de sanciones para Rusia por su invasión a Ucrania. ¿Qué tan significativo es este movimiento adicional para Europa?
De la anterior reunión del G7 en Cornwall, Reino Unido, a esta en Alemania el mundo ha cambiado drásticamente. Las conversaciones, la agenda y las preocupaciones son enteramente diferentes. La reunión de hace un año estaba enmarcada en un júbilo por el restablecimiento de las buenas prácticas y relación institucional que la presencia de Joe Biden trajo por parte de Estados Unidos de América al grupo de los siete, a comparación de la terrible actuación que años antes había ofrecido Donald Trump en su administración.
De esa manera, el punto medular de la edición del G7 de hace un año fue retomar la cooperación internacional entre las naciones involucradas en la reunión. Hoy en día, el grupo de los siete discute también de cooperación internacional, pero esta vez no para mejorar la economía de los países, o el comercio, la interacción, o alguna otra dinámica en tiempos de mayor estabilidad, sino para intentar detener una guerra en una de las puertas de Europa, provocada y mantenida por un personaje durísimo de doblegar.
Las decisiones tomadas en la reunión del G7 implican un acuerdo de varias de las naciones más poderosas e influyentes en materia política y económica, lo que conlleva una enorme responsabilidad, puesto que muchos países confiarán y seguirán los resultados a los que se llegaron para intentar disolver la sensible guerra en Ucrania. Parte de estos resultados han sido acentuar la prohibición de la compra de petróleo ruso, pero también bloquear las importaciones de oro proveniente de Rusia, lo que supone otro golpe de relevancia para contrarrestar el ánimo del Kremlin por continuar su “operación militar especial” en Donbás.
La ayuda del G7 y de muchos países europeos a Ucrania se ha visto en múltiples ocasiones en periodos cortos de tiempo desde que inició la guerra a finales de febrero. La cooperación militar es la asistencia más evidente y recurrente que ha recibido Kiev ante las hostilidades de Moscú, pero también encontramos cooperación económica y servicios de inteligencia por parte de Occidente. Finalmente, como forma no sólo de ayudar al país invadido, sino de protesta ante la violación del derecho internacional, un puño de países ha establecido una larga lista de sanciones contra Rusia.
En este escenario se encuentran las recientes sanciones que el G7 en Alemania ha acordado para Moscú. Es un nuevo respiro para Volodimir Zelenski y los intentos del ejército ucraniano por detener y derrotar al ruso, objetivo que el mandatario persigue para antes de que llegue el invierno, puesto que de fallar supondría un obstáculo más tanto para los soldados de Ucrania como para civiles.
Sin embargo, más allá del interés por conseguir esta meta, no parece que Vladimir Putin vaya a bajar las manos en el futuro próximo. Un gesto que indica su tranquilidad y parsimonia es justamente su visita a Tayikistán y Turkmenistán, dando un mensaje a Occidente de que, a pesar de los intentos por aislar a Rusia, el mandatario no está solo. Dicho sea de paso, el apoyo de China, aunque no explícito, sí lo tiene Moscú, pero a conveniencia de Beijing.
Así, el reto del G7 es mayúsculo. De entrada, más allá de su esfuerzo, no parece que estos nuevos acuerdos construidos en Alemania vayan a ser suficientes para disuadir al Kremlin de continuar su guerra. Hay que recordar que la guerra en Ucrania afecta sensiblemente a toda Europa y a otras partes del globo. El continente debe dar otro estirón a sus sanciones e identificar cómo aumentar la disuasión contra Putin sin que Rusia quede humillada, puesto que eso sería terriblemente contraproducente para la estabilidad y seguridad regional en primera instancia.
