Autoría de 3:54 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito • 2 Comments

Irreflexivas reflexiones en torno de la contemporaneidad – Víctor Roura

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Apenas al iniciarse el siglo XXI recuerdo que varios jóvenes todavía se indignaban cuando uno los instaba a la lectura de un periódico para que se formaran ―forjaran― una concepción de sí mismos con relación ya a la política, ya a la cultura, ya a los asuntos sociales.

      ―¡Prefiero comprarme una torta que gastar cinco pesos en una publicación! ―contestaban llenos de ira los respondones.

      Los tiempos han cambiado: a casi ningún joven le interesa ahora leer un periódico porque sus lecturas son digitales en aparatos que le han costado de dos mil a más de veinte mil pesos. La cifra de cinco pesos, hoy, es ridícula ante los costos tan elevados de la canasta básica electrónica: ¡antes se sulfuraban por cinco pesos y evidentemente ahora es más preciso portar un celular de más de cinco mil pesos que cargar un libro de Sófocles de cien pesos!

      El costo de las culturas elementales también se ha trastocado drásticamente: lo que antes podía pasar de asunto relevante muchos lo apreciaban como materia anodina y lo que se consideraba una circunstancia superficial ahora es un objeto de suma utilidad.

      Un periódico, cuando aún no existían los aparatos digitales, sólo era adquirido por la gente con posibilidades económicas, de ahí que, con la excepción de la revista Alarma!,  los diarios de papel no fungían en realidad como señeros negocios sino dependían, y todavía dependen —o sobreviven, mejor dicho—, de la aportación monetaria tanto de los gobiernos en turno como de la clase empresarial, que desde la instauración, o instalación, de los partidos políticos ambos —el funcionariato y los grandes comerciantes— han impuesto, u organizado, o establecido, o diseñado, la libertad de expresión en los medios, regidos preponderantemente por la economía de terceros, lo que explica, o hace entender, la escasa autonomía informativa o los demasiado pocos periodistas independientes  que transitan, o los dejan transitar, en los medios.

      Hoy nadie se atrevería a decir que en lugar de gastarse diez pesos —o veinticinco, o sesenta, o hasta doscientos pesos— en una publicación o en un libro preferiría mejor invertirlos en un tlacoyo (¡hay restaurantes donde cobran casi 300 pesos por una tlayuda!) si en su mano portara un celular con valor de más de cinco mil pesos: ya simplemente diría que en su aditamento digital puede consultar, si así lo deseare, un libro, un noticiario informativo, una película, una conferencia, un concierto, una obra teatral,  un chisme de su interés en tiempo real.

      —¡Ya estamos en otra era, caray! —me diría una persona tratando, según su compostura contemporánea, de abrirme los ojos.

      Así es, reflexionaría yo a solas, ya es temporada de enriquecer a otro sector empresarial, ciertamente, para proseguir meneando el círculo inacabable de las necesidades transitorias (esta vez al emporio de la electrónica).

      Ya no me tocará ver el lapso del enriquecimiento de la industria de los transportes voladores, por ejemplo, ni el de la suministración de agua a domicilio, ni el de las máscaras protectoras de contaminación, ni el de los carros autónomos…

2

El tuit es el mensaje, hoy, que puede ser adaptado o convertido, de acuerdo a la coincidente susceptibilidad o a la volubilidad empática de quien lo recibe, simultáneamente en aviso, urgencia, noticia, determinación, rumor, opinión, juicio, júbilo, humor, información, réplica, encono, saludo, turbación, chisme, turbulencia, oportunismo, conmiseración, descaro, descargo, declaración de principios, hipocresía enfática, arremetida, conjuro, desaire, ira, calumnia, odio, discriminación, racismo, estoicismo, complicidad, vanidad, perjurio, prejuicio, catarsis, mordacidad, intolerancia, proselitismo, favoritismo, apasionamiento, cortejo, consejo, cortedad, conocimiento, deslealtad e indignación.

      Porque un tuit cualquiera, hasta el más impreparado ser de la galaxia, puede emitirlo, y a eso mucha, numerosísima, gente le llama, ufana, libertad de expresión cuando ésta se produce de una acumulación de saberes, no de una urdimbre de opinionitis; de un caudal de veraces conocimientos, no de una suerte de ocurrencias momentáneas; de un férreo e insobornable criterio, no de un oleaginoso o aleatorio acomodaticio punto de vista; de una definición imperecedera de lo propio, no procedente de furtivas conveniencias o convenciones.

      Dicen que un tuit visibiliza, aunque de modo anónimo o con cuentas falsas. Lo imperioso, sin duda —como todo en estos acelerados tiempos de urgencia, de premura, de inmediatez—, es soltar la opinión, exhibir la conmoción o el enfado, el resquemor o la misantropía, la inopia o la agudeza, la ignorancia o el ánimo cultivado, la aversión o la simpatía, el segregacionismo o la afinidad, el rencor o la avenencia. Si miles de millones de navegadores en el mundo son usuarios de la denominada red social es justamente por ese irrefrenable deseo de levantar la mano, de esa —acaso todavía incomprendida— ansia de hacerse presente, de hacerse, sí, visibles, de ahí esa ya indiscreta manía de metamorfosearse en youtuberos montando sus propios canales para precisamente tratar de hacerse visibles: si ciertas personas, carentes paradójicamente de visible personalidad, registran miles o hasta millones de seguidores —que, sin querer o queriendo, los enriquecen de manera vertiginosa—, no nos habla sino del uso inmoderado, mas novedoso —¿emprendedor,  provechoso, satisfactorio?—, de una ociosidad vinculada con distractores que optan adjetivarse con carismáticos sobrenombres inusuales en esta asombrosa rama de la impericia. ¡Por fin a la inamovilidad podría llamársele de una manera menos tormentosa: creativa ociosidad o ilusoria pereza!

      Daría igual si ambas titulaciones engordan, aún más, el mercado de la electrónica que, por su naturaleza misma, es de por sí plural, lo que no garantiza, por supuesto, su automática democratización: que todos los medios de comunicación abogaran por la libertad de expresión, derecho entrañable suscrito en la propia Constitución, no significa que la auspiciaran. No todos los youtubers, pues, adquieren su ropa en la misma sastrería.

      Si bien esta libertad expresiva también puede usarse de modo flexible, maleable, ajustable. Por ejemplo, decir una cosa en un sitio y otra muy distinta en un lugar diferente al anterior. El periodista Ricardo Rocha, por ejemplo, decía una cosa sobre su ingente labor televisiva a Fernando Rivera Calderón en Canal Once y a Brozo, en un canal muy distinto, le trinaba sobre la deplorable función de la actual Secretaría de Educación Pública luego de haber pasado en esos andadores gente como Vasconcelos o Torres Bodet… ¡conservando, a no dudar, en ambos sitios su envidiable y óptima libertad expresiva! Porque pareciera que hoy da lo mismo decir una cosa que otra basándonos en la premisa del publicista Alazraki que insta, o sostiene, o estimula, o alienta, a decir mentiras para acabar de una vez y para siempre con el partido político Morena, acaso prosiguiendo la llamativa sentencia alemana que reza “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, la cual ha despertado tanto furor en las redes sociales curiosamente no contra quien la mencionara sino —otra vez, de nuevo, trinorosamente— contra la imagen presidencial.

3

Dos amantes que dicen amarse rabiosamente están en una cafetería, están unidos inevitablemente, locos el uno por el otro, dicen que no hay manera de separarlos. Ahora cada uno atiende sus inesquivables mensajes en el celular. Un minuto de silencio entre ambos. Mientras él responde a una cita con una chica que por fin le ha dado el sí, ella contesta afirmativamente a un hombre que la pretende desde hace varios días, le dice que sí, que la espere en su casa (en la de él, no en la de ella),que vaya preparando el vino, pues irá dispuesta a todo. Terminan sus respectivas declaraciones, guardan su teléfono y se besan ardientemente. De pronto, el hombre le dice que tiene una reunión en el trabajo a deshoras, qué lata con estas improvisaciones, pero qué se le va a hacer con estas emergencias, no te preocupes, mi vida, yo me voy a la casa y mañana nos hablamos. Cada quien vive en su propio domicilio y se aman alternadamente, un día en la casa de uno o la del otro, donde fuera para apagar el fuego que los consume de tanto amor. Pagan la cuenta y se retiran de la cafetería. Se besan en la calle, se prometen amor eterno y se despiden con la promesa de verse al día siguiente. Y cada uno va, presuroso, a su nueva cita amorosa. Ella se pinta los labios de nuevo y él se ajusta el cinturón. La noche promete una madrugada diferente, ambiciosa, hirviente, novedosa, con otros suspiros, con otras respiraciones, con otros intensos alientos.

      En las redes sociales las personas se enamoran incluso de quienes jamás han visto en la vida, envían fotos de sus desnudos a navegantes cuya moral desconocen, chatean horas con la emoción a flor de piel dirigiéndose a personas que probablemente sean los amores de sus vidas, en los emoticones mucha gente halla lo que antes diversos lectores creían encontrar en los libros de autoayuda.

      Y los boletines de prensa han sido sustituidos por los tuits, por el trinar de numerosos pajarillos que a veces sólo rabian (¡vaya asimetrías del idioma: sinónimos de trinar son puras palabras de enfado!) como reacción a, no guiados por un pensamiento centrado o educado. Un tuit, por tanto, es un silbidito encaramado en la cresta de un frondoso árbol, un silbidito que ni los ornitólogos a veces comprenden.

      Los gorjeos cantarinos son ya imparables, son el idóneo método del proselitismo, de la eficaz propaganda ideológica, del pujante arbitrio sagaz sin ninguna moderación, son el ejemplar grito antes oscurecido en las vísceras de la intimidad, el ansia de visibilizarse aunque a veces con nombres falsos para no ser jamás reconocidos en bajezas de índole transitoria, son ocasionalmente, cómo no, el escudo perfecto de la mediocridad.

4

El jueves 30 de junio, en Canal 14, Sabina Berman, ahora periodista acuciosa, dice a Santiago Nieto que fue despedido del gabinete presidencial por haber invitado a su boda a personajes que le caen muy mal a López Obrador, pero el político, más sereno, le dice que se habló de una fiesta ostentosa, que él lo había entendido y, por ello, había presentado su renuncia. Sabina Berman no dejaba de hacer gestos de remarcamiento de una intolerancia, inadmisible, obradorista. Y me pongo a recordar, y no sé si Sabina Berman lo recuerde también, que en sexenios pasados se hablaba de bodas y fiestas igual de ostentosas que a nadie castigaban por tanto descaro exhibicionista monetario, y recuerdo que algunos se referían a dichos actos como la algarabía de la impunidad o algo así, y al siguiente día todos los medios callaban tales lozanías económicas; pero ahora que una boda ostentosa del funcionariato tiene una consecuencia nunca antes perpetrada en la clase política, una periodista se ofusca por ello. Es decir, lo que se hacía anteriormente en realidad no estaba mal: la clase adinerada, inmersa en el gobierno, tenía todo el derecho demostrarse tal cual, ¿por qué carajos no?

      Ahora, con la inquina que despierta la opinión y el accionar de López Obrador, numerosa gente no puede controlar su enfado por la novedosa intervención de un Primer Ejecutivo, antes cautivos en su verbo silente —porque hay verbos ruidosos, verbos gestuales, verbos de simulacro, verbos amañados, verbos de todo tipo.

      ¡Pero es una insensatez que un verbo claridoso proceda de un presidente de la República!

      El propio conductor del programa Sacro y Profano que transmite el Canal Once, Bernardo Barranco, entrevistado en el noticiario nocturno de ese Canal el jueves 30 de junio, dijo que la respuesta de López Obrador a la deturpación de los clérigos por las muertes de los dos jesuitas en Chihuahua era exagerada (la respuesta, no la deturpación), que el presidente debía serenarse, porque no podía ser tan rudo por un reclamo de justicia aunque nunca antes los representantes religiosos hubieran brincado como lo están haciendo en este momento. ¿Por qué un presidente debe permanecer en silencio como se hacía antiguamente y ante el cual todo el mundo estaba tan acostumbrado que pareciera ahora una vileza cualquier contestación que proviniera de la figura presidencial?

      Me pongo a cavilar sobre esta curiosidad tan peculiar en el presente: mientras en los canales públicos los artistas de Televisa se sueltan la cabellera para afianzar y airear sus logros y sus éxitos (Jorge Falcón, el viernes 1 de julio en el programa nocturno musical de Canal Once, contaba, orondo, que en 1981 cantó en El Patio para grandes personalidades, mencionando sólo a dos: Jacobo Zabludovsky y el gobernador del Estado de México, no sabemos si Jiménez Cantú o Alfredo del Mazo, porque no lo aclaró el show man, pero en la televisión pública, como se mira, se siguen refrendando las proezas del priismo en emisiones televisivas verdaderamente pluralistas), en TV Azteca un veterano roquero como Sabo Romo —el jueves 30 de junio en Ventaneando— no paraba de soltar loas a los conductores de este programa incluso diciéndoles que con ellos a su lado se sentía como en casa, pues nadie como estas ilustres personas para dignificar la buena prensa.Y mientras hacía esta fantasiosa apología (Sabo, no yo), el dueño de TV Azteca —Ricardo Salinas Pliego—, en una más de sus comunes groserías, gorjeaba —en su lenguaje maltratado sin respeto a la prosodia, errado en la posible ironía, extraviado en  la pretensa cortesía— en un tuit: “Estoy seguro que esta imagen de @jenarovillamil es falsa y si fuera verdadera no tendríamos porque atacarla por sus preferencias… fuerza Jenaro y mi total apoyo, la vida personal es aparte… nada más no se meta conmigo publicando falsedades o notas sin pruebas, abrazo!” Y Jenaro Villamil, que está transformando creativa y pluralmente en serio el contenido de la televisión pública, respondió sin veleidades, directo como siempre ha sido: “La foto no es falsa, señor @RicardoBSalinas. Soy gay y con mucho #Orgullo2022. Le recuerdo que ser gay, lesbiana, trans o bisexual no es ninguna enfermedad y menos algo de qué avergonzarse. Enfermo es ser megalómano, fingir empatía, intimidar y usar información privada… like you”.

      Porque los tuits son aprovechados de manera oportuna, sobre todo, por los que no suelen resaltar precisamente por un verídico discurso, de ahí, por ejemplo, la manía de Donald Trump por usarlos con arbitrio indomeñable: cuando Rusia invadió Ucrania, Trump trinó diciendo que Estados Unidos debía continuar con el ejemplo apostando sus tropas en la frontera con México. O una lindura parecida. No en vano a estos mensajes se les ha llamado tweets, palabra derivada de twitter que en español significa trinar. Y una de las acepciones en castellano de trinar es el de “estar muy enfadada [una persona], dando muestras exteriores de impaciencia o enojo”. Tweet podría decirse es el apócope de twitter, el raudo sonido del trinar (en español se lo traduce como pío).

      Twitter, pues, es la aplicación donde se desprenden los tweets.

5

Hoy ya el periódico no se compra por ahorrarse cinco o diez pesos (¡poseyendo un aparato digital con un costo superior a los tres mil pesos!) sino, sencillamente, porque le es superficial, o naturalmente innecesario, a la ciudadanía.

      ¡Ahora se considera cultura una costumbre originaria! Porque no es lo mismo vivir en una comunidad considerada ancestralmente cultural que pertenecer a dicha sociedad y generar cultura, que son dos cosas de suyas diferentes (no es lo mismo, aunque se parezcan en ciertos entramados, un artesano que un artista).Ser por nacimiento huichol o maya no necesariamente te convierte en un creador cultural, sí en una persona de raíces ancestrales con una cultura originaria de valores extremos, algo muy distinto al entendimiento de un funcionariato excedido en los dispendios del proceder cultural.

      Cuánta razón tenía el compositor José Alfredo Jiménez cuando afirmaba, en una de sus consumadas canciones: “Las distancias apartan las ciudades, las ciudades destruyen las costumbres”, porque, en los hábitos contemporáneos, los mercados apartan a los consumidores, los consumidores destruyen las culturas.

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS “DE OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LA LUPA.MX

https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito/

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Last modified: 11 julio, 2022
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