No fue una historia de amor
Ocurrió en junio de 2013.
Ella: Sandra Camacho de 17 años, estudios de preparatoria y aspirante a la Universidad.
Él: Javier Méndez Ovalle, casi 20 años, estudiante del Instituto Politécnico Nacional (IPN). Joven brillante que a su corta edad había conquistado logros nacionales en el campo de la física, trilingüe (español, inglés y alemán) y amante del deporte (futbol americano).
Ambos se conocieron en Facebook. Intercambiaron impresiones, gustos, anhelos. Ella buscaba un trabajo temporal. Edecán era, de momento, el empleo viable mientras esperaba la fecha de aplicar por segunda ocasión al examen para ingresar a la universidad pública (UAM o UNAM). Por su parte, el joven había sido felicitado por el entonces secretario de Educación Pública debido a su destacada participación en la Olimpiada Internacional de Física en un país europeo (Estonia).
Dos jóvenes intercambiando ideas, sendos sueños futuros. Pero un inesperado giro, de esos que el destino tiene, cambió todo para ambos. Su historia cimbró a la opinión pública. Lo terrible del hecho despertó en su momento asombro e indignación por el sesgado manejo informativo.
Javier Méndez Ovalle vivía en la unidad Tlatelolco, en Ciudad de México. Sandra en Ixtapaluca, Estado de México. El jueves 27 de junio de 2013 se citaron afuera de la estación del Metro Valle Gómez. Ambos jóvenes pasearon por el sur de la ciudad y más tarde se dirigieron a la unidad Tlatelolco, al departamento de él. Luego a Sandra ya no se le vio más. No viva, por lo menos. Su cadáver fue arrojado en diferentes bolsas de plástico en esa unidad habitacional. “La joven fue descuartizada con una frialdad y precisión inconcebibles”, reportaron los peritos que atendieron el caso.
Todas las indagatorias confirmaron que Sandra había sido asesinada en el departamento del joven, quien huyó hacia Querétaro. Javier Méndez Ovalle fue identificado como el causante del atroz hecho y la misma Interpol le buscaba. Finalmente, al cumplirse un año y mes del asesinato (30 de julio de 2014), fue aprehendido en una cafetería donde laboraba bajo otro nombre, en San Juan del Río, y condenado a 50 años de prisión.
Prohibido reírse
El aberrante y escabroso caso abrió un debate sobre el tratamiento que buena parte de la prensa dio al hecho. Las notas informativas se enfocaron en la “genialidad” del joven asesino y su sensibilidad pianística. ¿La víctima?, casi en segundo plano y, en una de esas, la “causante” de sacar de sus casillas al asesino, una futura gloria académica que terminó perdiendo los estribos al tener frente a sí a una jovencita cuya risa incontrolable provocó el crimen, según el relato del periodista Alejandro Sánchez González.
Sobre esa publicación y el abordaje que se le dio a la noticia, escribí en su momento una pequeña nota, de la que cito un fragmento:
‘El joven que tocaba el piano y descuartizó a su novia’, fue el título publicado en la revista Eme Equis no. 337 el pasado 21 de septiembre y cuyo relato causó indignación en los lectores y simpatizantes de la revista. Desde el título, la síntesis que invita a leerlo y el contenido basado en un hecho real, es amarillista, pretencioso y falto de rigor y de respeto hacia la joven asesinada. El autor del escrito dio voz, rostro, sentimiento al joven que asesinó a una chica a la que luego descuartizó y metió en bolsas de basura que depositó en diversos contenedores de la unidad Tlatelolco, trivializando un hecho aberrante como este y sin la mínima consideración hacia la víctima, cuya descripción es desfavorable y crea la percepción de pretendida culpabilidad de la chica. Todas las críticas y señalamientos hechos por los lectores hacia esta publicación tienen razón y fundamento. Es un trabajo realizado con la visión personal de un autor de visión, machista, clasista y parcial. El autor quiso hacer una especie de crónica o reportaje a partir de la nota informativa y lo que declaró el joven asesino, pero cargó la nota hacia la voz de él, olvidando que hubo una víctima y que a su alrededor hay una familia…
El relato-crónica de Alejandro Sánchez González fue polémico e irritante para las defensoras de derechos de la mujer, y derechos humanos en general, y hubo exigencia de los lectores para que en el manejo de los trabajos informativos de esta índole prevalezca el rigor y una visión amplia y respetuosa hacia la memoria de una chica asesinada, así como para su familia. Con relación a los hechos citados, el periodista se retractó en su momento y explicó las omisiones que tuvo. También la revista Eme Equis fijó su postura y pidió disculpas a los lectores.
Visión machista y parcial
¿Por qué sacar a colación el tema ocurrido en 2013? Porque al seguir con atención la ceremonia de entrega del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2021, otorgado a la destacada escritora Cristina Rivera Garza por su libro El invencible verano de Liliana, fui otra de las azoradas con el enfoque del maestro Felipe Garrido en ese evento. Aunque confieso que el azoro me duró poco, porque de inmediato y por asociación de idea me vino a la mente el tratamiento periodístico que se le dio al caso de Sandra Camacho y la indignación pública que suscitó en su momento.
El libro de Cristina Rivera Garza versa sobre el asesinato de su hermana, Liliana de 20 años, ocurrido en julio 1990, un tiempo en que no se contaba con foros suficientes para trabajar en la importancia de abrir conciencia colectiva sobre las violencias física y psicológica que por siglos han acompañado a las mujeres. Es decir, 23 años antes del asesinato de Sandra Camacho, los contextos y situaciones eran diferentes, pero el resultado final el mismo: feminicidio en una cultura de machismo enquistado hasta lo profundo en quienes lo viven y asumen sin más. ¿Por qué asombrarnos por la actitud del escritor de casi ochenta años y su ausencia de empatía hacia quien estaba compartiendo una historia basada en un suceso tan personal y doloroso, escrito desde el ángulo literario por su hermana, la escritora de reconocida trayectoria?
Don Felipe Garrido es un hombre y escritor de su tiempo. Heredero de esa cultura y la burocracia de un sistema que amparó ese pensamiento machista contra el que se libra todavía una ardua batalla.
Por fortuna y sin campanas al vuelo, aceptando que todavía existe la perspectiva limitada sobre la violencia de género, se reconocen avances. Esto es gracias a la incansable lucha de grupos que por décadas han trabajado arduamente por exigir instrumentos de justicia para erradicar la violencia y cambiar la cultura que ha normalizado el maltrato a la mujer. En 2013, que ocurrió lo de Sandra Camacho, la presión social se hizo presente. En ese sentido, las redes sociales hicieron posible exponer y condenar el tratamiento que, desde lo informativo, se le dio a este hecho. Y la respuesta del periodista y del medio fue, como cito líneas arriba, de aceptación y reconocimiento del error.
Gracias a ese abrir de conciencia y pugnar por leyes que reconozcan la realidad y el daño que causa esa cultura violenta, la respuesta de apoyo hacia la escritora fue solidaria. Y Cristina Rivera Garza, a través de sus letras y su voz, pone el acento donde debe con una sola frase: “Verlas a ellas”. Sobre eso escribe un magnífico artículo, cuyo enlace comparto en solidaridad y respeto a su trabajo: https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2022/07/08/verlas-a-ellas-el-invencible-verano-de-liliana-cristina-rivera-garza/
Aceptemos que falta mucho por hacer aún, pero celebremos también los avances y recordemos lo que el gran Octavio Paz dijera sobre el feminismo: “… se trata de un fenómeno que está destinado a perdurar y cambiar la historia”.
*En portada: Liliana Rivera Garza