A pesar de que el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) es en Querétaro la segunda fuerza electoral (derivado de los resultados de los comicios de 2021), desde mi perspectiva se encuentra a “años luz” de alcanzar el poder en la entidad.
Es segundo lugar pero paradójicamente, muy alejado del primer sitio debido, entre muchos otros elementos, a su inestabilidad ideológica, a su desorganización interna, a la falta de solidez principista, a la casi nula formación de su militancia y, por supuesto, a las trifulcas internas.
El morenismo en Querétaro —como en muchas entidades del país e incluso en su propia dirigencia nacional— se ha estructurado como un movimiento antes que como un partido.
Esto significa, en términos llanos, que sus integrantes se agrupan a partir de algunas coincidencias e intentan —sin mucho éxito— evitar que sus diferencias los separen o les generen pleitos.
Entre sus coincidencias está el ver como su líder máximo e ideólogo único al actual presidente de México; también el impulsar lo que han llamado “cuarta transformación” aunque muchos de ellos no tengan claro que significa en la práctica.
Se agrupan en la idea de sacar al PRI y al PAN del ejercicio del poder por considerarlos corruptos y faltos de ética, pero hasta ahora no han demostrado en su escasa práctica gubernamental, que son diferentes.
Por eso es que Morena necesita asumir la autocrítica y aceptar que incurre en errores que se deben corregir. Sólo así, de principio, podrán iniciar el cambio cultural que pretenden enarbolar.
Oportunidad histórica
Quizá por estas condiciones es que este domingo y por primera ocasión en su corta historia de existencia de casi once años (se fundó el 2 de octubre de 2011) por fin Morena ha logrado organizar la elección de sus dirigencias estatales.
Me parece que la militancia morenista pero específicamente los 50 queretanos y queretanas que el fin de semana pasado fueron electos como consejeros estatales, deberán reflexionar este domingo sobre el rumbo que quieren que tome su partido.
Ellos son las y los responsables de elegir a sus dirigentes, quienes encabezarán al partido en las elecciones de 2024 y 2027.
La esencia de un partido político es ejercer el poder. Si no accede a este, la existencia del partido tiene poco sentido. Esta es su disyuntiva en Querétaro.
Quien logre encabezar a Morena deberá de superar el reto de consolidar a su partido a través de la organización, la formación y la unidad.
El reto también será demostrar que los gobiernos de la autodenominada cuarta transformación son eficaces, eficientes y honestos.
Por eso, también tienen la necesidad indiscutible de formar nuevos liderazgos que entiendan de las necesidades y reclamos ciudadanos y comprendan esa nueva cultura que dicen promover.
Desterrar, por consecuencia, el ejercicio político como hasta ahora ha sido: guiados por intereses personales, de grupos internos o incluso por visiones heredadas de los partidos políticos en los que muchos morenistas han militado con antelación y de las que no han podido desprenderse.
Se acaba el tiempo
El reto mayor se concretará si el líder moral de Morena cumple con su palabra de retirarse de la política nacional una vez que termine su periodo como presidente de México.
Si es así, al morenismo le resta solamente un par de años para seguir viviendo de la (cuestionada) popularidad del titular del Poder Ejecutivo federal.
Los años siguientes deberán lidiar con una realidad a la que deberán llegar con el proceso de transición concluido. Desprendidos de lo viejo y con nuevos liderazgos, con organización, calidad moral, visión de gobierno y dirigencia respetada.
Sin duda alguna puedo afirmar que este domingo, los morenistas queretanos se juegan el futuro de su partido: o inician la construcción de una nueva Morena o quedarán destinados al ostracismo político -electoral. En la orfandad política e instalados en la intrascendencia electoral.
