La mitología es la esencia de la matriz identitaria de los colectivos y de los individuos. Nos brinda narrativas que damos por hecho –ya sea por flojera, sentido común o tradición– desde las que se construye, a partir de porqués, el quiénes somos.
Sin embargo, se vuelve problemática cuando, además de no posicionarse críticamente frente a ella, se le interpreta al pie de la letra. Al rellenar los vacíos empíricos y racionales con relatos fantásticos, la mitología no puede ser literal, únicamente simbólica. Ni el tlacuache le dio el fuego a la humanidad, ni el cuerpo está hecho de maíz, ni el mundo se creó en seis días.
Hoy, la mitología está más viva que nunca, sólo que se ha fusionado con la ciencia. Ya decía el otro día el papa Francisco que Dios no es mago. Seguimos planteando cuentos que justifiquen nuestra existencia y acciones, ahora desde la fantasía desinformada.
Los roles de género son un buen ejemplo: “las mujeres prehistóricas eran recolectoras y los hombres cazaban mamuts y por eso ellas van a la cocina y ellos proveen”, es uno de los enunciados fundacionales menos confiables de la cultura occidental. Pero de algún modo hace sentido, porque la configuración del sistema que habitamos así lo requiere, omitiendo la megadiversidad de las experiencias humanas en torno a la división sexual del trabajo a lo largo de la historia. Es decir, es mitología posmoderna, ciencia que no se preocupa por ser verdad.
Un buen ejemplo de ello es la masculinidad y las corrientes progresistas y contraprogresistas que la interpretan. El caso de la masculinidad posmoderna resalta, pues se ha radicalizado sobre la misma línea, movilizada en gran parte por las redes sociodigitales. O eres un macho alfa, beta o sigma, o eres un macho deconstruido, pero a fin de cuentas macho.
Por un lado, existe la masculinidad mitológica incel (involuntarily celibate), una visión radical misógina y tradicionalista. Durante décadas estos hombres se han comparado con lobos y gorilas, creyendo que sus comunidades se jerarquizan en torno a un macho viril, dominante y todasmías; la realidad es que el fundamento científico sólo fue cierto por ahí de 1940 y, desde entonces, se ha refutado varias veces en diversos estudios. No obstante, a las comunidades digitales de machos humanos poco les ha importado la ciencia y, hoy por hoy, tienen clasificaciones muy claras que desmenuzan en videos de YouTube, grupos de Facebook y series de televisión, donde asignan valor a la autoconfianza, la violencia, la falta de higiene y cuidado de la salud, las conquistas sexuales y la independencia; contrarios a las características no deseables, como la sensibilidad, la preocupación por la apariencia, la timidez, la falta de liderazgo y/o poder. Machos alfa y machos beta, les llaman.
En contraste, las corrientes progresistas plantean nuevas formas de masculinidad, mucho más diversas e incluyentes, sustentadas en estudios críticos de la personalidad (psicología) y la construcción de las identidades (tanto antropología y sociología). No obstante, del dicho al hecho hay un buen trecho, y con frecuencia estas ideas complejas se reducen a un discurso engañoso que se cristaliza en la figura del “hombre deconstruido”, que es sensible, experimental, ecológico, místico y severamente crítico frente a las masculinidades tradicionales, antes que la propia. A decir verdad –generalizando, pero dejando lugar para la excepción– estos hombres pocas veces alcanzan profundidad en su deconstrucción identitaria, sólo adaptan sus posicionamientos y expresiones a las tendencias contrahegemónicas en boga.
Le pese a quien le pese, estas masculinidades alternativas acaban muchas veces inscribiéndose en lo que la astrología incel identifica como el último grito de la moda entre los hombres, el “macho sigma”: ese que está al mismo nivel de virilidad que el tradicional líder de las manadas masculinas (alfa) pero pretende alejarse de la trampa de las “jerarquías de la dominancia sexual”; se trata del “lobo solitario”, alguien que conjuga la autoconfianza, la independencia, el liderazgo, la inteligencia, la ambigüedad moral y la baja tolerancia a muchas convenciones sociales. No es que sean lo mismo pero, si se piensa un poco, ambos extremos se asemejan.
Este tema podría no parecer relevante, una trivialidad de gente insegura. Pero basta con buscar estos términos en redes sociales y observar el alcance que tienen los contenidos que se publican; millones de hombres consumen esta información, acceden a los cursos para “ser un verdadero macho alfa” o buscan deconstruirse leyendo memes.
La influencia de esta astrología posmoderna, que dicta estereotipos basados en argumentos pseudocientíficos, llega a tal grado que, en países como EE. UU. y Canadá, actores incel han llevado a cabo masacres en escuelas en nombre de los argumentos de la jerarquización masculina. Y muchos los consideran verdaderos ejemplos a seguir.
Locos siempre ha habido, pero esto ya no es locura, sino los síntomas de una crisis de identidad completamente diagnosticada en el cuerpo colectivo, que ha perdido todo rastro de los relatos que lo mantenían unido, más que la costumbre de contarlos. Malditos seamos nosotrxs, líquidos que sólo están contenidos en recipientes plásticos de carne.
LAS ETIQUETAS SON MUY CONVENIENTES PARA LA LA MODA, LA EPOCA Y CADA QUIEN SE ACO
MODA EN LA QUE SE SIENTA MAS COMODO, SOLO HAY DOS TIPOS DE HOMBRE: BUENOS Y MALOS, VIVOS Y MUERTOS.