Autoría de José Antonio Gurrea C.• 27 agosto, 2022• 10:53 pm• #Destacada, Qro, Tierra de Artesanos

#Video Don Gilberto Olvera: 90 años de tradición talabartera

HISTORIA, FOTOS Y CLIPS: BRAULIO CABRERA/LALUPA.MX

EDICIÓN DE VIDEO: ALEJANDRO MASCARÚA/LALUPA.MX

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Don Gilberto Servando Olvera Vega es el heredero de 90 años de tradición talabartera de Cadereyta de Montes. Los artículos de piel que fabrica son estrictamente artesanales, porque su sueño —como el de su papá, antes que él— es que Cadereyta resuene en el mundo por su talabartería.

Para comenzar un cinturón, don Gilberto remoja una larga tira de cuero sin forma, acomoda un tronco y una tabla sobre un banco, y se sienta frente a la puerta de su taller a limarla con una espátula.

“Este tronco grande —señala a sus piernas— es de una jacaranda, yo recuerdo haberlo visto de niño, cuando apenas era un tallo delgado. Al crecer, mi papá lo eligió porque estaba bien derecho, y desde entonces es el que usamos en el taller”, cuenta.

Cuando se ve trabajar a Don Gilberto (a sus 72 años) es imposible no pensar que sus manos son como el agua de un río: tan curtidas que saben adelgazar hasta el cuero más recio, pero tan sensibles que lo trazan con intención y delicadeza.

“Mientras trabajo hasta siento que hago ejercicio, porque yo trato la piel para que tenga la calidad que quiero. Esto nadie más lo hace, es artesanal porque lo hago a mi gusto”, explica a la vez que continúa rebajando la piel.

En el Taller Olvera, él y su equipo crean a la medida una enorme variedad de piezas de piel, tanto para vecinos, paisanos en el norte, artistas, políticos y cualquiera que aprecie el buen trabajo que realizan.

“Hacemos sillas de montar, mochilas, morrales, cinturones, llaveros, fundas de celular, de navaja y de pistola. Manejamos acabados en ribeteado, punteado, cincelado y más, todo se hace a mano y a la medida. Lo único que sí no fabricamos son zapatos y ropa, eso no es lo nuestro”, comenta.

Don Gilberto tiene su taller lleno de un millar de rollos de piel, con diferentes formas, tamaños y colores, porque como él dice “en el tanteo está el ganeo”, así que no tira nada de lo que sobra, porque puede aprovechar el pedazo más chico y sacar un llavero, po ejemplo.

Además, sobre los estigmas que existen en torno a los artículos de piel, Don Gilberto aclara “la gente que no conoce es la que critica, porque utiliza mal la piel: un buen trabajo debe durar muchos muchos años, no como el plástico que aguanta muy poco y rápido se convierte en basura. Por eso quien sabe, aprecia”.

Una vez lijada la tira de piel, la coloca sobre una mesa y comienza a limpiarla con limón y jabón de calabaza y la cuelga al sol para que seque. Continúa con otra tira, que debe adelgazar con una larga cuchilla pues será un cinturón.

Don Gilberto aprendió el oficio a la edad de 8 años de su papá a quien, a su vez, le enseñó José Luis Pedroza en 1933, que llegó de Cortázar, Guanajuato, y se asentó en Cadereyta por una temporada. Aburrido por la falta de actividad, el maestro Pedroza decidió buscarse un aprendiz. Gilberto Olvera Montes, padre, fue el único que se presentó.

En adelante, los Olvera fueron conocidos por su talento en la talabartería. En algún momento, incluso, el gobernador del estado -cliente y amigo- le encomendó a Gilberto Olvera Montes, que fuera al penal de San Juan del Río a impartir talleres a los presos.

“Lo primero que aprendí a hacer fueron los cinturones. Mi papá se dedicaba al taller y en cuanto tuve edad, había que ayudar voluntariamente a fuerzas. Pero él era muy bueno enseñando, porque era muy práctico y mi mente joven ayudó. Lo más bonito fue descubrir lo que mis manos podían hacer y ganar”, cuenta.

Sin dejar de pasar la cuchilla contra la piel, explica que “al tratarse de un cinturón, debe cuidar que los extremos cercanos a la hebilla sean más finos para que sea una pieza flexible y cómoda”, y sólo la tantea con los dedos y la rebaja hasta que está seguro de que ha alcanzado el grosor que desea. Ni mide la piel, ni la mira.

A pesar de que ninguno de sus tres hijos se dedicó al oficio, todos pudieron estudiar y ahora tienen sus carreras y familias. Ahora, incluso, uno de sus nietos lo ayuda en el taller con frecuencia, pero Don Gilberto no le permite trabajar aún porque lo primero son sus estudios.

“De cualquier forma, aquí al taller viene mucha gente a aprender y a preguntar. Yo les enseño lo que puedo, les comparto material, moldes, proveedores… Si todos estuviéramos unidos, podríamos organizarnos para comprar cuero o para vender; sería mejor para el negocio y para quienes vivimos de éste”.

Al terminar de adelgazar el cuero, don Gilberto se levanta y explica que ese cinturón, una vez cortado, se adorna con diferentes técnicas: puede ser ribeteado, punteado, cincelado y todo es a medida y al gusto y presupuesto del cliente. Por eso sería imposible calcular la producción, porque es demasiado diversa y cuidadosa.

Uno de sus temores, confiesa, es que el oficio de la talabartería deje de enseñarse y muera. O peor, que se haga tan popular que se convierta en algo comercial y se pierda la calidad para mejorar el precio “se debe valorar el trabajo artesanal, porque no cobramos sólo por lo que hacemos, sino por lo que sabemos y el gusto con el que nos da”.

Don Gilberto asegura que todos los procesos del oficio le encantan, desde limar la piel hasta cincelarla, pintarla y cocer las diferentes partes: “se trata de echarle ganas y cariño a las cosas que hacemos, a la vida; si no, todo sale mal. Esa es la mera verdad”.

“Es necesario reforzar la relación del productor con los clientes, que vengan al taller, que vean cómo se hace, para que la gente aprecie el trabajo y apoyen la técnica artesanal y el uso de materiales de buena calidad”, concluye, mientras muestra un lote de cinturones terminados.