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Raquel Buenrostro: entiendo, y a favor de ello estoy, todo el episodio referido a los impuestos a la ciudadanía sin distingo de clases, porque el habitante, acaudalado o modesto asalariado, aporta con su trabajo el desarrollo económico de la sociedad, pero no dejo de asombrarme, aunque escucho —con generosa insistencia— que las cosas han cambiado, cuando la burocracia no cesa, o no quiere cesar —pese a su afable compostura—, en su (ahora gentil) inoperancia.
Porque vaya que se sufre, y se siente uno aniquilado —sobre todo por la imposibilidad de concretar el afán de resolver los yerros del infortunio—, al asistir a esas administraciones desconcentradas de servicios al contribuyente a cargo suyo, que parecieran entelequias del laberinto financiero en lugar de pasarelas de pronto alivio ciudadano. Dice López Obrador que ya vivimos en otros tiempos, pero no sé si ya el presidente de la República ha andado solo por los pasillos de alguna sucursal del SAT en busca de la ayuda necesaria para saltar los pesarosos obstáculos que nos ponen enfrente, sin deberla ni temerla, los (amables) funcionarios de esta entidad fiscalizadora. Simplemente, siguiendo el cartabón de la clásica burocracia (que está para eso, justamente: para alargar el conflicto, para eternizarlo, para perpetuarlo, para convertirlo en una circunstancia infinita), nadie puede resolver nada aventándose unos a otros la bolita inexistente de un problema salido de uno vaya a saber dónde, situación que me está ocurriendo en este incomprensible momento.
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Vaya terminología burocrática: personas físicas y personas morales, aunque evidentemente una persona posea un físico, si bien la definición se ha hecho para diferenciarla de una empresa, a la que paradójicamente se la denomina “persona” moral sin importar que en sí misma contenga un contingente de personas; finalmente, las dos figuras vienen siendo, para el estrato fiscal, una representación del dinero por recabar.
Yo, por ejemplo, soy una persona física para el funcionariato administrativo. Nadie dice: “Las personas físicas trabajan en personas morales”, aunque estrictamente así lo sea, según la jerga administrativa. Es decir, una persona física como, digamos, Elena Poniatowska cobró alguna vez en la nómina de una persona moral como Televisa, porque para la hacienda pública todas y todos y todes son personas que, tarde o temprano, tienen que alimentar al erario (“conjunto de haberes, bienes y rentas pertenecientes al Estado”) para solventar a un país, aunque el propio Estado, vaya uno a saber por qué, ha solventado, o privilegiado (o panvilegiado), a las personas tanto físicas como morales de fragante poderío económico por encima de las modestas individualidades que se atienen a sus derechos y obligaciones aportando al fisco parte proporcional de su dinero, a diferencia de los acaudalados que, precisamente por acaudalados, apenas dan algo de lo que les sobra a la hacienda pública casi siempre quejándose por hacerlo, o de plano negándose a hacerlo siendo finalmente solventados por el fisco, compadeciéndolos en su enorme riqueza.
Por eso los adinerados compran residencias en el extranjero o consiguen ventajas económicas con tal de librarse de la pesadumbre de tener que aportar fragmentos de su dinero al fisco nacional. Vamos, ídolos acaudalados como Juanga se resistían a cooperar con la hacienda pública porque, ya se sabe, todo aquel que posee dinero a raudales sólo desea generar más dinero. Por eso a Juanga se le hacía sencillo cantarle al PRI para que lo exoneraran del exabrupto de compartir su desmesurada fortuna con la administración pública. De ahí que también ofreciera conciertos cada año para que fueran los fans los que pagaran, a final de cuentas, los impuestos anuales.
O ahí está Ricardo Salinas Pliego quien de casi 20 mil millones de pesos de adeudo al fisco se le ha rebajado la cifra a poco más de 2 mil millones, y aun así se niega a pagarlos enfrascándose en monsergas referidas a atentados contra su sagrada libertad expresiva. O el otro caso de Claudio Xavier González cuyo adeudo al SAT por 18 millones de pesos, desde el año 2014, mantiene en calma a las autoridades hacendarias sin que a nadie le tiemble las manos, aportación millonaria que tiene que ver, por supuesto, con severos críticos del sistema como María Amparo Casar que no cesa de hablar de irregularidades del gobierno morenista sin mirarse a sí misma en el espejo mientras estuvo en la organización Mexicanos Contra la Corrupción, asociación que criticaba acremente los actos corrompidos de diversas personalidades sin tocarse los pétalos de su fragante y puritana rosa.
Vaya lecciones de moralidad: mientras Casar cobra un buen salario en el Estado por su participación crítica en la televisión pública, aprovecha la coyuntura de su libertad expresiva para oponerse ciegamente a los mandaros del sexenio obradorista.
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Y mientras los millonarios se siguen adeudando con el fisco…
… el fisco anda buscando la manera de conseguir dinero con los que atendemos nuestras obligaciones con dicha dependencia. A pesar de tener mis papeles en orden y de ajustarme a los requerimientos administrativos, el pasado 26 de agosto de 2022, de manera inesperada, me llegó un correo del Servicio de Administración Tributaria “invitándome” a pagar mi “adeudo fiscal”… ¡del año 2020! ¿Tan retrasados están estos burócratas en sus revisiones tributarias que, en el año 2022, no se han percatado todavía de que, dicho ejercicio 2020 lo realicé durante 2021, cumpliendo así con todos los trámites dentro de los modos y tiempos estipulados por la autoridad tributaria? Con prontitud, mi contadora le notificó al SAT que su petición era errada porque todos mis pagos han sido ejecutados con la finalidad de estar en orden con mis deberes fiscales.
Sin embargo, el SAT nunca contestó, como era su obligación (porque en esto de los derechos y obligaciones la situación debiera ser pareja entre contribuyentes y dependencias), el recibimiento de esta aclaración. Todo lo contrario: catorce días después, el 9 de septiembre, el SAT insistió en su equivocada solicitud en un nuevo mensaje esta vez en el buzón tributario, razón por la cual —ante la imposibilidad de conseguir una cita para asistir personalmente a este centro fiscal— me acerqué, el miércoles 22 de septiembre, a una de sus sucursales, la que me corresponde, para aclarar el propio yerro de este sistema tributario llevando conmigo todas las copias de mis líneas de captura, aclaraciones, comprobantes de pago e incluso la propia declaración anual 2020, pero, laberintos de una burocracia que jamás se cura, nadie fue capaz de atender mis solicitudes de apremio resolutivo, pasándose unos a otros la correspondiente maraña de la justificación irresoluble.
No miento.
Unos a otros no sabían qué decir ante tan caprichosa demanda suya. ¿A qué oficialía de partes viene usted? Porque son cuatro las oficialías. Pase usted a la siguiente puerta. No, mire usted, pase a la ventanilla cuatro. No, mejor vaya usted a la sala de Internet. No, pero es que sin cita no se le puede atender.
Y le digo al servidor público que el SAT no da ninguna cita en estos momentos.
Y bien que lo sabe, porque dice que no hay de otra, que tenga paciencia, que ya me la darán —la cita—, o que madrugue, como lo hacen todos los adultos mayores, para hacer fila desde las siete de la mañana a ver si corro con suerte y soy debidamente atendido en mi requerimiento.
¿Por qué, doña Raquel Buenrostro, no instalan en cada SAT una oficina, aunque sea pequeña, para enmendar los errores autoinfligidos por la misma corporación que usted dirige?
Creo que sanearía bastante estas inexactitudes —o arbitrios (quiero creer que involuntarios)— pergeñadas por sus amables empleados, si bien una amabilidad no va a reparar el daño que han cometido en mi contra, porque nadie me va a devolver los gastos que he tenido que solventar a partir de los yerros cometidos por las ominosas distracciones del propio SAT.
No sé cómo va a continuar este desbordado desquiciamiento, pero por lo pronto el SAT ya señala la existencia de un recargo que debo costear… ¡por un supuesto adeudo correspondiente a un pago que ya realicé!
(En un principio un recargo por un monto de 439 pesos… ¡por un adeudo, según estos satreros —gerundio de SAT—, de 2,705 pesos correspondientes a la totalidad del Ejercicio 2020, cantidad que ya fue liquidada en seis parcialidades, pero, al parecer, la zona que recibe los pagos y el área encargada de emitir las invitaciones para cubrir adeudos (reales o no), por lo visto, o no se comunican a tiempo o anda cada una en su rumbo sin importarse mutuamente, consiguiendo así este desbarrancamiento fiscal para el tormento de los contribuyentes, porque estoy cierto de que no soy el único en esta desbarajuste fiscal.)
4
En la madrugada del jueves 22 de septiembre, la tierra volvió a sacudirnos.
A unos, el cuerpo y el alma.
A otros, la conciencia… como, tal vez, a estos infligidores punitivos, e impunes, de los asuntos fiscales.
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LA LUPA.MX
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