I
No podía explicarme cómo él me había dejado dormida, sin avisarme que se iba al trabajo y sin llevar al niño a la escuela.
¡Dios mío!, que tarde era ya, pero ¿cómo haría para llegar a la oficina tan retrasada?
Mi auto estaba en el taller y mi marido no me avisó que se largaba. ¿Cómo pudo marcharse sin despertarme?
No entendía, de verdad que no entendía. Nunca lo había hecho antes.
Telefoneé a mi suegra y le pedí que se hiciera cargo de mi hijo, de paso, veladamente, le reclamé la actitud de su hijo…
– ¡Pues claro que se tuvo que ir a trabajar!, pero tú no te preocupes, mejor sigue dormida.
– ¿Cómo que siga dormida?, ¿puede o no cuidar a su nieto?
– Hija, ¿tomaste algo?
– Señora, se hace tarde y usted me increpa como si fuera mi madre… Casi son las ocho, el niño ya no irá a la escuela, pero yo todavía puedo llegar al trabajo…
– ¡Hija, hija, escucha! Son casi las ocho, pero de la noche, tu esposo no tarda en volver y el niño no tiene que ir a la escuela, sino hasta mañana.
– ¿Quiere decir que todavía es hoy?
– Sí, ¿tomaste algo?
– ¡Claro que no!, ja, ja, ahora entiendo. Me quedé dormida con el niño y se me fue la tarde…
– Si quieres voy a verte…
– No se preocupe, le agradezco su atención y disculpe el exabrupto, lo que pasa es que dormí profundamente y confundí el crepúsculo en mi ventana con la luz del amanecer.
– ¿Quieres que le llame a…
– No lo inquiete, como usted dijo, ya vendrá en camino…
– ¿Quieres que busque un médico?, ¿te sientes bien?
– Je, je, claro que sí, fue una absurda confusión…
– Descansa hija, vuelve a la cama y descansa…
– Sí que lo haré, ya ve lo que ocasionan las presiones del trabajo…
– No te mortifiques. Si necesitas algo luego, vuelve a llamarme.
– Gracias, le agradezco su paciencia y espero me disculpe.
– Ni lo digas.
– Hasta mañana…
– ¡Hasta mañana!
¡Vaya ridículo!
Lo peor es que ya me había ocurrido antes.
Una vez que colgué el teléfono me embargó la angustia. Situaciones ilógicas como esta se habían tornado frecuentes. Casi al borde del llanto, mis sollozos, entremezclados con risas histéricas, despertaron al niño…
II
Aquella mañana mi ánimo era insuperable.
Dejé el desayuno listo para mi esposo y mi hijo y salí rumbo al trabajo.
Era el primer día de las vacaciones de ambos y no quise despertarlos para despedirme. Ya en la oficina, más tarde, les telefonearía.
Con el motor en marcha me di los últimos retoques al cabello y enfilé a la oficina.
Cosa rara: el tráfico era escaso, como escasos eran los peatones que deambulaban sobre las aceras desoladas y todavía húmedas por el rocío de la mañana.
Llegué al edificio y el vigilante en turno me abrió la puerta con una extraña expresión en el rostro.
Todavía interponiendo su cuerpo entre la puerta entreabierta, muy a su pesar, me permitió el acceso, como si no me reconociera. Aun cuando lo identificaba plenamente, no me sabía su nombre, así que lo salude con un escueto ¡buenos días!
Entré al vestíbulo. No había nadie en el módulo de información. Ingresé al ascensor y sin la presencia del elevadorista en turno marqué el piso 7 en el tablero electrónico.
Descendí en el pasillo que conducía a la sede de la compañía. A lo largo de este destacaban los conos naranjas y las pancartas plásticas con la leyenda: precaución, piso mojado.
Muy tarde para el aseo, pensé.
La puerta de cristal estaba cerrada aún.
– ¿Cómo es posible?, son casi las ocho…
Hasta entonces reparé que, en todo el trayecto, desde la puerta de acceso hasta la de mi oficina, no había visto a nadie. Era yo la única persona, al menos en el piso 7, que llegaba a laborar.
Esta situación me inquietó mucho.
Revisé los cubículos y el baño, el despacho de mi jefe, la sala de juntas. Efectivamente, estaba sola. Pensé en llamar por teléfono a mi marido, pero me resistí a despertarlo. Era su primer día de vacaciones…
Marqué una extensión de otro piso para ver si había alguien más en el edificio. Nadie contestó ni en el segundo ni el décimo, ni en otras áreas de este séptimo nivel.
Me desplomé en el sillón de la sala de espera. La zozobra que experimentaba no me permitió pensar con claridad.
Permanecí sentada, inmóvil, silente. Mordiéndome los nudillos. Cerca de las nueve de la mañana decidí salir de ahí.
A tropezones bajé por las escaleras de emergencia. Paradójicamente, evité el elevador por miedo a encontrarme con alguien.
Ya en la calle quise volver al aparcadero, pero preferí caminar sin rumbo.
Frente a un expendedor automático de periódicos me detuve y a través del acrílico vi la fecha de edición: domingo 2 de abril de 2006…
– ¡Domingo!, ¡domingo…!
– Por eso no había gente en la oficina…
– Por eso el guardia se sorprendió al verme…
El reloj de una capilla cercana comenzó a sonar. Diez campanadas escuché, ¿diez? Miré la gran carátula y vi la aguja corta en el diez y la larga en las doce. ¡Las diez!
¡Domingo y las diez!, ¿cómo pude levantarme a trabajar en domingo y cómo eran las diez cuando mi reloj marcaba las nueve?
Entre agitada y exhausta comprendí que había iniciado el horario de verano. Eso explicaba la confusión de horas. En cuanto al domingo, tal vez por ser el primer día de vacaciones de mi familia creí que ya era lunes… podría ser, lo que me resultó inquietante fue el año… estábamos en el 2022 y el periódico decía 2006…
III
Tuve pesadillas horribles aquella noche. No había pasado mucho tiempo desde que estuve internada en la Clínica del Sueño por los trastornos en mis hábitos de descanso. Hubo días que dormía sólo dos o tres horas.
La justificación era la intensa actividad que, como madre de familia, esposa, profesionista y estudiante de posgrado estaba desarrollando día a día.
La verdad es que me aterraba conciliar el sueño porque cada vez eran más desconcertantes mis ensoñaciones… no eran diabólicas ni espantosas. Era simplemente yo viviendo otra vida en la que había personas y lugares habituales, comunes, pero en circunstancias y momentos completamente diferentes.
Y eso no era lo peor…
Lo realmente atroz es que, al despertar, no lograba diferenciar la realidad de mi sueño. Algunas veces pasaban horas hasta que lograba incorporarme a mis actividades cotidianas. Frecuentemente tenía severas jaquecas y una terrible ansiedad.
Ya no podía cumplir con mis funciones familiares y mucho menos con mis obligaciones profesionales.
Poco a poco mi vida se fue convirtiendo en una lucha permanente entre sueño y realidad en la que, a veces, prefería quedarme dormida para no regresar a la cotidianidad y, viceversa, en ocasiones me resistía a dormir para no entregarme a esos ensueños en los que mi existencia era, al tiempo que semejante a la que día a día experimentaba, profundamente distinta y atemorizante…
IV
Repetidas visitas al médico ―a los especialistas― finalizaron con mi internamiento en una clínica psiquiátrica.
La Clínica del Sueño no fue suficiente para mi recuperación, lo único valioso que recuerdo de las terapias en aquel lugar fue la recomendación de un médico de llevar un diario de mis ensoñaciones para intentar diferenciar, mediante su lectura, la vida real de la vida soñada.
Confieso que no funcionó para nada. Incluso, llegué a creer que el escribir esa bitácora de fantasías era en realidad un sueño recurrente del que no me gustaba despertar, pues ahí también me costaba discernir, al momento de ponerlas por escrito, qué cosas soñaba y cuáles otras experimentaba en la vida.
Este recuento es parte de dicha antología, escrita robando momentos a mi propio sueño, o no sé si a mi vigilia.
V
Los sedantes y los medicamentos controlados no lograron mejorar mi lucidez, pero sí contribuyeron a mejorar mi estado físico.
Sigo sin distinguir claramente cuáles son sueños y cuál es mi vida real. Algunas veces me gusta más soñar porque soy más libre y feliz, aunque me ocurren cosas siniestras que me orillan a desear despertar, como ver un futuro desolador, no sólo para mí sino para todos…
Algunas otras veces mi realidad me abruma y ante la triste soledad de mi internamiento y el abandono de mis seres queridos y conocidos, cierro los ojos buscando conciliar el sueño…
He comenzado a soñarme internada en una celda parecida a mi actual habitación de hospital, pero con una ventana desde donde observo el transcurrir del mundo…
VI
Sueño en ocasiones que le entrego al enfermero hojas sueltas de mi diario, que él me asegura publicará en internet.
Ignoro qué es eso, porque en mi realidad no existen los artilugios que el enfermero me cuenta se usan para comunicarse entre todos.
El teléfono es lo que yo empleaba como herramienta rutinaria de trabajo. Y, hasta antes de mi internamiento, el radio, la TV y los periódicos eran los medios usuales de comunicación.
Ahora, sin tener la certeza, percibo que paso durmiendo en la cama más de dieciséis horas al día. A veces despierto a mitad de la noche y observo desde mi ventana el firmamento sin estrellas y las luces de los pocos autos que circulan por la avenida…
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AQUÍ PUEDES LEER MÁS “DISONANCIAS”, DE JORGE DÍAZ ÁVILA, PARA LA LUPA.MX
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Me transportaste a situaciones inexplicables pero conocidas… ¿en sueños?
Gracias por leer La Lupa, y gracias por sus comentarios. Tal vez como dice el poeta Xavier Villaurrutia “somos los sueños de alguien más…”