“El gran hermano está vigilando” es la multicitada frase de la novela 1984 de George Orwell (alias del británico Eric Blair), creada para describir la dictadura totalitaria en la que Joseph Stalin sumió a la Unión Soviética en 1948. Hoy, 31 años después de la desintegración de esta mega-nación y tras el renacimiento de la Federación Rusa, esta metáfora puede ayudarnos a describir las intenciones de Rusia y el anuncio de su embajada para potencialmente utilizar a México como parte de su red global de bases del sistema de posicionamiento Glonass.
Este sistema, que de acuerdo con la British Broadcasting Corporation (BBC), ya cuenta con estaciones en Brasil, Cuba y la Antártida en el hemisferio americano, además de las ubicadas en la amplia geografía rusa, es un intento de crear un sistema satelital de geolocalización diferente del Global Positioning System (GPS) creado por los Estados Unidos de América, y del sistema Galileo de la Unión Europea.
El escándalo por el sistema ruso de geolocalización reside en su posible uso indebido para espiar a otros países a través del espacio aéreo mexicano, e incluso violar los derechos de sus propios ciudadanos, ante la falta de contrapoderes que puedan poner límites al nuevo zar ruso: Vladimir Putin, quien tomó el poder en 1999 y podrá mantenerse en la presidencia hasta 2036, tras los cambios que sus legisladores hicieron a la Constitución rusa.
La desconfianza de la ciudadanía mexicana está justificada, pues el anuncio ocurre en el peor momento posible, en el contexto de la invasión rusa a Ucrania y el distanciamiento gubernamental mexicano de la administración del vecino del norte, además de que, al igual que en Rusia, en México cada vez más se están perdiendo los contrapesos oficiales (poderes Legislativo y Judicial) y los organismos autónomos que podrían servir como dique ante las ambiciones de la “presidencia imperial”.
Como respuesta oficial, la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana, encabezada por el presidenciable Marcelo Ebrard, aseguró que este sistema no se usará para espionaje, pero una situación similar sucedió con el software Pegasus, de fabricación israelí, que fue usado en la administración de Enrique Peña Nieto para espiar a activistas, periodistas y defensores de derechos humanos; y, de acuerdo con documentos filtrados por la organización de hackers Guacamaya, este software espía continúa siendo usado por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) para infiltrar las comunicaciones de activistas mexicanos, por lo que no extrañaría que, en un acuerdo sombrío y apostando a un inestable equilibrio geopolítico, la administración federal quisiera jugar la opción rusa.
Ante esta batalla geopolítica, México aporta su cercanía a los Estados Unidos de América, país que también ha sido ensuciado por las filtraciones y escándalos de espionaje sistemático a sus ciudadanos revelados por WikiLeaks. Frente a los recientes conflictos comerciales y políticos entre México y Estados Unidos por la reforma eléctrica y la próxima reforma electoral que se discutirán en el Congreso, pareciera que el gobierno mexicano está dispuesto a hacer jugadas arriesgadas, al acercarse al oso ruso, en un juego de ajedrez internacional que nos trae remembranzas de la Guerra Fría.
Es tiempo de acordarnos del Gran Hermano y del trágico final de la dictadura orwelliana plasmada en 1984.
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