Este domingo, las movilizaciones ciudadanas en más de 50 ciudades de México, Estados Unidos y Europa dejaron lecciones que debemos de entender y asimilar con puntualidad y mente abierta.
Los mensajes
Primero, quedó claro que buena parte de la ciudadanía está enterada de lo que sucede en la política del país. Pensar que la gente es manipulable o que vota por uno u otro partido o rechaza la política por desconocimiento, me parece que es una visión falsa de la realidad.
La población está consciente de su entorno y se manifiesta claramente.
Segundo, que parte de esta población no está de acuerdo con la propuesta del gobierno mexicano, que planteada a través de Morena pretende reformar la ley electoral para, aparentemente, controlar las elecciones desde el mismo poder gubernamental.
En discusión aparte habrá que abordar el actuar de los consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE) y la idea –que comparto– de dar mayor blindaje a dicho instituto contra los abusos y la corrupción.
Queda claro, sin embargo, que la propuesta presidencial “echa todo en un mismo costal” y pretende acabar con la corrupción y los abusos mediante una elección pública de las y los consejeros o por vía de la desaparición de los organismos electorales, como si organizar comicios fuera un asunto de improvisados.
Tercera lección: con sustento en estos elementos, es factible afirmar que las mexicanas y los mexicanos, la ciudadanía pues, trasciende a los partidos políticos cuando hay un asunto que conoce, que le interesa y la impulsa a movilizarse. La movilización sucede sin banderas partidistas ni colores que la separen.
Claro, debo decir que una postura contraria, es decir, de apoyo a dicha reforma, también podría suceder, y si es así ojalá que sea bajo estas mismas condicionantes.
Las consecuencias
Estas enseñanzas de la movilización dominguera deberán traducirse en acciones concretas en la vida política de México.
Por eso es que no es arriesgado afirmar, desde ahora, que será trascendental que para los comicios de 2024 se recorra el camino de una candidatura presidencial verdaderamente ciudadana, que unifique a México, sin visiones partidistas, y apueste por la profundización de la democracia en el país, su mejora económica y la lucha por la igualdad.
La alianza electoral deberá de construirse sobre la base de un acuerdo ciudadano, con un programa mínimo a cumplir y con una visión de Estado muy clara y con objetivos medibles.
Que los partidos políticos autoproclamados democráticos (y si en verdad lo son) se sumen a la construcción de este gran frente electoral con candidato o candidata presidencial que se elija mediante comicios primarios.
De esta manera, por ejemplo, una alianza de esta dimensión fácilmente esquivaría problemas como el que hoy enfrenta la existente con el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Este partido, para infortunio de la democracia y del futuro político-electoral de México, se ha convertido en el “fiel de la balanza” en lo que tiene que ver con la pretendida reforma electoral que quiere realizar el gobierno mexicano.
Serán los legisladores priistas quienes den a Morena y sus aliados los votos necesarios para que esa reforma se concrete o, por el contrario, sumen sus sufragios al bloque opositor y así impidan que se den los cambios pretendidos desde Palacio Nacional.
Lamentablemente el futuro de la democracia mexicana pende de un hilo o, mejor dicho, de la capacidad de resistencia que muestre el presidente nacional del PRI ante las presiones que el gobierno mexicano estará ejerciendo (y ya ejerce) para que los legisladores del tricolor apoyen la propuesta.
La fragilidad priista
Recordemos que el presidente nacional del PRI ha sido exhibido por las múltiples propiedades con las que cuenta y por diversas conversaciones, mediante las cuales supuestamente se comprobaría su involucramiento en hechos ilegales.
Por eso es que urge ciudadanizar la alianza electoral, para no depender de los partidos políticos.
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