Las bibliotecas, como espacios destinados al resguardo y conservación de los libros han constituido desde las primeras civilizaciones, recintos preservadores del conocimiento y las ideas.
A lo largo de la historia, todas las grandes civilizaciones se han distinguido por mantener espacios consagrados a la custodia de los libros como parte de sus más preciados bienes, tanto por constituir objetos de valor intrínseco como por ser portadores de otros valores intangibles incalculables: la memoria, las ideas y el conocimiento de una parte de la sociedad.
Gracias a esos recintos han perdurado hasta nuestros días las reflexiones y razonamientos de grandes pensadores y científicos cuyos argumentos, concepciones y descubrimientos quedaron plasmados lo mismo en papel que en otros precursores de este soporte como la piel de animales, papiro y otros derivados de fibras vegetales e, incluso,en tablillas de barro.
La importancia fundamental de las bibliotecas radica en que no sólo conservan tomos y ejemplares de obras escritas, sino que a través del tiempo han sido los baluartes del lenguaje, de la memoria colectiva, del conocimiento; por ello también, en algunas culturas se asocian con valores sagrados y místicos al ser los sitios donde se puede acceder a los anales de la propia sociedad, a las concepciones e ideas de sus mejores hombres, a la comprensión del mundo que nos rodea, a las conjeturas sobre nuestro propio origen y existencia e, inclusive, a los presuntos mensajes y palabra de la divinidad.
Gracias a bibliotecas antiguas(1) tan célebres como la de Ugarit (Siria, 1200 a. C.), la del Rey Asurbanipal (Nínive, Irak, 700 a. C.) y la de Alejandría, considerada en su tiempo la más grande del mundo (Grecia, 295 a. C.), es como en la actualidad podemos formarnos una idea de lo importante que éstas eran para las civilizaciones ancestrales.
Y al igual que en tiempos remotos, la función de las bibliotecas se mantiene intacta, con la enorme diferencia de que en nuestros días no son exclusivas para el uso de algunos privilegiados, sino que están abiertas a todos aquellos que se interesen en disfrutar de una buena lectura o en acceder a los cientos de miles de datos contenidos en los documentos que albergan.
La aparición de las nuevas tecnologías de la comunicación, y el contexto global que prevalece, han detonado la aparición de un moderno tipo de bibliotecas sin libros de papel ni salas de consulta, pero igual de importantes para la transmisión de la información y el conocimientoe idénticamente trascendentes para el desarrollo y progreso de la sociedad.
Sin duda, las bibliotecas han comenzado a transformarse. Acontecimientos como la creación en el año 2009 de la “Biblioteca Digital Mundial de la UNESCO”(2), el Proyecto Gutenberg(3), la Biblioteca Cervantes(4) y la Biblioteca Digital Perseo de la Universidad de Tufts, E.E. U.U.(5), representan una muestra de las posibilidades infinitas que brinda la conjunción de los libros y las nuevas tecnologías en aras de alcanzar una auténtica sociedad de la información, en la que el acceso al conocimiento sea libre y equitativo, y que a su vez, sirva para generar otros conocimientos cuya aplicación permita mejorar la calidad de vida de todos los habitantes del planeta.
Estas bibliotecas digitales representan el futuro de estos recintos pues los libros ya no se concentrarán en anaqueles sino en discos digitales cuya capacidad de almacenamiento se mide en teras (un millón de megabytes). Los archivos así contenidos ―los nuevos libros digitales― pueden consultarse de manera remota desde cualquier dispositivo conectado a internet con sus claras ventajas, así como también severas desventajas.
En 1978, cuando aún no existía internet, el polímata estadounidense Isaac Asimov escribió “El Indestructible”, defendiendo la persistencia de los libros impresos en la civilización moderna, no tanto por la durabilidad del soporte (papel) que ya sabemos es frágil y efímero, sino por la infinita superioridad que presenta el ejercicio intelectual de la lectura sobre otros actos y medios de “entretenimiento” que, en aquellos años, comenzaban a despuntar como paradigmasde la transmisión de contenidos:
¿Piensa usted que el libro, a diferencia de la casete, no produce sonido e imágenes? Pues se equivoca.
Es imposible leer sin oír las palabras en la mente y sin ver las imágenes que producen. Y con la ventaja de que son sonidos e imágenes propios, no inventados por otros. Las imágenes y el sonido que ofrecen todos los demás medios de entretenimiento son “congelados”, y tienen un nivel de detalle que mejora con el avance de la tecnología. El resultado es que los medios exigen cada vez menos del usuario. Incluso se insertan cuñas musicales y risas pregrabadas para felicitar determinadas emociones en el cliente sin esfuerzo de su parte. La persona a quien le cuesta leer (y a la mayoría le cuesta) recurrirá a estos productos “congelados”, y seguirá siendo un espectador pasivo.
La palabra impresa, por el contrario, presenta un mínimo de información. Todo lo demás tiene que ponerlo el lector: la entonación de las palabras, la expresión de los rostros, la acción y el escenario han de ser extraídos de estas sartas de símbolos en blanco y negro. El libro es una empresa compartida entre el escritor y el lector, como ninguna otra forma de comunicación puede serlo (Asimov, 1978).
No obstante, los textos impresos han comenzado a migrar a las “Biblioteras” como documentos digitales que requieren un dispositivo electrónico para su consulta. Sin embargo, la esencia del libro ―la participación activa del lector ante la interpretación de los datos e información― que Asimov anticipó hace casi medio siglo, se mantiene indemne.
Como daño colateral de esta preeminencia tecnológica que ha convertido a los libros en documentos digitales, las bibliotecas han comenzado a transformarse. En los hogares, los libros ya no son objetos que se exhiban con orgullo en estantes y menos aún, en un cuarto por completo dedicado a mantenerlos: el estudio, o más precisa y pretenciosamente, la biblioteca.
No, las bibliotecas se han eliminado de los proyectos arquitectónicos de las viviendas actuales, y no hay más rastros de volúmenes en salas o habitaciones. Sigue habiendo libreros, pero ahora son ocupados por pantallas planas, consolas de videojuegos, bocinas y hasta monitores de computadoras.
Las librerías, con sus honrosas excepciones, están en vías de extinción y ni mencionar las de “viejo”. Cada vez menos, las nuevas generaciones se conmueven ante una bella portada, ante el aroma indescriptible de un libro nuevo, ante la apariencia en general ―peso, tamaño, presentación, tipografía, etc.―de un ejemplar recién adquirido.
De manera semejante, con sus dignas particularidades, aún hay hogares que ponderan el valor de los libros físicos y los mantienen y conservan para la consulta de sus miembros, ya no en recintos exclusivos, sino en pequeñas bibliotercas que se niegan a morir y perviven bajo escaleras, en estantes precarios, en minúsculos espacios robados a dormitorios y estancias.
Seguramente, como lo previó Asimov al final de los años 70, el libro se mantendrá “indestructible”. Tal vez cambié, evolucione y se transforme en e – book y otros tantos formatos sin que pierda su esencia y carácter. O como afirman Eco y Carrière en su magnífica obra del año 2010 “Nadie acabará con los libros” …
La cuestión, más bien, es saber los cambios que la lectura en pantalla provocará en ese objeto que hasta hoy hemos conocido únicamente pasando sus páginas. ¿Qué ganaremos con esos nuevos libritos blancos? ¿Qué perderemos?…(Eco &Carrière, 2010).
Lo verdaderamente alarmante sería que, ante la inmediatez y predominio de los medios digitales, el hábito lector se diluya, se pierda, se inhiba en las presentes y nuevas generaciones.
O que sea más fácil para los regímenes totalitarios censurar el vehículo, el medio ―internet― a través del cual circulan y se accede a los textos digitales, provocando de maneraanálogalo que ocasionaron las quemas de bibliotecas ocurridas en el medioevo o durante la antesala de la Segunda Guerra Mundial, o favoreciendo lo que significarían las hogueras del futuro distópico imaginado por Ray Bradbury en Fahrenheit 451…
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Referencias:
(1) http://bibliospectiva.blogspot.mx/2008/12/las-primeras-bibliotecas-del-mundo.html
(2) www.wdl.org/es/
(3) www.gutenberg.org
(4) www.cervantesvirtual.com
(5) www.perseus.tufts.edu