Autoría de 12:01 pm #Opinión, Braulio Cabrera - El sonido de la H

Olores (I de III) – Braulio Cabrera

Desde la mesa de un restaurante argentino: notas sobre la crisis económica, la prostitución, el futbol, los juicios políticos, los indigentes, la policía, el urbanismo, las pintas y los botes de basura (Vol. I de III).

Aquí dentro huele a comida, a humo de carne, a café y a perfume. Afuera, a unos metros de mí, huele a mierda, a orines, a basura pudriéndose en la calle. Mientras me traen un gin tonic en una copa fina, el mesero la deja caer para ir a ayudar a su compañero, quien saca a empujones del restaurante a un vagabundo sucio, descalzo y moreno. Lo amenazan con golpearlo y casi le tiran al piso un sándwich, que traía en la mano, sólo por haber osado entrar a pedir un encendedor.

Frente a mí se encuentra la Torre Bellini, la onceava más alta de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y, por mucho, la más imponente de la zona de Microcentro, donde he estado viviendo los últimos 18 días. A pesar de estar de vacaciones, en estos días me he dedicado a trabajar: observar, platicar y reportar, porque me encanta.

Ahora presento la primera parte de las notas mentales que he estado tatuando en mi céfalo blandito, de las anécdotas de persecución que me regalan los insidiosos patrones que no dejo de padecer, de los aromas que mi nariz no olvida porque se infiltran y me susurran cosas al oído.

¿Por dónde empezar?

Yo no llegué a Argentina en barco, sino volando, con dos maletas y una pobre antología de relatos para darle sentido a lo que es este pedazo de mundo. En pocas palabras, sabía que por acá las cosas no van bien, que la crisis económica –mundial– ha enardecido la crisis económica nacional, que aquí es verano y el calor puede ser insoportable, y que hacía unas semanas a la vicepresidenta la habían intentado matar. Que se trata de uno de los países más importantes de América Latina, pero su mayor gloria siderúrgica, agropecuaria y comercial ha decaído. Que aquí el futbol es cosa seria, que “lo argentino” es muy europeo y que saben hacer buena música.

Mi primera impresión de la (república) Argentina fue clara, juguetona y, sin rodeos, emocionante: esperando a que mi novia saliera del baño en el aeropuerto, frente mío se detuvo una familia grande, con varios niños aburridos que asaltaron las figurillas del mundial del kiosco 24/7 que nos quedaba a un lado. “¡Messi, es Messi, mamá!” gritó uno de ellos, casi llorando, mientras brincaba y agitaba su mano en el aire, seguido por los otros. Su mamá celebró con ellos –casi– con la misma emoción, los puso en una fila y les pidió que sonrieran para una foto con la figurilla del 10. No importó que fueran las 5:30 am.

A continuación, recuerdo estar cruzando la ciudad por la carretera y ver edificios decadentes. No viejos, sino maltratados, humedecidos, oxidados, despintados. Luego, cerrar los ojos y estar en la avenida 9 de Julio –la carótida de la ciudad y la calle más ancha del mundo, de 140 m– donde los hoteles, bancos, tiendas y monumentos se alzan orgullosos con sus pintas y placas, cobijando a los indigentes en sus portales y hermosos parques.

Avenida 9 de Julio

Desde los contados edificios con arquitectura colonial, los neoclásicos, georgianos, hasta las lujosas y vetustas edificaciones art nouveau, neorrenacentistas y art deco, la luz que reflejan sus ventanas es antigua, es nostálgica. Claro, no faltan torres mucho más contemporáneas, racionalistas y funcionalistas; incluso, enormes rascacielos vanguardistas, como el Château y la Alvear Tower en Puerto Madero, o la Torre Madero Office, sede del Industrial and Commercial Bank of China en Buenos Aires.

Probablemente lo siguiente que noté, habiéndome bajado del taxi, fue un bote de basura frente a la Torre Bellini: porque son igualmente enormes, pero apestosos y, por sobre todas las cosas, inundados, escurridos en la calle, pues la gente los escudriña en busca de latas, metales, cartón o comida.

Si lo piensas un poco, es natural, pues abastecen las necesidades de edificios de 10 pisos o más, donde diariamente viven centenares de personas; pero apestan porque la recolección se realiza en la madrugada, cerca de las 2 am, así que la basura se añeja durante el día, bajo el sol del verano. Existen campañas que ruegan a la gente sacar su basura por las noches, pero son sólo eso.

Otro detalle interesante fue el material de las banquetas pues, al menos en la mayor parte de la ciudad, los caminos peatonales están hechos por grandes placas de piedra texturizada, accesibles para que quien no puede ver pueda moverse por la acera. Hay rampas, hay semáforos peatonales en las intersecciones, hay botones para detener el tránsito –que sirven– y existe una amplia ruta de ciclovías, más o menos funcionales. Sin embargo, los porteños manejan horrible, son un peligro para sí mismos y los demás, casi tanto como los cdmxinos.

Cómo olvidar uno de los primeros días en la ciudad, estaba cenando pizza en el restaurante Impala –sumamente recomendable, pues te sirven la caguama en una cubeta con hielos, como si fuera champaña– y un camión casi mata a un motociclista que no se movió a tiempo en el semáforo, prensando la mitad trasera de la moto. El conductor se salvó porque su caja de repartidor no permitió que el camión avanzara más.

Hoy termino de escribir desde México, ya de vuelta, siendo Argentina la campeona del mundo. Aún hay mucho por decir, un mes de vida que pondré en palabras para tratar de contar por qué el triunfo de la selección albiazul fue uno de los eventos históricos latinoamericanos más relevantes de la última década y, sobre todo, a pesar de cualquier cosa desalentadora que pueda decir, por qué tu siguiente viaje debería ser al país de la plata.

Los laureles deberían ser eternos 😉 (I de III).

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Last modified: 25 febrero, 2023
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