Autoría de 12:48 pm #Opinión, Patricia Eugenia - Narrativa en Corto • 16 Comments

Mujer sin bañar – Patricia Eugenia

Esta señora un día sostuvo ante sí misma que le había llegado el momento de dejar de intentar cosas nuevas, como atreverse a asistir de oyente a un curso de filosofía. ¡Cómo había deseado en el pasado entrar en los secretos de lo que ella llamaba “el mundo del pensamiento”!

“Ya no soy joven” –se dijo, y aparecieron sus dos nietos detrás de la parte oscura de sus ojos–. ¡Cuánto los quería! La mayor tenía seis años y le retribuía toda pérdida, cuando la abrazaba y le decía ¡abuela!, con su vocecita de campana.

Tal vez esta señora no veía el mundo con alegría porque no se había bañado ayer. “¿Para qué? –se dijo– si no voy a salir, no espero a nadie…”. Si su hijo y su nieta pasaran de vez en vez a saludar, se bañaría, pero ¿para qué, si no?

Revisó el periódico y otra vez las noticias la hicieron llorar: “Tendría que dejar de enterarme de todo también” –se dijo–. ¿Qué caso tenía? Usaría ese día sin relieves para recoser la ropa, lavar un poco y poner orden; se bañaría después, antes de acostarse, porque lo que era ahora ¿para qué? –se dijo.

Pero ¡qué tarde se había hecho! No sabía que pensar llevara tanto tiempo, ¡casi las dos! Hora de comer y nada en el refrigerador… y ni manera de salir en ropa de dormir y sucia de dos días. Dos vueltas inútiles por toda la casa, más el hambre, la ayudaron a decidir: saldría “de incógnito”, compraría y volvería rápido, rápido sin levantar los ojos más que para cruzar la calle.

Se aplacó el cabello con un poco de agua, se borró las ojeras del rímel de antier, se puso pants, playera y unos aretes “para despistar” –se dijo.

A mitad de camino, mientras avanzaba por la banqueta de la cuadra larga, un hombre que venía hacia ella se inclinó con cortesía, y luego que la tuvo cerca le soltó: ¡Estás preciosa!, con lo que ella brincó, pues al venir de incógnita una no se deja ver ni adivinar, pero tampoco puede ver ni adivinar a los demás.

Siguió su camino después del brinco, pero buscó con disimulo a alguna adolescente preciosa, es decir, a alguna destinataria más natural para un piropo. Nadie. Además, recordó cómo el tipo se había inclinado hacia ella tanto, que cuando la frase la hizo levantar la mirada vio la cara del sujeto sonriente, atendiendo a la cara que ella pondría. ¿Sería el pobre tan miope como ella? ¿Querría distraerla para sacarle el monedero? No. El monedero seguía allí. ¿Sería uno con problemas de Edipo trasnochado? Porque si bien el hombre no era un jovenzuelo –lo supo por la inclinación de cabeza, propia de un caballero antiguo– tenía el cabello oscuro y no como ella, pero para eso existen los tintes, ¿no? ¿Estaría un poco mal de la cabeza? No era vanidad, pero no lo parecía… ¿O practicaba sus dotes de seductor azuzado por algún folletito de autoayuda? “Estás preciosa” le soltó un desconocido por la calle ¡ja!

Después de las compras, en casa, se preparó comida y comió con buenísimo apetito, pero se cuidó de no pasar ante ningún espejo: no quería argumentos para contradecir al bicho loco. Pensó otro rato y decidió que intentar cosas nuevas nada tendría de malo. “Y voy a bañarme ya” –se dijo.

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Last modified: 9 enero, 2023
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