Tras cuatro años de una caótica situación en Brasil, en el gigante sudamericano se ha formado un nuevo gobierno. El primero de enero, Jair Bolsonaro fue sucedido por Luiz Inácio Lula da Silva como presidente del país, marcando un regreso esperado por muchos y rechazado por otros. ¿Qué resultados y retos alberga este cambio en la administración federal brasileña?
La llegada de Bolsonaro al poder tomó por sorpresa a muchas personas dentro y fuera del país amazónico. Luego de algunas administraciones accidentadas de la izquierda brasileña, no era difícil de creer que podría haber un cambio en el gobierno federal. Sin embargo, la llegada de un líder de extrema derecha a la plataforma política más importante de Brasil fue un suceso que no estaba planeado.
Gran parte de la sorpresa que generó la victoria de Bolsonaro tiene que ver con dos cuestiones particulares. La primera es que la extrema derecha no figuraba fuertemente en la política de Brasil en los años recientes, por lo que era difícil que pudiera acaparar un apoyo suficiente para hacerse del poder. Y la segunda era la evidencia del gobierno y comportamiento de Donald Trump, un populista de extrema derecha que ya era presidente de los Estados Unidos de América (EUA) para cuando se desarrollaron las campañas y elecciones presidenciales en el país sudamericano, por lo que fácilmente se podía generar comparaciones entre el candidato brasileño y el mandatario estadounidense.
Sin embargo, Bolsonaro venció en los comicios y condujo un gobierno conservador que afectó mucho a los brasileños. No sólo la parte de derechos humanos fue mermada, sino la protección del medio ambiente y el progresismo. También su toma de decisiones durante los momentos más álgidos de la pandemia de Covid-19 fue criticada dentro y fuera del país, ya que fue de los estados que más contagios registró por cada 100 000 habitantes, al igual que EUA, México e India.
Pero quizá uno de los males más severos que dejó Bolsonaro a la sociedad brasileña fue la serie de efectos que su narrativa populista de extrema derecha provocó. Al igual que Trump, sus declaraciones reduccionistas y viciadas generaron tensiones y confrontaciones entre personas que pensaban diferente en diversos temas. La consecuencia de esta forma de hacer política fue conseguir dividir a la población, probablemente de manera irreconciliable.
Ese es justamente uno de los mayores retos que la administración entrante de Lula da Silva tendrá que enfrentar, justo como le sucedió a Joe Biden en EUA tras el gobierno de Trump. La narrativa del líder izquierdista brasileño debe ser asertiva para restaurar poco a poco la confianza, las emociones y la voluntad de coexistir en colectivo, a pesar de las diferencias políticas que pueda haber.
Eso es lo primero que el mandatario debe atender, y es algo que deberá hacerlo constantemente sin perder ritmo, ya que, como lo vimos, la narrativa puede llegar a ser tan poderosa que crea nuevas realidades. Por ello, un discurso que acerque a las personas, en vez de que aleje, resulta primordial para la reconstrucción de Brasil y el fortalecimiento de la democracia.
No obstante, hay fuerzas domésticas que se han dedicado, desde el primer día del gobierno de Lula da Silva, a generar esa polarización que tanto ayudó al pasado régimen. Las movilizaciones de bolsonaristasque se han presentado en los pasados días, en los albores de la administración entrante, han afectado la estabilidad del nuevo gobierno, mandando un mensaje de fortaleza a pesar de la derrota de su líder en los comicios del año pasado. Es probable que los embistes hacia el mandatario izquierdista continúen, por lo que resulta previsible que, de conseguir hacerle mella, el regreso de Bolsonario en las siguientes elecciones presidenciales podría ser más factible.