I
Aquella noche de incesante aguacero se discutían, alrededor de una enorme mesa, el diseño y aplicación de una nueva arma. Políticos, inversionistas y fabricantes, convocados por el incipiente líder, se disponían a conjugar esfuerzos para, a la brevedad, contar con un artefacto letal comandado a distancia. Aún inédito para tal época, la realización de una máquina bélica con dichas características posibilitaría iniciar una escalada militar desde el corazón mismo de Europa.
El aristócrata austriaco Karl Mendl, un jueves de junio de 1937, fue el anfitrión ideal de una reunión secreta entre altos mandos castrenses, políticos encumbrados, millonarios afines a la ideología nacionalsocialista y, representantes de las más importantes firmas europeas dedicadas a la construcción de armamento, como aquella que él mismo dirigía.
De esa conspicua junta, solamente un convidado abandonó la mesa. El propio anfitrión le retiró la silla como un acto de cortesía, y el mismísimo Adolph Hitler besó su mano con una caballerosidad inusual que intentó aparentar galantería.
En medio de un espontáneo silencio, todas las miradas siguieron los cadenciosos pasos de la soberbia dama que inesperadamente abandonó la sesión. Sobre las pétreas baldosas resonaban sus tacones que se multiplicaban en ecos por los numerosos corredores del Castillo Mendl. Sombría, aquella añeja construcción del siglo XV daba cabida a un conciliábulo determinante en la ocurrencia de la hecatombe más grande que ha conocido la humanidad.
II
Llegué a ese despacho como redactor, pero las necesidades del servicio y la renuncia de un dibujante me orillaron a cubrir también, labores de diseño gráfico, afortunada circunstancia que me fascinó.
Junto al restirador que me asignaron pendía de la pared una ilustración que por su hermosura no me atreví a descolgar, ésta, era el único artículo que el anterior dibujante no se llevó consigo; los otros compañeros me indicaron que no le pertenecía, pues ya estaba colgada ahí desde antes de su llegada. Al respecto, ninguno indicó a partir de cuando apareció tal cuadro en la pared del área de diseño gráfico, y aunque todos lo veían, nadie precisó autoría, procedencia o propiedad.
Y en verdad era hermosa, tanto la ejecución de la obra como la modelo retratada. Por su colorido, parecía realizada con pinturas acrílicas, pero había transparencias que sugerían el empleo de acuarelas, su realismo hacía pensar en técnicas más avanzadas y hasta en el auxilio del aerógrafo. Paradójicamente, su soporte aparentaba ser simple papel blanco, sí acaso, más grueso que el normal.
Durante los años que trabajé en esa oficina, el cuadro fue mi ventana, mi horizonte y mi respiro. No había más que poner los ojos en aquella ilustración para compensar lo ordinario del ambiente.
Era una dama sedente, capturada de espaldas frente a un espejo; ataviada con un vestido de raso verde sin mangas ni tirantes. Su pelo, negro, azulado, terminaba al comenzar la espalda; apenas rizado, dejaba entrever un perfil espléndido, una nariz perfecta y un cuello finísimo. No sabría en que época fue pintado, pero el marco tallado del espejo, las patas labradas del taburete y los gruesos cortinajes del fondo referían un muy distante pretérito; los aretes de la modelo, su collar de perlas y el mismo vestuario sugerían, no obstante, días más cercanos.
III
Europa central a finales de 1938 comenzaba a sumergirse en un severo y enrarecido clima político. Por todos los países de ese continente soplaban ya vientos de guerra. Adolph Hitler se encumbraba como líder de las masas alemanas, a las que alentaba como superiores sobre el resto de los pueblos europeos.
Un grupo de austriacos ―coterráneos del Füher― apoyaban todos los pasos políticos del nuevo líder y respaldaban hasta económicamente, sus acciones bélicas.
Otra austriaca culta, refinada y aristocrática, entonces esposa del principal fabricante de armas europeo, veía horrorizada como crecía el sentimiento xenófobo y antijudío entre los alemanes.
Casi presa en el castillo Mendl, urdía mil maneras, sin concretar ninguna, para fugarse. Finalmente, narcotizó a una de sus servidumbres, tomó sus ropas y disfrazada de mucama salió por la puerta trasera de la inmensa finca. Abandonó Austria a través de un periplo que tuvo como destino América, pero que incluyó secretas escalas en París y Londres. Resuelta a rehacer su vida sólo llevaba consigo, como tarjeta de presentación, ser la primera mujer que había posado desnuda para una cámara de cine.
Además de su asombrosa belleza, también era poseedora de un secreto que a medias había revelado a su esposo. Tanto su millonario consorte, como los asesores del Tercer Reich, tenían la consigna de arrebatárselo.
IV
¿Te acuerdas de los calendarios antiguos, los carteles taurinos, los anuncios de las funciones cinematográficas o la publicidad de refrescos y cervezas?; con la invención del diseño gráfico asistido por computadora todas esas manifestaciones plásticas han quedado en el olvido. En aquellos cuadros, la mano ―casi siempre anónima― de un extraordinario ilustrador recreaba atmósferas, escenas y personajes con un realismo tal que aún ahora sería difícil superar. A finales de los 70, Frank Frazetta inició una corriente pictórica, la de los ilustradores de fantasía o Fantasy Art, que pronto se erigió en una auténtica escuela llevada a los límites de sus posibilidades por el peruano Boris Vallejo; antes, en los 40, otro peruano, Alberto Vargas, conquistó Norteamérica con sus chicas glamorosas que aparecieron en las páginas de los magazines más importantes de la época.
Pues el cuadro que colgaba frente a mi restirador podría ser obra de cualquiera de ellos, o por su perfección de todos juntos. Sin firma, al observarlo, me hacía divagar sobre cuándo, cómo y por quién se realizaría. No sé si seas amante de la expresión gráfica, pero comentándolo con dibujantes y diseñadores, casi todos compartimos una secreta ilusión ―iconolagnia, según los psiquiatras― que se potencia al observar cuadros de nuestro agrado: poder estar dentro del paisaje, formar parte de la escena o vivir el instante que la obra plástica representa.
Continuará…