Se estima que más de 500 millones de personas resultaron infectadas de la gripe española en 1918. Una pandemia que en sus tres oleadas cobró la vida de más de 50 millones de personas en el mundo. Hombres y mujeres que hicieron frente al fenómeno al desnudo, sin gobiernos que reconocieran la emergencia, sin el abrigo de una estrategia multilateral y –por si no bastara– frente al fétido sotavento de la Primera Guerra Mundial.
Una de sus víctimas fue Egon Leo Adolf Schiele. El pintor y dibujante austriaco que destacó por el uso de prominentes líneas rectas que parecían esgrafiar el lienzo para dar tensión a sus personajes. Y por encarnar, a principios del siglo XX, una temática rebelde de instinto desenmascarado.
Schiele usó la línea como herramienta descriptiva y narrativa. Vio en la pintura y el dibujo una fuente de oportunidades para desfogar una ardiente lascivia, para crear largas figuras con inspiraciones en el Greco; pero en particular, para reflejar una fervorosa inquietud de llevar al lienzo las más profundas, turbias e inexpresables emociones humanas.
La pandemia de influenza H1N1, conocida como “la gripe española”, enfrentó a Schiele a una muerte temprana. La plaga, injusta e indiscriminadamente, llenó sus pulmones de fluidos, matizó su piel de azul, secó sus ojos y silenció su corazón. Pero su obra revolucionaria no palideció con su cuerpo. Vive lúcida para representar las mismas sensaciones inenarrables de la humanidad; muchas de ellas, resurgidas con la pandemia de Covid-19.
Delante de un fondo blanco deslumbrante, Egon Schiele se retrató en 1912 en un óleo sobre madera conocido como Autorretrato con cabeza agachada. La luz parece emanar de un punto frontal a un rostro introspectivo y desafiante. Su vestimenta desajustada, pero de un blanco envolvente, podría conducirnos a un resplandor, el mismo que a mayor intensidad provoca la ofuscación ocular y la incapacidad de distinguir con claridad. El efecto desorientador que nubla la razón tras una crisis.
Su mano descarnada sobresale por encima de su pecho y forma un ademán inusual. Un gesto, por cierto, compatible con lo que Thomas Kunesh asoció al acto divino de amamantar en su investigación The Pseudo Zygodactylous Gesture of the Lactaring Goddes.
En su conclusión, los dedos dispuestos de esa forma representan la protección de las diosas con sus hijos. La Virgen María con el niño Jesús reafirma su hipótesis.
“El gesto es básicamente de protección y no una manera encubierta de hacer la señal de la cruz para defenderse de los elementos hostiles. La mano con los dedos separados imita el acto de amamantamiento sagrado, y la colocación de la mano sobre el pecho con esa configuración particular de los dedos, en ambos sexos, sugiere el poder de alimentar de la diosa madre”.
En Autorretrato con cabeza agachada, el pintor austriaco –encarcelado y socialmente estigmatizado en Viena por retratar diáfanos impulsos y deseos humanos– nos encamina en este 2023 a la reflexión sobre la convivencia de tres elementos determinantes de la era post-Covid: la humanidad frente al desaire de los tiempos, una natural autoprotección y el brote infalible de la lucidez.
Sobrevivir a una pandemia como la que terminó con la vida terrenal de Egon Schiele es un desafío de la humanidad presente en capítulos de la historia, como la peste bubónica entre el 541 y el 543; la viruela en el siglo XVIII o la gripe aviar en 1957.
La pandemia de Covid-19 ha llegado a contabilizar más de 6 millones de víctimas en el mundo. Un análisis de la Organización Panamericana de la Salud y la Inter-Agency Standing Committee apuntó que entre las respuestas psicosociales más comunes al fenómeno están el miedo a enfermar y morir, miedo a quedar socialmente excluidos, miedo a perder el sustento y el miedo a estar separados de sus seres queridos. Una suerte de colisión radiante para la forma en la que se entendía y se vivía el día a día en todas las naciones.
Con todo y los progresos científicos y tecnológicos, el Covid-19 se ha llegado a perfilar en el debate de los científicos sociales como el punto de inflexión para un cambio de época. Ha sido profunda la resonancia económica y social de la turbulencia sanitaria.
Manuel Antonio Garretón, Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanidades en Chile, en su texto titulado ¿Cambio epocal? Reflexiones en dos momentos de la pandemia, coloca a la pandemia de Covid-19 como una de las tres grandes crisis mundiales de los últimos cien años. A ellas se suman, la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.
Para la primera, en prospectiva propone: “la pandemia puede tener el efecto de alertarnos también sobre la necesidad de la cohesión social. Es una oportunidad para que podamos volver a creer en las instituciones y para que se pueda restablecer algún nivel de confianza en la gente, en las personas, porque estamos todos obligados a cuidarnos los unos a los otros”.
Surge, entonces un planteamiento determinante: ¿tras los estragos del deslumbramiento, la humanidad encontrará un lapso de lucidez que le permita redireccionar su cultura en beneficio de la colectividad? ¿Podrán los gobiernos redirigir su actuación en beneficio de las mayorías? De acuerdo con Manuel Antonio Garretón, fueron las crisis las que dieron paso a nuevos paradigmas públicos como los Estados de bienestar o a la política intervencionista estadounidense conocida como el New Deal.
El pintor austriaco Egon Leo Adolf Schiele falleció víctima de una pandemia avasallante. Pero en su pintura permaneció inmóvil una vívida reflexión sobre la posibilidad de un brote infalible de lucidez. Un fresco barlovento en el futuro.
El punto: Egon Schiele legó a la historia del arte la confirmación de que el retrato o el autorretrato no se acota a la exteriorización vanidosa o egocéntrica de un enfoque personal. Por el contrario, llegan a ser puntos de luz para el análisis social. La continuidad fue clave en su narrativa. Y trascendió en una propuesta artística única: tensa, incómoda y descarada; despojada de cualquier recurso innecesario. Directa y honesta.
La línea: El deslumbramiento de la Covid-19, entre otras cosas, ha dejado huella en la conciencia de la autoprotección y ha arrojado sobre la humanidad un periodo de lucidez propicio para un cambio global positivo. Una transformación en favor de la igualdad, la justicia, la empatía y la dimensión social de la política mundial.