En 1899 el científico Albert Abraham Michelson se atrevió a asegurar que para ese momento ya todas las leyes y hechos fundamentales de la física habían sido descubiertos, y que estos estaban tan sólidamente establecidos que la probabilidad de que fuesen remplazados como consecuencia de nuevos descubrimientos era extremadamente remota. Michelson no podía haber estado más equivocado. Quizá olvidó que Max Planck trabajaba en resolver la catástrofe ultravioleta de la radiación térmica, que Albert Einstein hacía lo propio con el fenómeno fotoeléctrico, o que Niels Bohr indagaba por qué su modelo del átomo no resultaba inestable, como lo predecía la mecánica clásica que entonces imperaba.
Tan sólo un año más tarde, en 1900, Planck decidió utilizar su hilfsgrösse (tamaño auxiliar) como artilugio para resolver la ecuación matemática con la que explicaría por fin la radiación electromagnética que emitía el cuerpo negro propuesto años atrás por Gustav Kirchhoff. De inmediato el genio de Einstein comprendió que la energía estaba empaquetada en estos cuantos usados por Planck y con ellos logró comprender el efecto fotoeléctrico. Posteriormente, Bohr utilizó esta misma cuantización energética para demostrar que por esta razón su modelo entregaba átomos estables. Esta fue la primera revolución cuántica que, contrariamente a las afirmaciones de Michelson, sí modificó radicalmente los fundamentos de la física.
A pesar de que muchos de los conceptos teóricos develados con el surgimiento de la física cuántica resultaban difíciles de comprender y hasta contraintuitivos, tras la formulación probabilística de la mecánica cuántica, desarrollada por Erwin Schrodinger durante la cuarta década del siglo pasado, todo quedó listo para su implementación. Sin embargo, esta tecnología debió esperar varias décadas para que pudiera convertirse en lo que ahora es para la sociedad moderna.
En la actualidad, la tecnología cuántica vive y respira con nosotros en la vida diaria. Cada vez que utilizamos el sistema de navegación en nuestro teléfono inteligente para intentar escapar del pesado tráfico, confiamos en la precisa medición del tiempo hecha por los relojes atómicos que orbitan a bordo de cada satélite del Sistema de Posicionamiento Global (GPS por Global Positioning System). Al conocer los principios cuánticos de la naturaleza, hemos podido desarrollar los sistemas de comunicación encriptados que protegen nuestra información. Los modernos sensores magnéticos cuánticos miniaturizados nos permiten medir la actividad cerebral para apoyar los diagnósticos médicos o controlar dispositivos. Pronto las computadoras cuánticas permitirán dirigir el tránsito de los vehículos autónomos para que no provoquen accidentes ni embotellamientos.
Este mundo cuántico en el que vivimos desde hace algunos años sin percatarnos ha sido posible porque algunas naciones o regiones, como Europa, han apostado decididamente al desarrollo de estas tecnologías y otras que llegarán al mercado en fechas próximas. Esa es la principal conclusión que se puede obtener del análisis de los primeros tres años de implementación del programa Quantum Technologies Flagship de la Unión Europea. La inversión de 193 millones de euros (mde), inyectada del 2018 al 2021 a través del programa Horizonte 2020 ha resultado muy redituable, pues los 21 proyectos financiados hasta ahora han entregado más de mil 500 artículos científicos y 161 congresos y talleres a los que asistieron mil 961 investigadores. Todo este conocimiento generado y transferido ha producido 25 compañías de nueva creación (startups) y 105 patentes.
Con tales logros, el viejo continente se ha colocado a la cabeza en el desarrollo de las tecnologías cuánticas, lo que le otorga una ventaja hacia la consolidación de su plataforma manufacturera de dispositivos cuánticos insertos en los microchips; objetivo contemplado ya en el Acta Europea de Chips. El horizonte luce tan brillante que Alemania, Francia y los Países Bajos han decidido impulsar sus propias iniciativas cuánticas, destinando para ellas, respectivamente, 2 mil, mil 800 y 670 mde. El mundo cuántico ya no es más una ilusión futurista, ahora es una realidad.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.