Autoría de 10:06 pm #Destacada, Los Especiales de La Lupa

Es difícil escribir con una herida sangrante: Luis García Montero 

ENTREVISTA: MARIO BRAVO SORIA  

En el quinto día

En una bellísima escena del filme El Apartamento (1960), dirigido por Billy Wilder, el oficinista Calvin Clifford Baxter, interpretado por Jack Lemmon, al terminar de preparar tallarines y escurrirlos sobre una raqueta de tenis en la cocina de su hogar, de manera tierna y honesta le confiesa lo siguiente a Fran Kubelik, interpretada por la pícara y fascinante Shirley MacLaine, la ascensorista del edificio donde ambos laboran: “Yo vivía como Robinson Crusoe… era un náufrago entre ocho millones de personas… ¡hasta que un día vi pisadas en la arena y la encontré a usted…!” 

      ¿Existe algo más genuino que el amor hallado así, repentinamente, como quien se sabe el único y omnipotente habitante de una isla desierta pero, inesperadamente, advierte la presencia de las huellas de unos pies, distintos a los propios, en la playa de su vida? 

      Uno intuye que algo muy similar a lo dicho anteriormente ocurrió cuando el poeta Luis García Montero (Granada, 4 de diciembre de 1958) conoció a quien sería su amada compañera, la novelista Almudena Grandes (Madrid, 7 de mayo de 1960 / Madrid, 27 de noviembre de 2021): él, un poeta; ella, narradora que publicó su primer libro en el año de 1989; él, un lector de Rafael Alberti, además de profesor; ella, férrea defensora de la memoria y mujer que, sin saberlo al comienzo de la última década de un siglo XX problemático y febril, sería quien dejaría sus pisadas en la arena de Luis García Montero. 

Luis García Montero

      Durante casi treinta años, Luis y Almudena sobrevolaron los tejados de Madrid tripulando avioncitos de papel hechos con las páginas de sus libros, principalmente la entrañable novela Te llamaré Viernes (1991) escrita por Grandes y la hermosa respuesta, publicada como poemario siete años después por García Montero, intitulada Completamente Viernes (1998).  

      Hoy, en un febrero de este año tan lento como el andar del reloj en la sala de espera de un hospital, tan frágil como fila de jubilados en una sucursal bancaria; pero también tan grato como olfatear tu aroma en mi almohada… el poeta granadino ha presentado su libro Un año y tres meses, redactado para continuar andando tras el encuentro de un dulce amor que preserva y tiernamente lava todas las mañanas: ese amor hacia Almudena Grandes. 

“El poeta granadino ha presentado su libro Un año y tres meses, redactado para continuar andando tras el encuentro de un dulce amorque preserva”

“Convertir el dolor en memoria” 

−Maestro, después de casi ya un año y tres meses del fallecimiento de Almudena Grandes, ¿cómo se ha transformado su amor hacia ella? 

      −Bueno, es una convivencia con la pérdida que tiene relación con la memoria y la superación del dolor, celebrando los muchos años en los que compartimos alegría y felicidad. El libro Un año y tres meses se convirtió en una necesidad por buscar sentido a eso que me estaba pasando y la poesía a mí me enseña a preguntarme acerca de lo que me está ocurriendo. Fue una complicación porque es muy difícil escribir con una herida sangrante.  

      “No hay que caer en el patetismo ni en la confesión, sino buscar una confesión poética que, a veces, necesita un poco de frialdad. En la corrección del libro fui recuperando serenidad para convertir el dolor en memoria y en la tristeza de un duelo que me permite convivir con la vida, así como encontrarle sentido”. 

“Durante casi treinta años, Luis y Almudena sobrevolaron los tejados de Madrid tripulando avioncitos de papel hechos con las páginas de sus libros”

      −¿La poesía qué puede hacer contra la muerte de la mujer amada y en contra del inexorable paso del tiempo? –le pregunto al también director del Instituto Cervantes tan sólo unos pocos minutos antes de que iniciara la presentación de su libro en un recinto del Centro Histórico de la Ciudad de México; allí, mientras sus lectores le rodeaban y uno que otro intentara descifrar las respuestas que el poeta me concediera, García Montero (con un volumen de voz bajito, casi como si su contestación fuese una oración laica) cita a un peruano que algo supo acerca del dolor: 

      −Claro, recordé el verso de César Vallejo: “Tanto amor y no poder contra la muerte”. Cuando uno quiere superar su dolor más hundido y secreto, busca en la tradición poética una experiencia que tiene que ver con todos los demás: ¡César Vallejo, Jorge Manrique y Jaime Sabines! 

      “Lo que la poesía me ha enseñado es que se trata de una experiencia en la cual uno no está solo, aunque la vivas en primera persona. Es posible salir del uno al nosotros para seguir encontrándole sentido a las cosas”. 

César Vallejo

Se pierde la señal 

En la vida hay momentos que interrumpen nuestros ingenuos planes: el suicidio de alguien próximo a nosotros, una noticia que casi nos tira de bruces en una gran avenida, un diagnóstico, aquello que leímos en cierta página del periódico de ayer, tu mensaje con voz temblorosa al otro lado de la línea telefónica… el dolor, el miedo y la desazón de sabernos tan frágiles como una hormiga en medio de un maratón. 

      Acerca de esos momentos en que “se pierde la señal”, el inolvidable Joan Margarit escribió:  

            Nunca sientas piedad por lo que has sido, 

            pues la piedad es demasiado efímera: 

            sobre ella no se puede construir nada.  

            De noche, en un pequeño aeropuerto, 

            ves que un avión se eleva y se distancia. 

            Se va perdiendo la señal. 

            Ahora estás convencido de vivir, 

            aunque sin esperanzas, tus años más felices. 

            Hay otra poesía, la habrá siempre, 

            igual que hay otra música: la de Beethoven sordo. 

            Cuando se pierde la señal.  

−¿El poeta de qué se sujeta ante sucesos caóticos y un vendaval como lo es la muerte de quien uno ama? –interrogo a Luis García Montero, a las 18:27 horas de un 14 de febrero en una ciudad que decidió olvidar y erigirse, torpe y endeble, por sobre lo que hace no tanto tiempo fue un lago.              

      −Con el conocimiento y la necesidad de preguntarse qué es lo que está pasando. Y con valorar aquello que la vida te ofrece. No poseo respuestas sobrenaturales porque no tengo ideas religiosas; pero, a mí, esta experiencia me ha dado dos cosas: amar no es ningún sentimiento de prepotencia ni dominación, sino una toma de postura de nuestra vulnerabilidad. Lo que nos une, tanto en una relación amorosa como en una relación política, es la necesidad de cuidar y de ser cuidados… ¡es la necesidad de ayudarnos lo que nos invita a convivir! Eso, una enfermedad te lo enseña en el amor: ¡hasta qué punto los cuidados son muy importantes! 

      “Lo segundo que me ha enseñado es que cuando duele la pérdida de algo es porque ese algo ha sido muy importante. Y hay que agradecerle a la vida que te haya dado cosas tan importantes, porque también se podría haber vivido sin conocer el amor o habiendo tenido un amor triste… de final amargo… En ese sentido, ¡yo agradezco la felicidad!” 

“Hay que agradecerle a la vida que te haya dado cosas tan importantes, porque también se podría haber vivido sin conocer el amor o habiendo tenido un amor triste… de final amargo”

La muerte: un animal doméstico

La muerte, me parece, podría definirse como un apartamento casi en silencio absoluto.  Uno se halla recostado en el sofá junto a un libro de Rubén Bonifaz Nuño. La voz de la mujer que amas no se escucha, ella no está allí, aunque la busques detrás de la sombra que dibuja la cortina en la ventana. En tus adentros repites, como una oración pagana, el comienzo del poema “Amiga a la que amo: no envejezcas”, mientras solamente en aquel lugar se escucha el ruido del motor del frigorífico.  

      La muerte puede ser como ese sonido que emite el refrigerador, sin cansarse, mientras anhelamos el tibio roce de unos labios y la voz de esa mujer que nos daba calma en medio de tormentas provocadas por la furia del temible Poseidón. Rubén Bonifaz Nuño, en un fragmento del libro El manto y la corona (1958), escribió: 

            Quiero, además, contarte  

            que aquí también me estás acompañando; 

            que tan concretos y evidentes 

            como el lugar en el que aquí descansas,  

            como la ropa tuya que dejaste 

            colgada en una percha, están conmigo 

            tu voz, tus ojos buenos, tu deseo 

            de hacer el bien. Poblados se me alumbran,  

            con tu esperanza, el sueño y la vigilia.  

−¿El amor vence a la muerte? –le digo a García Montero como si no estuviese preguntando acerca de uno de los misterios más grandes de la humanidad, sino como quien le solicita su número telefónico a alguien o le pide instrucciones para llegar a tal o cual barrio de la ciudad. 

      −El amor, como la vida, vence a la muerte si consideramos que la memoria forma parte de nuestra existencia diaria y que nuestros muertos siguen viviendo con nosotros. En ese sentido, el amor que te permite conservar la memoria y vivir día a día, vence a la muerte. Convivo con la muerte no como una promesa de supervivencia, sino como un animal doméstico. 

      “Cuando voy por la casa y veo que hay un ordenador que siempre estaba encendido y ahora está apagado, cuando me ducho y en el perchero veo que en lugar de dos toallas solamente hay una… pues convivo diario con el recuerdo de la vida: ¡la muerte se convierte en vida y la vida me acompaña!” 

      Al transcribir las palabras del poeta García Montero no dejo de recordar unas líneas escritas por el ya referido Bonifaz Nuño, un sabio en estos temas: 

            Hasta más no poder estoy colmado 

            con cada cosa tuya. Soy el sitio 

            al que llegas a diario a visitarte;  

            a encontrarte contigo; 

            a preguntarte cómo amaneciste; 

            a platicar, contigo, de tus cosas. 

Rubén Bonifaz Nuño

Lealtad 

La media centena de lectores congregados en el Centro Cultural de España en México espera, algo ansiosa, que el poeta granadino suba a la tarima y charle acerca de Un año y tres meses. En esta desmedida realidad de febrero ya quedaron atrás, como escenas de una película vista en blanco y negro, tanto el miedo a las caídas, la ducha difícil y los duros trasbordos para llegar al baño, que vinieron con la etapa final de la enfermedad encarada por la escritora Almudena Grandes.  

      Pero, más allá del huracán de la Muerte que desordenó papeles y calcetines, dejando todo patas arriba en el día a día de Luis García Montero… ¿el poeta cómo elabora estos peculiares días y qué perspectiva guarda con respecto a su vida? Este dolor tan lacerante por el que ha transitado tras separarse físicamente de su compañera, ¿cómo le permite mirar por el espejo retrovisor y hacer un corte de caja acerca de su infancia hasta el momento de llegar a ser uno de los poetas más leídos en lengua castellana? 

      Nuevamente, con voz baja, como si me estuviera revelando un secreto largamente buscado por la tribu, Luis García Montero me comparte cómo ve la vida con relación al pasado: 

      −La miro con un recuerdo de gratitud y, en el paso de la infancia y la adolescencia, siempre pienso que madurar no significa renunciar al conocimiento. Ahora tengo 64 años y si dijera que en 40 años no he aprendido nada y sigo pensando como cuando tenía 20, estaría diciendo que mi vida no me enseñó nada.  

      “Me gusta, con 64 años, seguir manteniéndome leal al joven que fui y a las esperanzas que tuve. La muerte ensancha esa lealtad: ahora ya intento ser leal no sólo al joven que fui, sino a la persona que vivió junto a Almudena…” 

Me gusta, con 64 años, seguir manteniéndome leal al joven que fui y a las esperanzas que tuve”

Yo era Robinson… 

No sé si Luis García Montero lo percibía, pero mientras hablaba presentando Un año y tres meses desde nuestras butacas quienes le escuchábamos y, al mismo tiempo, hojeábamos dicho libro, constatábamos que Almudena había vuelto a dejar pisadas en la arena… 

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Last modified: 17 febrero, 2023
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