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En mi tomo abocado al mes de marzo de mis libros Un año con Regina (Editorial Lectorum, 2021) dedico el capítulo octavo al Día de la Mujer con palabras especiales, o decires cariñosos, para mi niña Melisandre Jazzelle Regina, cuya edad no rebasa, aún, los diez años.
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Por alguna razón que todavía no puede explicarse debidamente, las personas durante muchos siglos creían que las mujeres eran inferiores a los hombres. ¡Por eso les negaron derechos, las maltrataban, las ignoraban, las reducían, las regañaban sin motivo aparente! Aún en estos días hay como cinco países en el mundo, de un poco menos de 200 en total, que prohíben o restringen (limitan o discriminan) la presencia de las mujeres, por ejemplo, en las elecciones políticas. ¿Me creerías si te digo que en Arabia se emitió un decreto real, en septiembre de 2017, para permitir que las mujeres puedan por fin conducir un auto, autorización que empezaría a cumplirse hasta junio de 2018? Y no manejaban sencillamente porque los hombres las consideraban inútiles para tal asunto.
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En México tiene poco más de medio siglo que un presidente, Adolfo Ruiz Cortines, legalizara, apenas en 1954, el voto de la mujer en las contiendas políticas [si bien fue en 1953, el 17 de octubre, cuando en el Diario Oficial de la Federación fue decretado que a partir de esa fecha las mexicanas, visibilizadas por fin, podían participar en asuntos que antes sólo concernían al sector masculino; es decir, hace exactamente siete décadas apenas la mujer fue considerada una persona con decisiones propias].
Siete años antes ya podía ejercer su opinión en las urnas, pero sólo podía hacerlo en elecciones municipales. ¡A mitad del siglo XX la mujer en México todavía era silenciada en la sociedad, como si no tuviera cabeza para pensar por sí misma!
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En el siglo XIX se cuentan con los dedos de la mano los países que consideraron a las mujeres otorgándoles derechos al parejo de los hombres, como las Islas Pitcairn en Oceanía (¡con sólo 57 habitantes según el censo de 2014!) en la década de 1830, y Nueva Zelanda casi al finalizar esa centuria. Pero, en realidad, no fue sino hasta el siglo XX cuando se empezaron a repartir los derechos a las mujeres, que antes no contaban con apoyos oficiales, de manera que el hombre podía hacer con ella lo que quisiera sin que nadie dijera nada. ¡En países supuestamente tan avanzados y desarrollados como Suiza el voto a la mujer se le otorgó hasta la década de 1970! Sin embargo, se apunta en la historia que los países en ofrecer el sufragio femenino, equilibrando los derechos tanto de hombres como de mujeres, son Australia del Sur y Tasmania a principios del siglo XX, con un año de diferencia: 1902 y 1903, respectivamente.
Y aunque desde principios del siglo XX numerosas mujeres proponían crear un día internacional dedicado a ellas, no fue sino hasta 1975 cuando la ONU, Organización de las Naciones Unidas, celebró a la mujer ese año, por primera vez, instituyendo el 8 de marzo como el día para reconocer a la mujer en todas sus actividades.
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Así, la mujer, como debió de haber sido desde el principio de los tiempos, tiene su lugar en el mundo; es decir, que se le debe respeto, porque su lugar siempre lo ha tenido, aunque no se le respetara. Lo curioso de este caso es que todos los hombres que viven en este planeta, hasta los que todavía no les otorgan los derechos civiles a las mujeres, ¡están en este mundo por una mujer que los trajo en su cuerpo cuidándolos con cariño para recibirlos en sus brazos en el momento que vieron la luz primera!
Por eso la niña Independencia se enoja, y con justa razón, cuando el niño Sindicato dice a sus amigos que no deben tomar en cuenta a las niñas porque, así dice el muy creído, son mujeres sin cabeza.
—¡Como si fuéramos monstruos! —grita Independencia, y tiene razón de estar enojada, porque tanto los niños como las niñas tienen los mismos derechos aunque sean distintos en su formación corporal: ambos son humanos, y están en esta Tierra para disfrutar, por igual, de todas las condiciones que les ofrece la naturaleza humana y la materialidad de las invenciones tecnológicas.
Sindicato dice, por ejemplo, que los niños son más fuertes, e Independencia le contesta, enojada, y con sobrada razón, que en los Juegos Olímpicos sólo las mujeres han ganado medallas en halterofilia.
—En 2000, en Sidney, a sus 23 años Soraya Jiménez se adjudicó la medalla de oro, y en las Olimpiadas de Pekín, en 2008, Damaris Aguirre obtuvo la medalla de bronce en la misma especialidad —le enfatiza Independencia a Sindicato en su cara, que sólo pudo preguntar:
—¿Qué es haterofila?
—Hal te ro fi lia —aclara Independencia—, que es levantamiento de pesas, y ningún hombre ha podido ganar jamás una sola medalla en esa actividad…
Sindicato ya no dice nada, porque nada puede ya decir al respecto.
Y se va Sindicato a su casa, e Independencia también se va a su casa (a la suya, la de ella, no a la de Sindicato, que vive en otra casa) pensando en que si Sindicato cambiara su forma de ver a las niñas tal vez serían buenos amigos, y Sindicato va pensando en que Independencia es muy inteligente y le gustaría que fuera su amiga.
Con el tiempo las cosas se modificarán para los dos.
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