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En el portal de la revista Zócalo, que dirige Carlos Padilla Ríos, Jacobo Ojeda publica un texto, unilateralizado (es decir en franco desequilibrio, parcializado, adorablemente subjetivo), con el título “Tres años de huelga en Notimex”, rótulo en efecto cierto que, al parecer, a casi nadie en el gremio parece importar a menos que sea para exhibir la contrariedad por la administración morenista que ha revelado, desvelado, acaso sin ser ése su objetivo, el estado deplorable (decaído, desangelado, decadente) de la prensa mexicana, cuyos propietarios —porque la prensa tiene dueños que, en su mayoría, en su inmensa mayoría, no son periodistas— ya rezan por el entierro del actual gobierno federal que les ha retirado el dadivoso respaldo económico con el que se daban —los empresarios y numerosos periodistas dispuestos a la venta de sus teorías— una vida saturada de consumos bienhechores en la alta sociedad.
El “periodista independiente” Ojeda, tal como él mismo se define en las redes, se introduce, quiero creer que sin querer, en una hilera de faltas a la veracidad tales como su afirmación sobre la procedencia del equipo tecnológico que la periodista Sanjuana Martínez utiliza para realizar algunas cápsulas en redes sociales. Al respecto, Ojeda acusa desinformadamente a Sanjuana Martínez por el simple y llano hecho de abrir un canal en YouTube: “Voces de los huelguistas afirmaron que Sanjuana Martínez, directora de la agencia, mientras ellos están padeciendo la huelga, ya comenzó un canal en YouTube, lo que abre suspicacias al preguntarse: ¿con qué equipo se están realizando esas transmisiones?, piden que se verifique la procedencia o de dónde salieron los recursos para adquirir esas cámaras y demás equipo que sirve a la periodista”.
¡No sé si Ojeda esté enterado de que existen más de 30 millones de canales, hoy en día, en YouTube! Millonarios ociosos, entonces, que han invertido su carretada de dinero, según los acusadores, en equipos de tecnología porque, por lo visto, un canal no puede ser transmitido mediante modestas cámaras inherentes en los celulares o las computadoras. ¿Costaba demasiado investigar el asunto antes de haber lanzado la acusación? ¡Hasta películas se han realizado ya con celulares nada más! ¿Acaso no lo sabe el periodista independiente Ojeda? Entiendo la ira de los sindicalistas, no así la del periodista independiente: otra cosa hubiera sido que, debido a su indagación personal, me mostrara el gasto excesivo, con pruebas y no supuestos, de la directora de Notimex. Es algo así como la periodista que cuestionó, con una sonrisa burlona, a López Obrador durante una mañanera si no había rastros de vinculación de su gobierno (el del político tabasqueño) con el crimen organizado después de haber hallado culpable a García Luna en la corte estadounidense, una sonrisa —la de la reportera que no preguntaba sino acusaba con mordacidad— que lo culpaba abiertamente sin mostrar ninguna prueba de lo que planteaba. Tal cual, porque la prensa acusa, pero escasamente indaga.
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En tanto, el 4 de marzo —mediante su cuenta de Twitter—, el periodista Luis Guillermo Hernández emitió algunas preguntas sobre el caso Notimex, las cuales no cayeron nada bien en el sindicato huelguista: “Ojalá el corrupto SutNotimex explicara: ¿dónde están los 6 millones aportados por el cacique Hernández Juárez [líder del sindicato de telefonistas]?, ¿por qué eran 36 trabajadores al emplazar la huelga en Notimex, luego fueron 41 y hoy ya son 75?, ¿son Gremlins que se multiplican con agua?”
A finales del pasado febrero, en al misma red social, el también académico de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco había apuntado sobre el mismo tema: “Notimex, ¿la huelga de nadie? De 75 empleados de Notimex oficialmente reconocidos por la Secretaría del Trabajo de Luisa Alcalde con los sindicalistas del SutNotimex, más de la mitad ya han encontrado otro empleo o han abandonado una lucha artificialmente prolongada por fines políticos”.
¿Alguien, algún otro periodista inmerso en la industria mediática, alzó la voz con esta devastadora noticia?
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Al cumplirse tres años del estallamiento de la huelga en Notimex, el pasado 21 de febrero el mismo periodista Luis Guillermo Hernández reveló un aparente veto hacia su persona por parte de Jenaro Villamil, director responsable de los medios públicos en el gobierno de López Obrador: “Me decepciona muchísimo Jenaro Villamil. Un hombre muy pequeño para la colosal tarea que le fue encomendada. Les contaré un secreto: hace casi tres años acudí a su oficina en el Sistema Público de Radio y Televisión. La charla giró en torno a lo que era entonces un escándalo en la Agencia Notimex. Le dije que arroparla era deber de todos los integrantes de los medios públicos en su lucha contra la corrupción. Si caía Sanjuana, después iban a caer los demás. Se trataba de una depuración necesaria y urgente en un medio público que fue saboteado por la corrupción durante décadas… ¿saben cuál fue la respuesta de Jenaro Villamil? La respuesta fue no volver a tomarme llamadas, no contestarme mensajes ni responder a mis telefonemas ni correos. ¿Qué hice desde la lógica enana de Jenaro? ¡Apoyar a Sanjuana! Y eso fue suficiente para que me bloquearan en los medios públicos… Antes de esa cita con Jenaro a mí me invitaban recurrentemente a Canal Once a dar mi punto de vista, también a Canal 22… y también al Imer… ¡después jamás volvieron a invitarme a esos espacios!”
Es preocupante, sí, lo contado por Luis Guillermo Hernández, pero muy dentro de mí, conociendo a Jenaro Villamil, me resisto a creer que se trata de un impulso autoritario sencillamente porque al Jenaro que yo conozco no lo concibo de esa manera, si bien tampoco jamás me ha buscado a sabiendas de que soy, fui, el encargado de la sección cultural de esta (¿ex?) agencia del Estado, que vi numerosas cosas descompuestas (redactores que no redactaban, editores que se entrometían en todas las secciones, apabullante desinterés periodístico, vanidades reporteriles…) a mi llegada a Notimex cuando todo me negaban (un buen diseño para la sección a mi cargo, reportajes que se posponían, impuntualidad en las citas, diálogos improductivos, inexistente periodismo autogestionario…), que nada se podía hacer, que nada era posible crear porque todo ya estaba, según su habitualidad laboral, previsiblemente ideado, o totémicamente planificado.
¡Cuán complejo ciertamente es tratar de cambiar las cosas en un mundo predecible y renuente a las transformaciones!
¿Quién renuncia, porque sí, a los privilegios mantenidos durante varias décadas de costumbres fincadas en el provecho individual?
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