Taiwán es una pequeña isla que resiste desde hace décadas los esfuerzos anexionistas de la República Popular de China, que la reclama como propia y exige a todo el mundo que no la reconozca como un país diferente, so pena de recibir retaliaciones políticas y económicas de la potencia emergente del mundo. La isla, por su parte, ha encontrado en su desarrollo industrial su más efectivo escudo protector. Alberga una de las tres compañías más importantes del mundo para la fabricación de chips, la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC).
Junto a la sudcoreana Samsung Electronics y a la china Semiconductor Manufacturing International Corporation (SMIC), aglutina el mayor volumen de producción mundial de microchips. Se dice que en la actualidad ocho de cada diez de estos microcircuitos electrónicos son fabricados por este trío asiático. De ahí que, cuando la reciente pandemia pegó en el mercado de Wuhan y el gigante asiático decidió cerrar operaciones fabriles, y entre las afectadas estuvo SMIC, el desabasto de microchips fue tal que ni Samsung Electronics ni TSMC fueron capaces de compensar la falta de estos insumos, que se han vuelto vitales por el número cada vez más creciente de productos, desde las computadoras y vehículos hasta los modernos artículos electrodomésticos que los requieren para conectarse a la internet en esta nueva tendencia del Internet de las Cosas.
Ante esta fuerte concentración de la producción de microchips se podría pensar que Taiwán tiene su paz asegurada, pues de resultar invadida por el dragón de al lado seguramente TSMC tendría que detener su producción o reducirla a niveles críticos, con lo cual el escenario protagonizado en el 2020 por SMIC se reeditaría, y el desabasto de microcircuitos llevaría a todo el mundo a una nueva crisis económica; algo que ya todos los países experimentaron y desearían evitar.
Sin embargo, al gobierno de Beijing el que se repita tal escenario no parece importarle pues, tras la provocación de la representante Pelosi de hace algunos meses, la cantidad de maniobras y ejercicios militares en las aguas que rodean a Taiwán se han incrementado en número e intensidad. Esto ha encendido las alertas en Washington, en donde cada vez se convencen más de que la invasión podría darse muy pronto; sobre todo luego de que China ha visto lo sucedido en Ucrania.
Ya la coyuntura derivada de la pandemia y la posterior guerra han colocado a México en una situación inmejorable para la atracción de empresas que buscan salir de Asia o alejarse de la zona de conflicto en Europa, pero vale la pena preguntarse si ante el eventual conflicto bélico que se desataría entre China y Taiwán nuestro país podría resultar aún más beneficiado. Lamentablemente, en el caso de la fabricación de los microchips que produce TSMC, me temo que el asunto no sería tan trivial como mover las instalaciones de cualquier otra planta.
El nivel de capacidades instaladas y de competencias desarrolladas por la industria de los semiconductores en la isla no es fácilmente replicable y, aunque pudieran trasplantarse las naves industriales de la noche a la mañana hasta México, el talento de los trabajadores seguiría faltando para que la operación pudiera seguir sin contratiempos. La mayoría de las escuelas de ingeniería electrónica de nuestro país han orientado los perfiles de sus egresados hacia actividades como el mantenimiento o la supervisión, dejando al diseño con un enorme déficit. Resarcir esta falla no será fácil ni rápido para nuestro país.
Mientras los granos de arena terminan de caer y el conflicto finalmente se desata, sería deseable que en las escuelas de ingeniería electrónica de México tomaran cartas en el asunto y aceleraran el fomento por el diseño de circuitos electrónicos entre sus estudiantes. Sólo así podrían aterrizar en nuestro país en algún momento las inversiones que Taiwán busca desesperadamente sacar de su territorio para poner a salvo junto con su know-how en materia de la fabricación microchips. Si no actuamos es posible que otros países latinoamericanos nos arrebaten la ventaja.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.