Hace unos días se cumplieron 140 años de la muerte de Karl Marx, filósofo y economista alemán cuyas ideas han influido en movimientos, partidos políticos y sistemas de gobierno trascendentes durante los últimos dos siglos. La mayor parte de los escritos de Marx se centraron en un análisis minucioso del capitalismo decimonónico en Europa occidental en el contexto que el pensador germano vivió e intentó transformar, con pobres resultados.
Sin embargo, sus obras más conocidas son aquellas que escribió en su juventud y contenían un fuerte call to action, como diría uno de los gremios más detractores de sus ideas, los mercadólogos. Libros como El manifiesto del partido comunista, La ideología alemana o El 18 de brumario de Luis Bonaparte son los más leídos, revisados y citados de su extensa bibliografía; aquellos critican momentos históricos específicos para evidenciar que la burguesía –la clase social triunfante de las revoluciones liberales desencadenadas con la Independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa– no construía una nueva estructura social basada en la igualdad, la justicia ni la libertad, sino a partir de sus propios intereses de clase. El principal sistema (en el siglo XIX) que representaba estos objetivos, los ordenaba y creaba las condiciones necesarias para su perpetuación y expansión era el Estado-nación.
Al igual que Marx, decenas de pensadores europeos plasmaron ideas semejantes o paralelas en aquellos años: también denunciaron las falsedades en las promesas del capitalismo y a la burguesía como una clase que se apropia (roba) el producto del trabajo para mantener su poder político y económico, sus beneficios particulares y someter a las personas fuera de su estrato, es decir, la mayoría de las poblaciones. Hasta la fecha, las primicias de estos ideólogos denominados socialistas, comunistas o anarquistas no han sido refutadas con evidencia histórica, sociológica o de ningún tipo que siga el pensamiento racional. Simplemente, tras la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se convirtieron en reflexiones incómodas, disfrazadas de obsoletas; los antiguos calificativos que enorgullecieron a millones (y provocaron el odio de otros tantos), como el ser de izquierda, rojo, socialista, etc., se tornaron “anacronismos” de la época cuando una potencia imperialista, hoy vencedora, se confrontó con otro orden imperial, hoy desbaratado y pataleando por renacer.
Pero, a casi siglo y medio de la muerte de Marx, la base de su crítica al capitalismo es actual y evidente: una clase social (burguesía) obtiene los beneficios del trabajo de otros que no poseen más que su fuerza de trabajo (capacidad de venderse en el mercado de trabajo como un bien más), mientras ellos justifican jurídicamente su dominio económico-político gracias al respaldo de un Estado-nación que regula las transacciones locales y con el extranjero, brinda servicios que legitiman la existencia de la estructura y, de manera fundamental, mantiene el orden social mediante el control de las fuerzas represoras oficiales (policía y ejército). El resultado de este orden en términos macro es que la mayor parte de la población busca y toma empleos para “ganarse la vida” (porque, a pesar de lo que digan los “derechos humanos”, los elementos indispensables para garantizar la subsistencia no están asegurados para las clases trabajadoras); esos empleos no forman parte de un plan de desarrollo social democráticamente trazado para el bienestar colectivo, sino que se determinan de acuerdo con los intereses de la clase política y económicamente hegemónica. Por lo tanto, el trabajo, los recursos y, por supuesto, los medios de producción son invertidos en productos, servicios e infraestructura que beneficia ante todo a los poseedores del capital, eufemísticamente llamados en tiempos contemporáneos “empresarios”. En este sentido, los administradores temporales o vitalicios de la organización estatal, “el gobierno”, son aliados y cuasi-empleados de los capitalistas.
América
Insisto, estimado lector, desde el pensamiento racional moderno, las ideas anteriores (un resumen personal hecho grosso modo) no han sido desmentidas hasta la actualidad, sino soslayadas, minimizadas, ocultas. Y a pesar de que el legado de Marx quedó en la historia como un aparato crítico para evidenciar las condiciones opresivas y destructivas hacia el ser humano y lo que lo rodea inherentes al capitalismo, muchos personajes de la política actual desdeñan todo aquello que tenga la impronta de don Carlos. Por ejemplo, con motivo del aniversario luctuoso mencionado, la diputada panista de la CDMX América Rangel publicó un tuit que a nadie que la conozca sorprende:
Así es. Para la legisladora capitalina Marx es responsable de “más de 100 millones de muertes, esclavitud, dictaduras, genocidios, hambrunas y miserias por doquier”. Ni Hitler y Stalin juntos provocaron tanto dolor a la humanidad, a pesar de que, a diferencia de los dos tiranos mencionados, la mayor parte de los textos de Marx y sus sucesores se centran en cómo transformar la sociedad capitalista para que la mayoría de las personas que viven dentro de ella no sean esclavizadas, sometidas o pasen hambre. El marxismo es una escuela validada incluso en las academias de ciencias sociales de todo el mundo como una valiosa fuente de análisis crítico, no de justificación de tormentos. El tuit de la diputada es obra de alguien que no leyó a Marx, pero lo odia y repugna por lo que “otros” hicieron, y su círculo familiar y social le dijeron que ocasionó.
Rangel Lorenzana es “celebre” en la legislatura de la Ciudad de México por sus constantes declaraciones transfóbicas y antiderechos de las mujeres, pero también por ser “100% de oposición”, y valorar la “vida, libertad y propiedad”, como presume en su cuenta de Twitter. Qué es la vida, la libertad y la propiedad son preguntas que han consumido a generaciones de filósofos, pero la doctorante en administración y políticas públicas tiene muy claros los conceptos, aunque no son su materia de estudio. Su sesuda reflexión al respecto derivó en un call to action hacia la negación de derechos de personas históricamente vulnerables: mujeres y personas trans. ¡Vaya intelectual!
Sin embargo, algo que nunca ha rechazado esta mujer es su fidelidad al Estado mexicano, aquel que juró proteger sobre todas las cosas. Tras nuestra breve revisión de lo que significa el Estado-nación no podemos sino considerar congruente a la legisladora en su defensa de una estructura que legitima el sometimiento económico-político de una mayoría ante una minoría “elegida”, con la propiedad sagrada de los medios de producción que le van a redituar así se dedique activamente a extraer la pelusa de su hinchado ombligo, y analice durante siglos qué hace más valioso ese trozo de mugre que a la mayoría de la gente que vive alrededor de ella; o por el contrario: sus miembros usen bonitos trajes, más caros que las casas de la gente pobre, para asistir a oficinas brillantes y pulcras que representan el “éxito” merecido desde su nacimiento.
Diputada América Rangel, es usted una mujer congruente en su odio por Marx, dado que es una furiosa clasista prepotente. No obstante, paciente lector que ha llegado hasta aquí, debo admitir que el nombre de esta columna es algo tramposo, ya que no se trata en realidad de ofender a la diputada, sino de un granito de arena de mí parte para promover el cese de la polarización entre panistas y morenistas. Quiero hacerle ver a América que su concepción del Estado-nación no está en “oposición” a quien considera su enemigo, oponente o némesis: don Andrés de la Divina Trinidad Manuel del Pueblo Mexicano López de los Pobres Obrador de las Santas Transformaciones.
Nuestro cabecita de algodón, sentado en un mullido trono presidencial, es más una persona de slogans y potentes frases cortas que de tediosos argumentos racionales neoliberales, por lo que quiero demostrar mi punto remitiendo a tres de sus más conocidas campañas mercadológicas… perdón, promesas al pueblo mexicano.
Primero los pobres
Empezaré este recorrido con una de las frases más repetidas y emblemáticas del presidente de México, aquella que enarboló cuando era jefe de gobierno del Distrito Federal, en las campañas anteriores y posteriores. Es también la frase más “plausible” de las tres que repasaré, pues parece un pensamiento noble, incluso virtuoso, el priorizar a las personas más necesitadas. Asimismo, “primero los pobres” es tan corta, contundente y directa que no podemos negar su calidad propagandística. Empero, tiene implicaciones antiigualitarias, sobre todo a la luz de las políticas que ha llevado a cabo AMLO en sus dos únicos cargos públicos. “Primero los pobres” podrías ser un eje de acción transitivo, una prioridad durante el tiempo que dure un plan de acción a corto o mediano plazo para que deje de haber personas en condición de pobreza; los programas asistencialistas tendrían sentido como apoyos que disminuyan la precariedad de las poblaciones oprimidas, sólo durante el lapso que tarde en cambiar la estructura social para que en vez de un magnate haya mil, o 10 mil, personas viviendo con dignidad. El problema de “primero los pobres” es que no tiene secuela… eterniza la condición de pobreza del grueso de la población, la cual será tratada como prioridad ¡siempre!, pues la igualdad nunca llegará. No ponga una cara larga, querido lector, porque Andrés Manuel ha dicho y recontradicho que los pobres son más virtuosos, más buenos, y si la gloria no les llega en esta vida, será en la siguiente. Alabados sean, ¿verdad, América?
Separar al poder económico del poder político
Ahora toca mi favorita, porque también es la que más aborrezco de las tres. Si la “oposición” política de Morena y AMLO tuviera algo de inteligencia (un mínimo), pediría la invalidación del título del presidente como licenciado en ciencia política por decir (una y otra vez) esta aberración, que es equivalente a un biólogo aceptando el creacionismo o un físico moderno sosteniendo que los terraplanistas dicen la verdad. Desde las ciencias sociales en general, sobre todo en escuelas con tendencia de izquierda, se tiene muy claro que el poder económico es poder político; no importa cuánto se “limite” su “influencia directa” en las decisiones de los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, un gran burgués puede contratar a los mejores abogados (un pobre ni al peor), sobornar diputados, chantajear mandatarios, hasta mandar a matar “gente incómoda”. La desigualdad económica del nivel que hay en México garantiza que el capital de la burguesía represente una capacidad de influencia en los asuntos públicos semi-ilimitada. El poder político sólo podrá desconcentrarse para evitar tiranías cuando el poder económico sea atomizado. El cuento de la separación entre poderes económico y político también tiene un talante neoliberal, que seguro le parecería simpático a América Rangel si lo reflexionara: asume que el gobierno puede ser ese “arbitro neutral” con el que tanto fantasearon los Chicago Boys.
La transformación es desterrar la corrupción del país
¿Qué es la corrupción? Si pudiera hacerle sólo una pregunta al presidente de México sería esa, pues nunca ha dejado en claro a qué se refiere cuando exalta que él está contra la corrupción, que su plan de gobierno es acabar con la corrupción, que dejar atrás la corrupción os hará libres. Según la tercera acepción de la RAE, la corrupción es: “En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización indebida o ilícita de las funciones de aquellas en provecho de sus gestores”. Creo que es la más cercana al ambiente político de las definiciones en esa academia, pero tristemente no implica para nada la distribución igualitaria de la riqueza, ni la mejora de las condiciones de vida o democratización del país. Implica que los funcionarios harán lo que tienen que hacer y no harán actividades ilícitas o en perjuicio de las arcas públicas… Y, ¿eso es todo? La gran fórmula de Andrés Manuel era desterrar la corrupción, pero, en el mejor de los casos, que los funcionarios públicos se comporten honestamente evita desfalcos y el dinero alcanza para más, pero no para todo y no implica una administración adecuada del mismo. Además, se da por sentado que el gobierno tiene influencia preponderante en la economía del país, y esto no es del todo cierto: la manipulación de la burguesía en la estabilidad, dinamismo y crisis financieras muchas veces es más decisiva que aquello que el gobierno hace. Don Carlos Slim Helú, a quien nuestro presi definió como “el empresario más austero y más institucional de México que es también nuestro orgullo”, dueño de una de las constructoras de la trágica línea 12 del Metro de la CDMX y del maravilloso (y algo neoliberal) Tren Maya, podría hacer temblar la economía nacional con un soplido; lo bueno es que es “austero e institucional”, como nos gustan los empresarios, ¿verdad América?
A mí me gusta más la cuarta acepción de corrupción de la RAE, algo más genérica, para convertir a la corrupción en el principal enemigo de la nación: diarrea, descomposición. Si el Estado genera las condiciones para que la burguesía siempre esté sobre una clase trabajadora de menor importancia y valor, desde ese “genocida pensamiento marxista” el Estado es de origen algo diarreico y en descomposición; qué suerte que ni América ni Andrés Manuel lo piensan así, sólo tienen diferentes visiones de cómo arreglar al gobierno con su respectivo grupo político a la cabeza, el cual también debe tener buenas dietas, prestaciones, palacios, coches, comidas ricas, cocteles, viajes continuos…
Camarada
No sé a qué tipo de izquierda pertenezca el presidente, pero en definitiva no es al marxismo o comunismo, e irónicamente puede ser la “izquierda” a la que América Rangel le daría una oportunidad. Así don Gerardo Fernández Noroña podrá limar asperezas con la diputada, y brindar a su salud: “usted y yo en el fondo somos de la misma izquierda, camarada América Rangel”.
Excelente reflexión, enoja y entristece el camino que lleva nuestro país.
La polarización no construye, no aporta soluciones, pero es útil para algunos políticos que así consiguen y mantienen adeptos.