El 22 de marzo se celebró el Día Mundial del Agua, decretado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1993 para crear conciencia e inspirar acciones que permitan afrontar la crisis global del líquido vital. El agua es un compuesto químico cuya molécula está formada por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Aún no queda claro cómo es que la Tierra tiene agua, aunque de acuerdo con un estudio recientemente publicado por científicos del Atacama Large Millimeter Array este líquido, que ha sido la base para la evolución de la vida terrícola como la conocemos, parece haber llegado en estado sólido desde el espacio interestelar, concretamente de la nube de formación solar que se encuentra en V883 Orionis, una estrella naciente de la constelación de Orión, en la que los antiguos griegos veían la silueta de un cazador.
Aunque pensaban que las estrellas eran cercanas entre sí, en realidad distan muchos años luz, tienen características muy diferentes e integran formaciones diversas. Rigel o β Orionis, que se considera la estrella más brillante de la constelación de Orión, en realidad es un sistema estelar cuádruple, cuya integrante principal es una estrella supergigante blanco-azulada. Betelgeuse o α Orionis, el segundo astro más brillante de Orión, es una super gigante roja con un diámetro 887 veces más grande que el del Sol. La tercera estrella más brillante de Orión es Bellatrix o ɣ Orionis, que ahora se piensa es una estrella caliente que se encuentra a una distancia de 250 años luz de nosotros.
Según los científicos, V883 Orionis se encuentra rodeada por gas y polvo cósmicos; elementos que eventualmente pueden convertirse en asteroides, cometas, planetas o hasta estrellas. Ahí los astrofísicos encontraron agua en estado gaseoso con características muy similares a las de la que hay en los cometas del Sistema Solar.
Cuando se observa a la Tierra desde el espacio esta luce un característico tono azulado, lo que se debe a que aproximadamente el 71 % de su superficie está cubierta por agua líquida. Debido a lo anterior podríamos pensar equivocadamente que tenemos este insumo en abundancia; sin embargo, el 97.5 % del agua del planeta es salada, mientras que sólo el restante 2.5 % corresponde a agua dulce. De este pequeño porcentaje el 69 % está congelada, lo que significa que apenas poco más del 1.7 % del agua dulce del planeta se encuentra en estado líquido, aunque se estima que tan sólo el 0.5 % tiene las características bioquímicas adecuadas para el consumo humano.
A pesar de que el agua es un recurso natural renovable, con tan poca disponible para uso de las personas, no debe extrañar que actualmente estemos viviendo una verdadera crisis hídrica. Conforme a diversos estudios encargados por la ONU, alrededor de 2 mil millones de personas —aproximadamente una cuarta parte de la población mundial— no tiene acceso al agua potable, y cerca de 4 mil millones enfrentan una escasez severa del líquido. Pero debido al calentamiento global, estos números podrían empeorar considerablemente en los años venideros, sobre todo debido a la disminución de la calidad del agua dulce líquida disponible, que se teme siga contaminándose a consecuencia de los sedimentos, patógenos y pesticidas generados por las cada vez más frecuentes inundaciones y sequías, así como por las prácticas agrícolas actuales, mismas que al día de hoy consumen el 70 % del agua disponible, lo que implica que los alimentos diarios de una persona requieren entre dos mil y cinco mil litros de agua.
Los sombríos pronósticos para la disminución de la disponibilidad de este líquido vital en lo que resta de la actual década han vuelto urgente el que todos optimicemos nuestro consumo personal de agua, de manera que cada quien colabore disminuyendo su propia huella hídrica, y de esta forma en conjunto el mundo pueda cambiar este derrotero que por ahora parece arrastrarnos, irremediablemente, primero hacia un creciente número de conflictos por el acceso al vital líquido, y luego al posible colapso de la civilización humana.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.