Con motivo del Día Mundial del Agua, que se celebra el 22 de marzo de cada año desde 1993, vale la pena revisar la estrecha relación entre el agua, el suelo y la sociedad, y dejar un poco de lado las declaraciones de buenas intenciones como: “establecer políticas gubernamentales para hacer del agua un bien al alcance de la población” (http://bit.ly/3nmkCXz). Lo que no podemos perder de vista, lo sabemos y lo debemos internalizar, es que la humanidad depende de la naturaleza o, dicho de otra manera, somos ecodependientes. El cambio climático, la pérdida acelerada de la biodiversidad y la contaminación del agua, suelo y aire nos tienen al borde de una serie de cambios drásticos, muchos de estos aún imprevisibles (según el Sexto Informe del IPCC, 2023).
El agua es un recurso natural esencial para la generación de bienes y servicios, y su escasez puede paralizar las actividades productivas de la sociedad, por lo que es un tema que debe analizarse desde diferentes enfoques, como el ambiental, productivo y el social, entre otros. Aunque este recurso abarca el 70 % de la superficie de nuestro planeta, su disponibilidad está limitada, debido a que 97.5 % del agua es salina, y está principalmente en los mares; sólo 2.5 % es agua dulce. A su vez, de esta agua dulce disponible, el 68.9 % se encuentra congelada, 30.8 % está almacenada en aguas subterráneas y menos del 0.3 % es agua superficial que se localiza en ríos, lagos, lagunas y humedales. Es decir, sólo una mínima parte del agua líquida es asequible, y por lo tanto potencialmente útil para el consumo humano en sus distintas actividades cotidianas, pecuarias, agrícolas e industriales.
En México su disponibilidad genera diferentes grados de presión en las regiones hidrológico-administrativas, como lo reporta la Comisión Nacional del Agua. El grado de presión sobre los recursos hídricos (GPRH) se refiere al porcentaje del agua renovable disponible que es destinada a los usos consuntivos (Tabla 1).
El grado de presión sobre los recursos hídricos va de alto a muy alto desde la parte centro y hacia el norte del país, mientras que la parte sur-sureste es una región sin estrés hídrico. A su vez, en la Península de Yucatán y la vertiente norte del Golfo de México el GPRH es bajo y medio respectivamente (Tabla 1 y Mapa 1).
En este sentido, según datos estadísticos, en nuestro país el sector agrícola ocupa entre el 70 y 80 % del agua dulce disponible, pero cada vez es más difícil cubrir los requerimientos, por el cambio en los patrones generales de precipitación; en 2022 México cerró con un estiaje que abarcó el 34 % del territorio nacional, teniendo graves repercusiones ambientales, sociales y económicas (http://bit.ly/3TTgz1k).
Lo anterior debe movernos a buscar un uso y manejo eficiente del agua. Para lograrlo, es necesario conocer el suelo y las características puntuales y precisas del clima de cada región, entre otros temas.
En el caso del suelo, es indispensable conocer sus parámetros hidrológicos y representarlos en mapas a escalas, preferentemente entre 1:20,000 y 1:10,000, para que la información sea de utilidad a nivel de parcela. Algunas de las propiedades del suelo a determinar son: contenido de agua en el suelo, tasa de infiltración, conductividad hidráulica y capacidad de retención del agua disponible (De Santa Olalla et al., 2005).
A su vez, para lograr captar, manejar, conservar y aprovechar adecuadamente este recurso se deben realizar investigaciones sobre el clima. Para esto, en primer lugar, es necesario contar con una amplia red agrometeorológica que funcione las 24 horas del día, los 365 días, y por más de 30 años. Con los datos de esta red meteorológica será posible realizar estudios detallados sobre patrones de distribución de lluvias, así como pronosticar eventos extremos con diferentes periodos de retorno, es decir, la probabilidad de que un mismo evento de lluvia vuelva a ocurrir después de cierto lapso de tiempo, por ejemplo, 5, 10, 15, 20 años, etc. (García-Oliva et al., 2017; Ramos et al., 2019).
Con información del suelo y los datos climáticos es posible gestionar adecuadamente el agua para riego y evitar procesos de acumulación de sales y sodio (Almeida y Serralheiro., 2017). Al mismo tiempo, se pueden prevenir los efectos de los distintos tipos de erosión del suelo y la pérdida de nutrimentos en los sedimentos y el agua que fluye por escorrentía. De hecho, la pérdida de nutrimentos, en las zonas agrícolas, es una fuente no puntual que genera contaminación en los cuerpos de aguas continentales y del mar (Ramos et al., 2019).
Asimismo, para un uso eficiente del agua en los distritos de riego, es recomendable mejorar las técnicas de riego en los campos agrícolas, evitando el riego por inundación o agua rodada para no generar pérdidas de agua por evaporación o pérdidas por exceso de agua no aprovechable para el cultivo (De Santa Olalla et al., 2005).
También para su manejo, debe tenerse cuidado con la pérdida del recurso durante su transporte, ya que la canalización sin recubrimiento favorece pérdida de agua por infiltración, o bien puede perderse por fracturas en las redes hidráulicas (Exebio-García et al., 2007).
Por otro lado, para la sobreexplotación de los acuíferos es urgente implementar medidas para favorecer la infiltración en las zonas forestales, así como utilizar estrategias para el manejo eficiente tanto en zonas rurales como urbanas. En este sentido, Roja-Rabiela et al. (2009) señalan que en el México prehispánico las culturas nativas tenían amplios conocimientos sobre el agua y contaban con “pozos, presas, jagüeyes, drenajes, alcantarillas, albercas, desagües, sistemas de irrigación, compuertas, diques, acueductos, cisternas, fuentes, sistemas de captación de agua de lluvia, técnicas de control de avenidas, contención y retención de aguas”. Este conocimiento tradicional se debe recuperar y adaptar a las condiciones de cada región.
Finalmente, en la actualidad para el uso y manejo eficiente del agua debe darse una adecuada coordinación de esfuerzos entre gobierno, sociedad, sectores productivos y la academia (Pérez-Correa, 2014), ya que sin suelo y agua quedará comprometido el desarrollo económico, la salud y la soberanía alimentaria del país.
Referencias bibliográficas
- Almeida Machado R. M., Serralheiro R. P. 2017. Soil Salinity: Effect on Vegetable Crop Growth. Management Practices to Prevent and Mitigate Soil Salinization. Horticulturae. 3(2): 3-30
- Exebio-García A., Palacios-Vélez E., Mejía-Saen E., Ruiz-Carmona V. 2005. Metodología para estimar pérdidas por infiltración en canales de tierra. Terra Latinoamericana. 23 (2): 213-223.
- De Santa Olalla M. F. M., López F. P., Calera B. A. (Coordinadores). 2005. Agua y Agronomía. Mundi Prensa. España. 602 pp.
- García-Oliva F., Ezcurra E., Galicia L. 2017. Pattern of Rainfall Distribution in the Central Pacific Coast of Mexico, Geografiska Annaler: Series A, Physical Geography,. 73:3-4, 179-186, DOI: 10.1080/04353676.1991.11880343
- IPCC. 2013. Synthesis report of the IPCC. Sixth assessment report (AR6). Revisado 27/03/2023 https://report.ipcc.ch/ar6syr/pdf/IPCC_AR6_SYR_SPM.pdf
- Pérez-Correa F (Coordinador). 2014. Gestión pública y social del agua en México. Secretaria de Desarrollo Institucional, UNAM. México. 154 pp.
- Ramos M.C., Lizaga I., Gaspar L., Quijano L., Navas A. 2019. Effects of rainfall intensity and slope on sediment, nitrogen and phosphorous losses in soils with different use and soil hydrological properties. Agricultural Water Management. 226: 105789.
- Rojas-Rabiela T., Martínez Ruiz J. L. y Murillo Licea D. 2009. Cultura hidráulica y simbolismo mesoamericano del agua en el México prehispánico. Instituto Mexicano de Tecnología del Agua, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. México. 145 pp.
Abel Ibáñez-Huerta es técnico académico titular en la Unidad Multidisciplinaria de Docencia e Investigación Juriquilla de la Facultad de Ciencias de la UNAM
abel.ibanez@ciencias.unam.mx
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “DESDE LA UNAM”, LA COLUMNA DE LA UNAM CAMPUS JURIQUILLA PARA LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/aula-magna/desde-la-unam/