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La fuerza narrativa de Miss Parker – Gonzalo Trinidad Valtierra

Su nombre es Dorothy Parker. A simple vista es como cualquier mujer; demasiado pálida para mi gusto; ni fea ni bonita. Prefiere la noche, los bares y las fiestas concurridas. Se halla en su elemento cuando la luz eléctrica apenas insinúa sin revelar demasiado el perfil de los invitados. Aborrece a los fanfarrones y los pomposos. Es inteligente, carismática, suspicaz, y, por mucho que se le niegue, se trata de una de las mejores cuentistas de todos los tiempos.

Miss Parker, famosa por sus poemas satíricos y consagrada en su obra narrativa, domina el humor, el sarcasmo y la burla. Sin embargo, este asunto del humor ha llegado a convertirse en un lugar común dado que se pretende englobar toda su obra bajo este único registro. Lo cierto es que hay aspectos ocultos en sus cuentos que requieren la paciencia del lector y la sutileza de la relectura para emerger con toda su potencia.

Porque en esto hay que ser claros: Miss Parker es una fuerza, en el sentido que Pessoa le confiere a esta palabra. Una fuerza capaz de subyugar al lector de forma espontánea con el propósito de apoderarse de su sensibilidad y dotarlo de una experiencia, la del arte supremo.

Con esto quiero decir que su sentido del humor, su crítica social y su ironía no son el único motivo por el cual volvemos, una y otra vez, sobre los cuentos que publicó entre 1925 y 1940. Hoy, compilados bajo el sello Debolsillo.

Leemos a Miss Parker, en primer lugar, porque es una fuerza narrativa en dominio de sus recursos literarios. Lo que más me sorprende de ella es la aparente sencillez con que desbroza sus historias. A veces tan solo recurre a una breve introducción y un diálogo, con muy pocas acotaciones. No necesita más. Es como si nos introdujera en la misma habitación donde hombres y mujeres interactúan con resultados desastrosos para su vida interior.

El lector se siente absorbido, como en una sala de teatro, por lo que ocurre en tan sólo unos minutos de lectura. Y cuando vuelve a ser consciente de su entorno, digamos su sillón favorito o el transporte público, cierra el libro y probablemente se pregunta, ¿hay algo mejor que esto?

A veces ella misma figura como protagonista de sus propios relatos. Episodios embarazosos que para más de una mujer deben resultar familiares. Encuentros con hombres frívolos, a quienes imagino de una piel tan blanca que permite ver sus corazones endurecidos y sus pésimas intenciones. Pero dejando de lado su buena costumbre de ponerse a ella misma en la picota, quizá el retrato descarnado de su época es lo que resulta tan atractivo de su obra, gracias a su capacidad de subyugarnos, para hacernos partícipes de su tiempo.

Miss Parker desmitifica al hombre blanco, lo muestra tal como es, falible, ridículo, impresionable y débil. Y coloca a las mujeres de las clases altas en situaciones comprometedoras para saber de qué están hechas, para observarlas en su entorno, rodeadas de otras almas cándidas, donde la fatuidad y la vanidad son el armamento preferido de las concursantes.

Incluso cuando sus cuentos no pretenden ser humorísticos, Miss Parker tiende a retratar con rasgos de comicidad muy finos, pero convincentes, el carácter moral de sus personajes. A pesar de ello, no es en el retrato, en el perfil de sus personajes, sino en el choque donde estos seres muestran su patetismo, a veces de forma vulgar y otras dando muestras de un refinado sentido del clasismo, el racismo y la autodestrucción.

Pongo por caso Mañana tengo un día horrible, un cuento que retrata el descenso de un oficinista al alcoholismo. Un hombre apresura una copa tras otra so pretexto de volver temprano a casa, para mañana debatirse con las obligaciones del trabajo, y en el proceso nos revela su incapacidad de contenerse. Uno sospecha que ese hombre lleva días de juerga y que perdió el empleo hace tiempo. No puede detenerse, y su dama de compañía no tiene ni idea del cartucho de pólvora con el que está jugando. Es más, ella sostiene el encendedor, mientas este apresura las copas. Miss Parker se deleita con un diálogo que contiene la tensión de todo el cuento.

Ahora hablemos de las mujeres; definitivamente juegan un papel crucial en los cuentos, no solo como protagonistas, sino como catalizadoras de un desajuste en la mente o el alma de sus contrapartes (hombres y mujeres). Están allí, y su presencia es señal de peligro. Pero también vienen a redondear el universo, donde siempre están en pugna dos opuestos, dos naturalezas irreconciliables que saltan de la página, casi siempre al final, chisporroteando.

En La Yegua, Miss Parker plantea el rechazo social de una pareja adinerada hacia una enfermera que se encarga de asistir durante un tiempo a la esposa que recién ha dado a luz. La pareja, y sobre todo el marido, no guardan por la enfermera ningún sentimiento bondadoso, agradecimiento o consideración alguna. Tan solo es una mujer fea, simplona y aburrida. Una bestia que no pertenece a su atmósfera. El marido apenas puede intercambiar palabra con la enfermera, y la esposa, confinada en casa, simplemente espera el día que por fin los deje solos en su paraíso.

En este cuento Miss Parker nos muestra cómo la neutralidad del narrador puede lograr más en términos del efecto que produce un cuento, que tomando parte por una pobre mujer incapaz de defenderse. Y el humor, aquí sí, es incómodo, pero efectivo en términos de la historia.

Hazel Morse, protagonista de Una rubia imponente, pieza consagrada en la Antología del cuento triste de Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs, es una muestra de la maestría con la que Miss Dorothy sabe retratar a sus personajes. Pocos resultan tan trágicos como esta rubia cuya constitución física es todo menos atractiva. Una mujer que va de un marido a otro hasta ver consagrada su vida al alcohol y la melancolía.

Muchos han querido ver a Miss Parker encarnada en Hazel Morse. No me atrevería a firmar tanto, pero sin duda la experiencia de la autora, sus problemas con el trago y sus fracasos amorosos, resuena en esta rubia imponente. Por lo que se refiere a la fuerza de este cuento, basta decir que leerlo tres veces es poco.

Vestir al desnudo y Nivel de vida son cuentos donde la condición de clase, la crueldad y el reclamo social comparten algunas páginas, sin volverse panfletarios. No es ningún secreto que la autora profesaba una postura de izquierda en favor de los derechos civiles de los negros. O que disfrutaba retratar a la clase pudiente como personas frívolas, ignorantes y vanidosas. Pero incluso cuando pone su pluma del lado de los negros, como en Vestir al desnudo, o de un par de secretarias, como en Nivel de vida, sabe que un cuento eficiente es un punto de vista que maximiza la tensión y minimiza la extensión. Y eso da como resultado pequeñas obras maestras del género.

Y es que Miss Parker, además del dominio sobre los diálogos y los perfiles psicológicos de sus personajes, tenía el don de colocar la voz del narrador en el punto de vista indicado, de acuerdo con el efecto que deseaba lograr.

Sabía de qué manera podría incomodar a sus lectores al abordar temas como el matrimonio en Corazón de natillas y El permiso maravilloso, sin caer en el catálogo de crueldades. Del mismo modo sabía entretener a través del divertimento, exponiendo situaciones al margen de las normas sociales, incómodas y plagadas de segundas intenciones, con una sutileza que, como ya se habrán imaginado, aprovecha todos los rasgos que hasta aquí hemos visto.

El cuento, que en inglés se conoce como short story, es un género iniciático para muchos autores que tienen la idea (equívoca por lo demás) de que allí, en unas cuantas páginas, pueden hacerse del andamiaje necesario para convertirse en novelistas.

Una vez conseguido cierto nivel de soltura o dominio, el escritor considera que está listo para saltar a las grandes ligas, entiéndase la novela. Hay quienes, por falta de conocimiento o por arrogancia, evaden esta primera etapa formativa y comienzan a escribir novelas incluso a temprana edad. Son los pocos. Y es muy fácil identificar esas novelas inspiradas, escritas al margen de cualquier disciplina: diálogos flojos que parecen interminables, escenarios plagados de detalles inservibles, argumentos endebles que dependen de la intervención divina para no derrumbarse a medio camino.

El cuento parece así un pasaje ritual para quienes aspiran a la experiencia totalizadora de la novela. Un paradero donde el autor adquiere los instrumentos que vienen a ser como el cincel del escultor. Y es precisamente en la práctica de sus facultades narrativas donde aprenden tal vez lo más importante: cargar del mayor sentido posible la frase en el menor número de palabras. Lo que de otra forma se conoce como economía del lenguaje, y que en realidad es una alquimia. Con un libro o dos a cuestas, estos autores deciden emprender la abrumadora tarea de pergeñar su primera novela. Y se olvidan, salvo en periodos de sequía más o menos prolongados, que existe el cuento.

Miss Parker es de otra estirpe. Ella, como muchos narradores consagrados, decidió instalarse de forma permanente a las orillas de este caudaloso río llamado el cuento. Intercalaba el oficio de la ficción con la escritura de artículos periodísticos, críticas literarias y guiones de cine. El interés económico de un bestseller nunca significó nada para ella. Su veta cuentística se hallaba plena, y ya en dominio de sus recursos narrativos, produjo obras maestras del género.

Aun siendo capaz de crear una buena novela, no demostró el interés necesario, el esfuerzo inaudito. Hay quienes dirían que Miss Parker se conformó con lo mínimo. En eso tienen razón, porque el cuento es una forma de expresión que trata de reducir la realidad a unas cuantas páginas para profundizar en ella. Porque el cuentista es el buzo para quien el océano se reduce a una trinchera marina cuyo fondo busca desesperadamente. Dorothy Parker es de esta especie.

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Last modified: 11 abril, 2023
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