Ayer martes 11 de abril se realizó el segundo de los siete foros de parlamento abierto a cuya realización se comprometieron las comisiones unidas de Educación y de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Cámara de Diputados, para de esta manera escuchar las opiniones de los mexicanos en torno a la iniciativa de Ley General en Materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación (sic), que elaboró —desde su más profunda inspiración e ideología— la titular del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), María Elena Álvarez-Buylla Roces, y fue enviada a la Cámara baja por el primer mandatario en diciembre pasado.
Estos foros fueron necesarios por la trascendencia que tienen estas actividades para el desarrollo de nuestro país, pero también porque la directora del Conacyt elaboró la propuesta sólo en la compañía de su ideología, resentimientos y prejuicios, como ya se dijo; sin consultar jamás a nadie, ni siquiera a la comunidad académica ni científica de la que ella alguna vez formó parte; y cuando organizó foros de consulta a modo, con la única intención de legitimar su escrito, ignoró todas las opiniones que alertaban desde el inicio acerca de los innumerables riesgos que su iniciativa presenta para la investigación científica, el desarrollo tecnológico y la consolidación de una cultura de la innovación en México.
Esta cerrazón extrema de parte de la bióloga Álvarez-Buylla se ha replicado entre los integrantes de la fracción parlamentaria mayoritaria en las dos comisiones convocantes a los foros. El inicial, llevado a cabo el pasado 29 de marzo, y el segundo de ayer se convirtieron en la confluencia de dos monólogos separados por años luz, que sólo son escuchados selectivamente y no cumplen con la función de dialogar, debatir las ideas, corregir y mejorar la pieza legislativa de la que dependerá el futuro de nuestros descendientes y de los recursos naturales de la nación.
Aunque bajo ninguna circunstancia debemos permitir que se viole el principio de la presunción de inocencia y cualquier acusación debe respaldarse con evidencia, es entendible que en el sistema nacional de ciencia y tecnología de México se hayan generado vicios durante los cincuenta años que lleva funcionando el Conacyt; y que estos lastres deben erradicarse cuanto antes para que la investigación científica, la generación de tecnología y su transferencia al mercado se vuelvan más eficientes y efectivas, y con ello mejore la calidad de vida de los mexicanos.
Sin embargo, en la iniciativa oficial amplias fracciones de la comunidad académica han encontrado riesgos muy importantes para el derrotero de nuestra nación. Entre otros, la propuesta emanada de la directora del Conacyt busca prohibir el establecimiento de mecanismos de financiamiento distintos a la asignación fiscal, y con ello condena al fracaso a la investigación científica y al desarrollo tecnológico. Actualmente, la realización de ciencia de frontera sólo es posible gracias a la concurrencia multinacional, y de financiamiento público y privado —CERN, Colaboración LIGO-Virgo, Programa del Horizonte de Eventos, Programa Artemisa—.
También elimina en la práctica la renovación del recurso humano altamente especializado que requerirá nuestro país en los años por venir, pues supedita la asignación para becas de posgrado a la suficiencia presupuestaria. Es fácil presagiar que el gobierno federal siempre encontrará otras prioridades que consumirán el recurso asignado a la formación de talento, y con ello privará a nuestra sociedad y economía del recambio generacional calificado que requiere.
Con la falta de armonización en el otorgamiento de los derechos patrimoniales de la propiedad industrial se desincentiva por completo la colaboración de la iniciativa privada en el desarrollo de tecnología. De esta forma, se retrocede en los esfuerzos por aumentar la cultura innovadora entre la planta productiva de México. Con este retroceso, nuestra economía seguirá siendo de simple maquila. A pesar de todos estos riesgos, la iniciativa oficial podría aprobarse por mayoría simple, incluso esta misma semana, y si eso sucede México verdaderamente se enfilará hacia el despeñadero.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.