Una de las principales ventajas en la guerra es la sorpresa, y esta puede alcanzarse a menudo si el enemigo no es capaz de ver oportunamente a su oponente. Para lograr lo anterior es necesario esconderse, lo que esencialmente significa volverse invisible para la contraparte. Bajo esta lógica surgieron los primeros uniformes militares camuflados, los del típico color verde militar, que funcionaron mientras las batallas se libraban en zonas boscosas o selváticas, pero que resultaron totalmente inútiles cuando la belicosidad llegaba a zonas áridas, en las que el entorno se volvía pardo. Al volverse visibles, los soldados debieron mudar sus prendas olivo por otras con tonos marrones y beiges, hasta que las mirillas de los rifles alcanzaron suficiente resolución para distinguir a las figuras humanas de sus alrededores. Fue entonces necesario el agregar patrones a los uniformes, con formas redondeadas y mezclas de tonos similares, ya fueran verdosos o marrones.
La carrera, por supuesto, no terminó ahí, ya que los patrones fueron evolucionando en formas, distribución y coloración, conforme las técnicas de visión también mejoraron. Ahora es común ver a soldados con uniformes hechos de telas impresas con patrones fractales, que reproducen las figuras en todas las escalas y con ello —se supone— engañan no sólo al ojo humano, que es bastante deficiente a estas alturas, sino a los sistemas de reconocimiento de patrones, cuyos sofisticados algoritmos numéricos pueden discernir entre las formas geométricas regulares y las completamente azarosas que suele tener la naturaleza. El asunto de camuflaje no se restringe a las tropas de infantería, ahora se traslada a otros entornos, como el caprichoso oleaje del mar abierto, o el inexpugnable cielo que surcan las aeronaves y que visto desde tierra parece de una uniformidad perfecta, incluso en medio de sus características tonalidades azuladas y blanquecinas.
Pero aún en estos campos visuales tan homogéneos la tecnología ha podido penetrar con los radares, sonares o detectores de la radiación reflejada. Los modernos sensores de radiación infrarroja son capaces de generar mapas de calor que posteriormente pueden ser coloreados artificialmente mediante programas de cómputo y delatar así a gran distancia a los tanques o acorazados cubiertos con todo tipo de disfraces militares. Tampoco el cielo o el mar quedan a salvo, pues los materiales metálicos de las naves reflejan porciones de la luz que reciben y estos reflejos pueden ser captados por los modernos y sensibles detectores.
A medida que mejoran los equipos de detección, también lo hacen las técnicas de camuflaje, y viceversa; ambos incorporando todo el conocimiento que hay al alcance. Entre las tecnologías de camuflaje más actuales se encuentran las modernas telas hechas con polímeros salpicados de estructuras y materiales diversos. Uno de estos tejidos en desarrollo, que está pensado para fabricar cubiertas, contiene delgadas hojuelas metálicas de unos cuantos micrómetros de espesor y diámetro, arrugadas caprichosamente con el propósito de difuminar omnidireccionalmente el calor emanado por la fuente escondida —arma, vehículo o persona—, para con ello destruir su forma regular y reconocible por los sensores de calor. Otra tecnología de camuflaje, quizá incluso más sofisticada, considera la incorporación de lentes microscópicas, que en su conjunto provocan la interferencia destructiva de la radiación —visible o infrarroja— reflejada por el objeto oculto. El efecto neto a los ojos del buscador es prácticamente la ausencia de luz, materializando en gran medida la ilusión de invisibilidad tan largamente acariciada.
Pero si tales artilugios están dando buenos resultados para quien desea esconderse del contrincante, lo mismo sucede con el desarrollo de los sistemas de visión. Los ojos que habrán de ser capaces de observar a través de estas capas de invisibilidad se construyen con base en las modernas cámaras multi e hiper espectrales. Con capacidades cada vez más extremas en cuanto a su resolución, profundidad de campo y, sobre todo, alcance espectral, habrán de continuar con esta interminable carrera entre el que se quiere esconder y el que necesita encontrar.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.