Autoría de 6:12 pm #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito • One Comment

De la edulcorada corrupción – Víctor Roura

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Se dice que un acto de corrupción va en sentido contrario a la ley y a los regímenes morales establecidos en una sociedad, pero cuando esta corrupción se ha instaurado como normatividad en los avatares sociales la situación se modifica radicalmente al punto de mirarse, tal lastre, como parte natural del comportamiento ciudadano, como gravosamente ha ocurrido en México instalándose la corrupción como un factor necesario para el progreso social, acortándole su protervia incluso los propios magistrados de la justicia.

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Porque una cosa es desear que no haya corrupción y otra, muy distinta —y distante—, es que las bases se nieguen a dejarla morir: bastaría con saber que los empleados de Pemex, la mayoría, votaron a favor de la corrupción para no sentirse fuera de los privilegios (sinónimo de la palabra panvilegios) acumulados a lo largo de los años.

      Acérquese uno a cualquier alcaldía con el objetivo de realizar un aparente simple trámite burocrático y se entenderá que la vieja fórmula de la corrupción no es sencilla de erradicar nada más porque sí.

      Un conocido, propietario de un local en el mercado de La Merced, me cuenta que quiere llevar a cabo su papeleo de manera legal, creído del discurso obradorista acerca de que ya no hay corrupción en las instancias gubernamentales, que ese problema ya está superado, pero en la alcaldía correspondiente le ponen a él reparo y medio por adjudicarle un cambio de giro mirando, con descorazonamiento, cómo arreglan los burócratas con prontitud los trámites de los que, sin pensarlo dos veces, sueltan el dinero a cambio del apresuramiento en sus necesidades mercadológicas.

      —Yo, que quiero hacer las cosas como se debe, me obstaculizan el curso legal —me dice mi conocido, baja la cabeza, desilusionado, y me pide el favor que no mencione su nombre para no sufrir la consecuencia acostumbrada en estos tristes casos de la felonía del funcionariato, que trabajaba (y aún trabaja con el consentimiento de sus jefes que reparten ese dinero con las más altas autoridades de la alcaldía que fingen no estar enteradas de los bochornosos asuntos) precisamente bajo el manto del supremo poder  económico que, de antemano, cubría con prontitud al sujeto burocrático con un fino manto de impunidad con tal de apropiarse, a veces silenciosamente y otras tantas de manera ruidosa mas siempre acorazados de inmunidad, del dinero ajeno.

      Y ahí está todo ese llamado comercio informal para absorber dinero imposible de transparentar, o de por lo menos comprobar, porque en los trueques no hay sino intercambio, primero, de palabras y, segundo, de concreción financiera sin dejar ninguna huella de la transacción. Por eso el ambulantaje es un negocio formidable para ambas partes, tanto para uno como para otro, tanto para el que vende sin necesidad de los engorrosos trámites como para la autoridad que otorga el permiso a cambio de una cuota inmediatamente invisibilizada.

      Y la costumbre se ha vuelto una imperturbable regla burocrática, al grado de regirse aún hoy en día en estos tiempos de un supuesto feroz combate a la corrupción, esfuerzo legítimo sin duda de las cimeras autoridades, mas no apercibido, o no frecuentado, o sencillamente desechado, por las bases —sí, de alto rango en demasiados casos— renuentes a perder aquel magnífico privilegio de extraer dinero de manera sistemática sin acarrearse ninguna dificultad, o reacias —las bases— a participar en tal difuminación del soborno para no verse perjudicadas a sí mismas: el entramado secularmente fabricado —fabulado— no es una circunstancia etérea, su pragmatismo está armado —atado— de complejos entendimientos, ¡no en vano diversos congresistas, y no se diga de numerosos políticos con cargos de altura, saltan con desparpajada iracundia en defensa de corruptos o de corruptores (“si te metes con uno te metes con todos”, amenazó Santiago Creel al presidente de la República cuando a un panista le detectaron maniobras sucias en una alcaldía) alegando injustas “persecuciones” partidistas!

      No en balde los huelguistas de Notimex exigen 250 millones de pesos para solucionar no sólo el conflicto laboral que desataron con fines claramente de provecho económico sino para, de paso, resolver de una vez por todas, siendo trabajadores del Estado, sus problemas personales porque, vamos, ¡por algo eran empleados del gobierno!

Alejandra Urrea, líderesa del sindicato de Notimex, y Francisco Hernández Juárez, el eterno dirigente sindical de los telefonistas

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Carlos Fernández Vega, en su columna jornalera “México SA” del pasado miércoles 17 de mayo, apuntó al final de su disertación, en la breve sección intitulada “Las rebanadas del pastel” a propósito de esta insania corruptora: “Como si fuera la flor más bella del ejido, Adriana Urrea fue recibida por Luisa María Alcalde y Jesús Ramírez en las instalaciones de la Secretaría del Trabajo. Claro, entre ellos se entienden. Y tienen razón de ser, porque esa tercia artificialmente prolongó la huelga en la agencia de noticias del Estado mexicano hasta reventarla. Ahora pide multimillonaria cantidad y, de pasadita, que no desaparezca la institución para que quede bajo su control. ¿Y su nieve?”

      Se entiende que los huelguistas quieren para sí nada menos que la humilde cantidad de  250 millones de pesos, por lo que el periodista Luis Guillermo Hernández, enterado de esta petición millonaria, suscribió en un tuit el mismo 17 de mayo: “Que los angelitos del $indicato corruptísimo que destruyó Notimex pide por indemnizaciones… ¡250 millones de pesos¡ [además de exigir] no al cierre de la gallina de los huevos de oro… ¿Cederán Jesús Ramírez Cuevas y Luisa Alcalde?”

      Si trabajaban en el gobierno se sienten con el derecho, porque así se acostumbró en el pasado (los beneficios que otorgaba el Estado eran, son, insondablemente benignos, cómo no), en efecto de agenciarse —sobre todo si laboraban en una agencia de noticias— una exquisita y rebosante rebanada del acaudalado pastel, creídos los huelguistas de tener la razón de su lado. Por algo no dejaron de injuriar, agraviar, insultar, socavar a los que, por una u otra razón, no estaban de su parte. ¡Tamaños desahogos provenientes de victimarios con el atuendo de periodistas, es decir de supuesta inteligencia!

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López Obrador, hasta este momento, ha sido el único político que los ha enfrentado —a los periodistas de distinta índole y procedencia— a veces, ciertamente, con la brújula desorientada: por ejemplo, el jueves 18 de mayo dijo en su mañanera a los reporteros que lo acompañaban en su conferencia matutina que debían “vender su trabajo, no su conciencia”, que en principio, y por principios, es un aforismo incuestionable, mas inválido en la práctica misma del ejercicio periodístico.

      Y exhibo tres perlas al respecto:

      Una) cuando una vez no acepté el sobre amarillo, retacado de billetes, que me ofrecía un jefe de Comunicación Social durante un festival estatal, al salir yo indemne de aquella venal propuesta, ¿quién cree el lector o lectora que me sacudieron con vileza por mi honorabilidad?

      Sí, el propio gremio.

      Los colegas, una decena, que esperaba su soborno o ya lo había recibido, me injuriaron de este modo:

      —¡Pendejo, te crees muy puro, si no lo querías nos lo hubieras compartido!

      Dos) cuando fui echado de La Jornada por Carlos Payán Velver, siendo yo uno de los fundadores de ese diario, justamente por no vender mi conciencia, por no prestarme a los favoritismos que el entonces director de ese periódico me quería obligar a hacer todos los días (hablar  maravillas un día sí y el otro también  de la mafia cultural), simplemente me expulsó de su Paraíso con la aprobación colectiva del consejo editorial quedando, hasta la fecha, excluido mi nombre de ese medio, castigo que al día de hoy se sigue cumpliendo con rigor periodístico al resaltar mi inexistencia escritural.

      Tres) cuando Manuel Arroyo compró el periódico El Financiero, todos los empleados le dieron, calurosos, la bienvenida, excepto yo, que lo cuestioné acerca del manejo que le daría al diario, respondiéndome que él no se metería en algo que no conocía, pero desde un principio, con un bufete de “expertos” periodistas contratado por el empresario, ese medio se encaminó hacia un rumbo declaradamente gobiernista retirándome con prontitud de dicha empresa luego de haber laborado en ella durante un cuarto de siglo, dándome menos de 350 mil pesos de finiquito por los 25 años trabajados ahí en la sección cultural. No faltó quien me tratara de tontuelo por no haber aceptado mi salario, a petición del nuevo director Enrique Quintana,  a cambio de una colaboración semanal… pero yo no vendo mi conciencia periodística por unos cuantos billetes, lo que me hizo caminar en una ruta independiente al fundar, después, dos periódicos de cultura, el primero de los cuales (De Largo Aliento, en 2014), engañado por el inversionista, me hizo endeudarme por más de medio millón de pesos recurriendo, porque no tuve otro camino, a la venta de 4,000 libros de mi adorada biblioteca (a 100 pesos cada título, muchos de ellos autografiados y ediciones príncipe). Nadie me extendió la mano financieramente.

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Dada la situación aceptada de la fenomenología del soborno, contemplada como normativa natural del mexicano, más de la mitrad de los periodistas se quedarían sin fuente pecuniaria si sólo vendieran su trabajo, porque en los medios el paquete va completo.

      Yo no aplaudo esta rentable manifestación, mas no significa que no esté enterado de la transacción academicista, es decir uniformadora e invariable, en los compromisos laborales.

      Y acaso no queriendo innumerables periodistas, que se ostentan incluso como izquierdistas, tienen tan arraigada muy dentro de sí la clave corruptora que disculpan, no percatándose del todo, a los que transigen con la recta moralidad. Los ejemplos sobran, pero expongo dos muestras periodísticas de innegable alteración en su porfiado  discurso de supuesta probidad: la huelga en Notimex y el sonado —y sobado— desliz deportivo de las nadadoras donde, en ambos casos, se halla entrampado el andamiaje de la corrupción, que exculpan con prontitud distintos periodistas para favorecer a los implicados en estos pantanosos entretelones sociales.

      ¿Lo que se busca es esfumar el ámbito corruptor de manera íntegra o sólo de modo sesgado?

      Conozco a numerosos periodistas que hablan pestes de la empresa mediática en la cual laboraban, pero son enfáticamente indulgentes con el plantel que ahora los acaba de acoger beneficiándolos quincenalmente.

      Pese a tal mezquindad, o a tal contingencia, aún continúo escribiendo del brazo de mis ideas.

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LALUPA.MX

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Last modified: 31 mayo, 2023
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