Autoría de 1:57 pm #Opinión, Compañeros canes

El mar – Enrique I. Castillo

El mar atrae por su promesa de abismos, porque adentrarse en él significa enfrentarse a lo inconmensurable, lo desconocido. Frente al mar se nos revela la pasta de la que estamos hechos. Sus profundidades inhóspitas –y sus monstruos– son comparables a las profundidades del alma humana.

Sobre esto charlaba hace tiempo con Gonzalo Trinidad Valtierra, en ocasión de un texto que escribió sobre Rimski-Kórsakov y sus travesías como marinero. No sólo al músico ruso le ha atraído con fuerza el mar. De sobra conocemos los ejemplos literarios: Melville y su ballena inmortal, Hemingway y el viejo pescador, Víctor Hugo y su libro Los trabajadores del mar, las aventuras escritas por Emilio Salgari, Jack London y su Lobo de mar, las crónicas de vida de Joseph Conrad en El espejo del mar, Rafael Bernal y sus piratas en Gente de mar o Los piratas del Golfo de Vicente Riva Palacio. Por supuesto, nos queda el gran viaje de Odiseo, relatado por Homero.

Pero, además de estos autores, hay uno que, a través de la observación científica, logró crear un libro de belleza y calidad literaria sorprendentes. Un hombre que, además, estaba convencido de que la literatura era una actividad fútil; para quien los caminos de la imaginación sólo conducían a la pérdida de tiempo.

A sus 57 años, Jules Michelet (1798-1874) había sido reconocido como el historiador más importante de Francia en el siglo XIX. La mayor parte de su vida la ocupó en escribir su Historia de Francia. Aunque para 1857 su posición e ingresos menguaban. Fue entonces que se casó (su segundo matrimonio) con una admiradora suya que tenía veinte años de edad: Athénaïs Mialaret. La juventud de Athénaïs influyó para que Michelet prestara atención a cuestiones que no tenía tan presentes, como la naturaleza. Durante algún tiempo la pareja cambió de hogar con frecuencia, sin planearlo fijaban su residencia en lugares cercanos al mar.

Jules Michelet

Con esa visión renovada, y el mar como constante en su vida, Jules Michelet se dedicó a consultar estudios científicos y revistas especializadas porque, a pesar de sus nuevos bríos, seguía considerando que una novela no aportaría mucho para el proyecto que traía entre manos. El resultado fue El mar, libro publicado en 1861 en el que, a pesar de que el autor no lo pretendía, logró mezclar la observación científica con descripciones poéticas.

Sin ambages, Michelet nos dice al comienzo de su libro que frente al mar la primera impresión no es otra que el temor:

El agua, para cualquier ser terrestre, es el elemento no respirable, el elemento de la asfixia… No nos extrañemos si la enorme masa de agua que llamamos el mar, desconocida y tenebrosa en su profundo espesor, siempre ha parecido temible a la imaginación humana.

Después de advertir al lector que ese primer enfrentamiento produce en el corazón humano un miedo atávico, Michelet desmenuza los elementos relacionados e inseparables del mar: las playas, los acantilados, los ríos marinos, las tempestades. De las enormes ballenas a los pequeños crustáceos y algas, el autor retrata a los seres que viven dentro del océano. No olvida hablar de las sirenas, que no trata como personajes mitológicos, sino como una raza que existió y se extinguió a causa del hombre. Tampoco deja atrás uno de los elementos indisolubles entre la navegación y la tierra: los faros.

Además, hace notar que, en el mar, la muerte se transforma en inicio de otra vida con velocidad, no hay cuerpos que duren en descomposición porque aquellos restos sirven para alimentar y dar aliento a nuevos seres. Ese sustento se acumula en la parte viscosa y blanca que puede observarse flotando en mar abierto. Jules Michelet llama a eso el mar de leche, el que constantemente origina vida. Después de leer El mar pensé que tal vez aquella charla con Gonzalo no estaba tan errada. Nuestras vidas finitas sólo pueden llegar a imaginar la inmortalidad cuando están frente a ese desierto de agua imperecedero. El hombre siente inquietud y atracción por el mar porque, instintivamente, quiere volver a donde todo comenzó. Va en busca de la vida que es, en realidad, el abismo más grande de todos.

“… en el mar, la muerte se transforma en inicio de otra vida con velocidad, no hay cuerpos que duren en descomposición porque aquellos restos sirven para alimentar y dar aliento a nuevos seres”.

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Last modified: 15 junio, 2023
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