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Durante su conferencia matutina del 26 de junio, el presidente López Obrador dijo no estar de acuerdo con los contenidos de temas musicales que enaltecen el consumo de drogas, así como el uso de armas y la admiración por narcotraficantes, enfatizando su crítica al subrayar:
—¡No nos vamos a quedar callados!
Ciertamente no se adentraba a un debate nuevo, pero sí era el primer mandatario en hablar sobre ello, porque la circunstancia musical lleva ya décadas realizándose bajo el exitoso consumo comercial de las canciones administrado, de un lado, por la industria discográfica (ahora sonora, dado que los discos lentamente se van difuminando del mercado) y, del otro lado, patrocinado —el consumo— en diversas ocasiones por los mismos traficantes que, desde hace muchos años, han comprado los espacios para airear sus propios gustos musicales ensalzándose a sí mismos como protagonistas de sus hazañas o alentando a la gente a incorporarse en sus bandos relatando sus heroicidades no sólo promoviendo a los intérpretes de su preferencia sino también llevando a sus plazas a los artistas que desean tenerlos muy cerca suyo, como ha sucedido con numerosos ídolos que regresan de dichas audiciones privadas retacados de millones de pesos por ser favorecidos gracias, ¡ay!, a sus sinuosas gracias, de manera que estamos, siempre hemos estado, frente a un fenómeno consistente en un interesado intercambio de placeres: ¿no el propio Armando Guadiana, el candidato morenista que contendió por la gubernatura de Coahuila, pidió el voto de la juventud con la promesa, si ganaba, de concederles un concierto masivo de Peso Pluma, ese mismo al que ahora López Obrador comenta con acritud por sus piezas apologéticas de la violencia?
Sin embargo, este papel de la exaltación criminal no es nuevo al grado de haberse llevarse a cabo distintas mesas redondas sobre el caso con el riesgo para los participantes de ser tenidos en la mira por la red de los mercaderes de la ilegalidad.
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A principios del siglo XXI, en 2002, José Manuel Valenzuela (Baja California, 1954) publicaba su libro Jefe de jefes: corridos y narcocultura en México que ya previamente había ganado el Premio Casa de las Américas, una referencia bibliográfica monumental sobre el caso, en cuyo prólogo, entre otras varias cosas, apuntaba que “los ejes de la narcocultura” se habían convertido ya agentes “reconocibles para gran parte de la población en la medida en que la presencia social del narcotráfico se ha vuelto conspicua y afecta ámbitos cotidianos de la población”, que debido a esta condición “crecen los elementos asociados a una estrategia fallida definida desde el Estado para enfrentar al crimen organizado, generando mayor miedo y violencia”.
El sociólogo ya entonces hablaba con ironía de los “daños colaterales” propuestos por Felipe Calderón en un ensamblaje corruptor entablado entre los mercaderes de la ilegalidad con los personeros del gobierno panista, observación crítica, acaso no dicha con estas palabras, de Valenzuela desde hace más de veinte años, lo que viene a corroborar el viejo debate, subrayado por este acucioso investigador desde tiempos donde la memoria no es frecuentada: “Parece evidente que con la estrategia gubernamental de la llamada guerra contra el crimen organizado ha resultado más caro el caldo que las albóndigas —escribía en su prólogo José Manuel Valenzuela—. El corrido mantiene su función tradicional, como crónica, registro, referente axiológico, historia subalterna y recuento de asuntos de interés social que se cuentan cantando. Ahora resulta más evidente lo que destacábamos dos décadas atrás: mientras el narcotráfico posea presencia social, las historias, eventos y personajes emanados de sus entramados quedarán registrados en corridos populares. A pesar de las prohibiciones, los corridos seguirán contando la historia social de nuestro pueblo”.
El libro que yo tengo fue editado en 2014 por El Colegio de la Frontera Norte.
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El libro Jefe de jefes es, asimismo, el primero en abordar, para una accesible comprensión lectora, el diccionario común de los “términos utilizados en los narcocorridos” como animal bravo: “Arma o droga fuerte”; acetona: “Química o elemento que se utiliza para rebajar la potencia de la droga”; acostar: “Morir”; alacrán: “Variedad de cocaína”; arrancón: “Comienzo o principio de algo”; arreglado: “Superada la necesidad de droga / andar drogado” —y aquí sí está captada en su acepción narca el término supérame que la banda Firme utiliza de manera lingüística errada como ya olvídame o ya deja atrás la relación—; aterrizar en un veinte: “Lograr algo difícil”; atorar: “Detener”; bajador: “Asaltante”; borrego: “Variedad de marihuana”; burrero: “Encargado de transportar droga”; caldo de oso: “Bebida que se toma fría / heroína aplicada por la nariz”: cenar filete: “Correr con suerte, agasajo”; cocodrilo: “Persona que usa cocaína”; cosa prohibida: “Persona de respeto”; espejear: “Cuidarse la espalda”; gallazo: “Individuo bueno para algo”; guacho: “Soldado”; jalar: “Trabajar”; libreta: “Medida de peso equivalente a 454 gramos”; Los Pinos me dan su sombra: “Estar protegido por el poder presidencial”; farallón: “Salón de baile”; primo: “Cigarrillo de marihuana con cocaína”; pisto: “Bebida alcohólica”; plebe: “Niño”; quemar las patas del diablo: “Fumar marihuana”; rifar: “Concepto de importancia / poder contra cualquiera”; toropesado: “Persona de alto rango”; volar: “Desaparecer” zacatito: “Temer a algo” o zorrillo: “Policía federal de caminos” en un diccionario que hoy, no me cabe duda, Valenzuela podría aumentar al doble las entradas de su abecedario, con más de 250 definiciones en el volumen ya citado.
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Asimismo, el lunes 26 de junio en que López Obrador señalara esta circunstancia de los corridos exultadores de los narcos, del mismo modo enalteció lo que considera música “muy buena para jóvenes”, lo cual ejemplificó, gulp, con el tema —decenas de veces programado en La Mañanera— “Ya supérame”, interpretado por el grupo Firme.
Y continuó con el asunto el martes 27 de junio cuando López Obrador precisó lo dicho por él mismo el día anterior acerca de cierta música que promueve el consumo de drogas y enaltece la violencia: “Pueden seguir produciendo, cantando y difundiendo esa música libremente, pero tenemos derecho y la obligación de orientar a los jóvenes”, dijo, destacando que había “un amplio repertorio de canciones que no tienen que ver con las drogas ni con la violencia, sino con el amor”, con lo cual dio paso a que se escuchara, al final de su encuentro con reporteros en Palacio Nacional, el tema “No se va”, interpretado por la agrupación Frontera siendo ésta la primera canción de distintas recomendaciones (la segunda fue una pieza de Vivir Quintana) que el mandatario realizará a los jóvenes, según apuntara.
Confío en que la baraja sea variable, no nada más localizada en las rutas gruperas o raperas, que ahí, y que se me disculpe el arrebato melómano, no salimos de una invención lineal agotadamente imaginativa en numerosas ocasiones, sino se vaya por otros ilusorios, agoreros, rumbos musicales…
AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LA LUPA.MX
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