Una de las formas que tienen los investigadores de dilucidar los misterios del cerebro es observando casos en los que este órgano es dañado o deja de funcionar apropiadamente, comparando las diferencias entre el cerebro sano y el alterado, y contrastar el funcionamiento de ambos. Tal es el caso de un accidente laboral ocurrido hace 174 años, el cual se volvería un cimiento de la neurología moderna.
El sobreviviente de una explosión
Es el verano de 1848 en Nueva Inglaterra. Phineas P. Gage trabaja para los Ferrocarriles Rutland como capataz. El trabajo es pesado, pues el terreno es rocoso y debe ser dinamitado para dar paso a los nuevos rieles. El proceso requiere compactar la pólvora con una barra de fierro pesada. Pero algo sale mal, Gage se distrae y empieza a compactar antes de que sea seguro. De pronto salta una chispa y la carga de dinamita estalla. En la explosión, la barra de fierro perfora su mejilla izquierda, atraviesa la zona frontal del cerebro y traspasa la parte superior de su cráneo antes de continuar volando. Phineas Gage está en el suelo, aturdido, pero despierto.
No sólo sobrevivió, sino que pudo hablar a los pocos minutos, tomar una carreta hasta su hotel y ahí esperar paciente al doctor local. “Cuando llegué, Gage estaba sentado en una silla” –narra el médico–. “Mientras le examinaba la cabeza, Gage contaba a los mirones cómo había sucedido el accidente. (…) Estoy en condiciones de afirmar que en ningún momento advertí en él algún síntoma de irracionalidad”. El paciente sería dado de alta en menos de dos meses. Sin embargo, lo increíble del accidente no es nada comparado con el cambio extraordinario que se producirá en la personalidad de Gage.
Algo cambió en el capataz
Después de su tratamiento inicial, el seguimiento del caso fue tomado por el Dr. John Harlow. La narración de Harlow describe la sorprendente recuperación física de Gage, que podía ver, oír y palpar. Había perdido el ojo izquierdo, pero el derecho estaba intacto. Caminaba normal, movía las manos hábilmente y no presentaba alteraciones del lenguaje. Sin embargo, dice Harlow, se afectó “el equilibrio entre sus facultades intelectuales y sus inclinaciones animales”. Terminando la fase aguda de su lesión cerebral, Gage se volvió “impredecible, irreverente, dado a las expresiones más groseras, manifestaba poca o ninguna deferencia hacia su prójimo”.
Antes del accidente se lo consideraba “un personaje inteligente y hábil, muy persistente y enérgico en sus objetivos”. Su personalidad cambió tan drásticamente que apenas se podía reconocer. Lo despidieron poco después de que regresó al trabajo; el problema no estaba en capacidades físicas o habilidades para realizar su trabajo, sino en su carácter. Once años y medio después del accidente, Gage sufrió un cuadro epiléptico que desembocó en su muerte.
El tabú de las cortezas diferenciadas
Para entender por qué el caso de Gage se volvió un hito en la medicina, es importante remarcar que a principios del siglo XVIII la idea de que la corteza cerebral podía ser dividida en regiones que cumplían distintas funciones era defendida principalmente por partidarios de la frenología, una pseudociencia que media las hendiduras y protuberancias del cráneo pretendiendo predecir facultades como “la tendencia a asesinar”, “el talento poético” y “el deseo a poseer”. Eventualmente, se acumuló la evidencia de que los métodos frenológicos carecían de validez científica, y la defensa de la visión de la corteza diferenciada se volvió motivo de rechazo y burla en la comunidad científica en décadas posteriores.
Fue gracias a Phineas Gage, y a otros casos desafortunados como el suyo, que el mito de la corteza unitaria e indivisible sufrió el mismo destino que la frenología, permitiendo a los médicos e investigadores dilucidar el funcionamiento normal de diferentes partes del cerebro. Desde entonces, el área del cerebro afectada en el accidente, llamada la corteza prefrontal, ha recibido mucha atención a través de los años, y ahora se asocia con la planeación, el pensamiento abstracto, la resolución de problemas, planteamiento de estrategias, el manejo de las emociones y el autocontrol.
Una tragedia convertida en legado
Accidentes tan terribles como el que aquí contamos, aunque desafortunados, nos han permitido conocer más acerca de la extraordinaria función de nuestro cerebro, el cual es un órgano muy especial, pero un órgano al fin y al cabo. Aproximadamente 1.3 kg de masa húmeda de la cual emergen fenómenos como la consciencia y las emociones, que tanto definen nuestra personalidad. Estudiar su función ha ayudado a la humanidad a comprenderse a sí misma, sus motivaciones, sus peculiaridades y sus enfermedades.
Para saber más sobre este caso y cómo 160 años después del accidente un investigador llamado Ferrier lo convirtió en un ícono de la ciencia, te recomendamos esta lectura: Phineas Gage y el enigma del córtex prefrontal.
Fernando Josué Hidalgo Flores, Fernando Talavera Caro, Ricardo Alonso Echavarría Solana y Tonatiuh Munguía Villanueva estudian la maestría en ciencias (neurobiología) en la Escuela Nacional de Estudios Superiores Unidad Juriquilla, de la UNAM.
AQUI PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “DESDE LA UNAM”, LA COLUMNA DE LA UNAM, CAMPUS JURIQUILLA, PARA LALUPA.MX
https://lalupa.mx/category/aula-magna/desde-la-unam/