Para nadie es un secreto que la economía china se ha alimentado durante décadas de la ingeniería inversa, es decir, del uso ilegal de la propiedad industrial de otras naciones. En los años setenta y ochenta del siglo pasado, era común encontrar artículos made in China de toda índole, que resultaban copias de muy mala calidad de los productos originales, cuyos desarrolladores y fabricantes se encontraban en Norteamérica, Europa o los vecinos Japón, Taiwán y Corea del Sur. Con el paso de los años, sin embargo, la manufactura del gigante asiático fue refinando sus métodos de replicación; logró igualar la calidad de los artículos, al punto que comenzó a atraer la maquila de muchas compañías extranjeras, ofreciendo como principal atractivo su mano de obra barata.
Pero la evolución de estas prácticas de copiado no se detuvo y, en los lustros más recientes, la manufactura china ha superado notablemente a la de otras regiones. Esto aunado a su permisiva legislación en materia de propiedad intelectual, y al avance en el nivel de investigación y desarrollo interno, ha convertido a la República Popular de China en una seria amenaza para el resto de las economías del orbe; en particular, ha puesto en jaque la hegemonía de los Estados Unidos de América.
Aunque desde la administración Obama se contaba ya con información de inteligencia respecto de las prácticas de espionaje industrial que seguía China en suelo americano, fue en 2018 cuando la Oficina de Política Comercial y de Manufactura de la Casa Blanca dio a conocer el informe titulado How China’s Economic Aggression Threatens the Technologies and Intellectual Property of the United States and the World. Con este sustento, Washington lanzó su Iniciativa China, buscando detener el espionaje industrial chino, principalmente de aquellas tecnologías que impulsarán el crecimiento económico mundial.
Con base en los alarmantes hallazgos de que cerca del 80 % de los casos de espionaje industrial recibidos por el Departamento de Justicia estadounidense referían conductas que beneficiaban a Beijing, y que al menos un 60 % de los casos de robo de secretos industriales tenían algún nexo con el país oriental, la Iniciativa China implementó varias estrategias, entre estas algunas muy cuestionables, como las de investigar a “colectores no tradicionales”, por ejemplo: investigadores en laboratorios, universidades y compañías de la industria militar, que pudieran haber sido cooptados para transferir tecnologías contra los intereses de la Unión Americana; o instruir a científicos y universidades acerca de los riesgos potenciales de la libertad académica y la divulgación de sus investigaciones.
Como resultado, en los cuatro años que operó, la Iniciativa China acumuló dos decenas de casos en los que un número similar de académicos de ascendencia u origen chino fueron acusados injustamente de espionaje; la mayoría de ellos sólo por el hecho de mantener colaboración con sus contrapartes en el país oriental. Por supuesto, la mayoría de los jurados declararon inocentes a los inculpados, pero el daño de estigmatización que se hizo a los académicos de ascendencia asiática los impregnó indeleblemente ante sus colegas y empleadores.
El daño reputacional causado por la Iniciativa China ha sido profundo, pues, conforme al estudio Caught in the crossfire: Fears of Chinese–American scientists (Atrapados en el fuego cruzado: los temores de los científicos chino-estadounidenses), realizado por el Instituto Tecnológico de Massachussets y las universidades de Princeton y Harvard, más de un tercio de los entrevistados no se siente bienvenido en suelo norteamericano; el 72 % siente inseguridad, a dos terceras partes les preocupa tener colaboración con colegas chinos y el 86 % percibe más dificultades que hace cinco años para reclutar estudiantes asiáticos.
La Iniciativa China ha provocado una pérdida de talento especializado que ya representa un riesgo para la seguridad nacional estadounidense, pero al mismo tiempo ha abierto la puerta a la inmigración mexicana de académicos y estudiantes.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.