A fines de mayo del año en curso, en el municipio de Tecámac, en la zona conurbada del EdoMex con la CDMX, un sujeto arrojó a un perrito a un cazo con manteca ardiente, ocasionando una muerte tan terrible al animal que el hombre no sólo fue detenido y llevado a la cárcel sino condenado masivamente en México y allende sus fronteras.
Al realizar su acción, así lo informaron los medios, el asesino dijo al carnicero “te dejo un recuerdo, quiero que cierres tu carnicería”. Esta frase es enigmática… ¿se trata de un defensor de los derechos animales que está cansado de que los cerditos sean convertidos en chicharrón? O ¿será un vecino enojado por una carnicería que contamina el ambiente de su colonia? O, más bien y con mucha mayor probabilidad, ¿se tratará de una empleado de los diversos grupos criminales que cobran “derecho de piso” a los negocios al más puro estilo de las mafias sicilianas de ambos lados del Atlántico?
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Dicho acto, sin embargo, sólo es uno más de los eventos crueles que se realizan cotidianamente en la zona conurbada de la CDMX —una de las más grandes del mundo— y que van del asesinato por conflictos de tráfico y el robo en transporte público a la violación o el simple abandono de la ciudadanía.
La tristemente sobrepoblada Ciudad de México cada vez nos recuerda más al Universo 25 de Paul Calhoun, ese experimento donde el etólogo ofreció a cuatro parejas de ratas un espacio con guaridas, así como con agua y comida ilimitadas para que pudiesen vivir cinco mil roedores. Dicho experimento, repetido en varias ocasiones, mostró un hecho innegable: el hacinamiento es mortal: la población de ratas nunca superó los dos mil individuos, antes de hacerlo, se mataban unas a otras, se comían a las crías de las demás, se encerraban acicalándose y defendiendo su territorio de cualquier intruso. El Universo 25 de Calhoun mostró los terribles efectos del hacinamiento. Y eventos como el del asesino del perrito no dejan de recordarnos al experimento de Calhoun. Pero ya no son ratas las que ahí se asesinan sino seres humanos, hartos y desesperanzados. Parece que la sobrepoblación asociada a la cultura de la competencia —esa donde muy pocos llegan a ser el “número 1”, el “VIP” (Very Important People)— genera una cultura que minusvalora la vida humana y arruina a la sociedad.
Escribió Heidegger en su carta a Jean Beauffret de 1946 (habitualmente referida como Carta sobre el humanismo) que la humana era la única especie que podía perder su naturaleza y, en consecuencia, hacerse inhumana. Es por ello que no extraña que una jovencita, en el hospital donde era tratada, arroje a su recién nacido a la basura, que un sicario vacíe su arma en un desconocido simplemente por cometer una imprudencia automovilística o que una jovencita sea asesinada luego de ser secuestrada y violada.
La sociedad mexicana, así como muchas otras a lo largo y ancho de la tierra— muestra lo que ocurre cuando priva la confusión y la desesperanza, el abandono y la corrupción, la pobreza y la impunidad. Una sociedad abandonada a su suerte, sobreviviendo gracias a las migajas que el gobierno otorga, un gobierno que, desgraciadamente, contribuye de manera significativa a la degradación social… y con esto no me refiero a que sus tres proyectos “bandera”: la refinería en Dos bocas, el Tren maya y el aeropuerto de Santa Lucía, marchan en la vía de la “tiranía transgeneracional” pues continúan con la forma de pensamiento propia del peor antropocentrismo extractivista, ese que niega la realidad del cambio climático y sostiene que la humanidad puede —y debe— continuar quemando combustibles fósiles y “explotando” (más bien depredando) la naturaleza. La administración actual nos recuerda también la manera como inició el totalitarismo nacionalsocialista. Al respecto no sobra recordar que el 10 de mayo de 1933 en Berlín y una veintena de ciudades alemanas, los nazis efectuaron quemas de libros de innumerables autores no sólo judíos sino de cualquier “emisario del pasado” que se opusiese a su ideología. Tarea, en esencia, vergonzosamente similar a la realizada en la sección ¿Quién es quién en las mentiras? Llevada cabo en las conferencias mañaneras de AMLO y donde el titular del ejecutivo aprovecha para denostar a todos aquellos que se atreven a cuestionar sus preceptos, desde periodistas hasta ecologistas o miembros de la Suprema corte de Justicia de la nación. Dado que opera con la lógica “o estás conmigo o estás contra mí”, la administración actual se encamina a lo que Hannah Arendt nos permitió reconocer como una de las cumbres de la persecución y la degradación social : el totalitarismo.
Mientras los mejores de los humanos del mundo luchan por mantener el petróleo en el subsuelo —como los jóvenes noruegos y holandeses que obligan a sus respectivos gobiernos a hacerlo—, por reforestar y refaunar (Rewilding) el entorno con el objeto de que la naturaleza recupere su capacidad para retener carbono —como ocurre en varias regiones de España y Portugal— o construyen o mejoran las vías férreas para que puedan circular trenes de alta velocidad que hagan innecesarios a los aviones, en resumen, mientras los mejores de los humanos hacen enormes esfuerzos para reducir su huella de carbono y contribuir al establecimiento de sociedades cada vez más ajustadas a los límites planetarios, la nuestra sigue operando bajo la “economía del Cowboy” (en contraposición a “la del astronauta”) denunciada por Kenneth Boulding desde los años 60 del siglo pasado:
[Denomino] a la economía abierta como la “economía del cowboy”, pues el cowboy es el símbolo de las llanuras ilimitadas y se asocia con la conducta derrochadora, explotadora, romántica y violenta, característica de las sociedades abiertas. La economía cerrada del futuro podría denominarse, de manera similar, como la “economía del astronauta”, en la cual la tierra se ha convertido en una única nave espacial, sin reserva ilimitada alguna, ni para la explotación ni para la contaminación, y en la que debemos encontrar nuestro lugar en un sistema ecológico cerrado el cual es capaz de una reproducción continua de los materiales, aunque no puede evitar la utilización de inputs de energía[1].
El extractivismo que la humanidad realiza de manera acelerada desde el siglo pasado ha llevado ya muy lejos los límites de la capacidad de carga de la tierra (Catton, 2010, p.51) y las consecuencias son ya evidentes: pérdida de la biodiversidad (lo que la ONU denominó “Sexta extinción masiva de las especies” en un acto realizado el 6 de mayo del 2019 donde se incluyó a un millón de ellas en la categoría de “en peligro de extinción), contaminación generalizada de aire, suelos y cuerpos de agua y, finalmente Cambio ambiental global, el cual ocasiona fenómenos hidrometeorológicos cada vez más intensos y frecuentes (en algunas regiones sequías, en otras inundaciones, en unas ondas de calor, en otras ondas gélidas, así como peores huracanes y tornados). El maravilloso equilibrio climático que habían logrado los ecosistemas de la tierra en los últimos milenios está siendo destruido por las acciones ecocidas de los humanos que viven en el Corporoceno.[2] Y esta constatación no es privativa de las naciones capitalistas neoliberales. En las socialistas es incluso peor pues sus dictadores realizan aún con mayor eficiencia la depredación, como puede apreciarse en el convenio establecido en el 2011 entre la petrolera norteamericana Exxon y la rusa Gazprom para explotar el petróleo del Ártico.[3] Otro ejemplo vergonzoso es la increíble desecación de aquél que fue uno de los mares más grandes de Europa, el Mar de Aral. Y todo ello para que la URSS se convirtiese en el puntero de la producción de algodón del mundo.[4] La industria del vestido, lo sabemos bien, es la segunda más depredadora de toda la tierra. Antes de terminar no puedo dejar de mencionar un elemento más de la creciente y flagrante degradación socioambiental: la contaminación acústica. En nuestro país, el ruido —sea de los negocios que durante el día pretenden hacerse notar—, sea de los antros o de las fiestas y reuniones que en ocasiones hasta altas horas de la madrugada —e incluso toda la noche— llena el espacio acústico —ellos lo llaman “música bailable”—, y obliga a todos sus vecinos a soportar sus francachelas. Un ruido que los alegres bailadores soportan simplemente porque o ya están sordos o porque los enervantes han anestesiado su audición. La contaminación acústica, a pesar de estar regulada en la ley, es habitualmente permitida gracias al contubernio de autoridades sobrepasadas o que hacen muy complicadas las denuncias. La contaminación por ruido es un vergonzoso flagelo de la sociedad mexicana, que acaba con la tranquilidad y el respeto al descanso de la ciudadanía.
En resumen, la humanidad actual no sólo se enfrenta a un fenómeno climático de El niño en este año. La crisis es socioambiental y, desgraciadamente, se incrementará en las décadas venideras. Un clima desequilibrado y un ambiente depredado en todos sus aspectos, será el vergonzoso legado de la humanidad actual a sus descendientes.
Cuernavaca, Morelos, 8 de julio de 2023.
[1] Boulding, 1966.
[2] Al respecto ver mi estudio El crimen perfecto. De cómo el Alien corporativo nos hizo víctimas y cómplices de la devastación de la tierra, Nandela, México, 2021.
[3] https://omal.info/spip.php?article77
[4] https://www.fundacionaquae.org/mar-de-aral-cronica-de-una-muerte-anunciada/amp/
[…] [Denomino] a la economía abierta como la “economía del cowboy”, pues el cowboy es el símbolo de las llanuras ilimitadas y se asocia con la conducta derrochadora, explotadora, romántica y violenta, característica de las sociedades abiertas. La economía cerrada del futuro podría denominarse, de manera similar, como la “economía del astronauta”, en la cual la tierra se ha convertido en una única nave espacial, sin reserva ilimitada alguna, ni para la explotación ni para la contaminación, y en la que debemos encontrar nuestro lugar en un sistema ecológico cerrado el cual es capaz de una reproducción continua de los materiales, aunque no puede evitar la utilización de inputs de energía[1]. […]