Fueron dos impactos que pusieron en “tela de juicio” la solidez ideológica y política en las filas de Morena, organización creada por el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
Dos golpes directos al corazón; uno en el ámbito local (en territorio queretano) y el otro de corte nacional, y que revelan la debilidad del movimiento y fortalece, al tiempo, la figura de su fundador como el más importante (o único) elemento de cohesión.
Rebelión legislativa
La semana que recién concluyó, cuatro de los cinco diputados con los que cuenta Morena en el Congreso queretano votaron a favor de la adquisición de un endeudamiento público del gobierno estatal por hasta 3 mil 300 millones de pesos para ejecutar obra pública.
Lo hicieron a contracorriente de la postura que públicamente sostuvo la dirigencia estatal de Morena, encabezada por su presidenta, Rufina Benítez Estrada, y que por escrito les hizo saber a diputadas y diputados.
“Se les hace el más atento llamado para regir su actuar y la toma de decisiones en consecuencia con los documentos y principios aludidos en líneas anteriores”, dice una carta que envió a los cinco.
¿Cuáles son estos principios? Los de “… establecer una democracia austera” y “… no seguir con la tendencia de contraer deuda pública”.
Cuatro de los cinco diputados morenistas (una de ellas no asistió a la sesión del pleno del Congreso local) hicieron caso omiso de la petición de la doctora Rufina y votaron a favor del endeudamiento.
Por esta acción, la presidenta morenista en Querétaro los amenazó (en un segundo escrito) con ser expulsados de su movimiento.
En respuesta, el coordinador de los diputados morenistas, el expriista Juan José Jiménez Yáñez, fue contundente al afirmar que “… no vamos a ser un obstáculo ni una oposición intransigente a los proyectos que benefician a Querétaro, principalmente a los más pobres, sólo porque quien gobierna es de un partido político distinto al nuestro”.
La discrepancia de cómo actuar queda muy clara. Aunque en ambas partes se podría entender que se esgrime la preferencia hacia el pueblo, el cómo hacerlo los separa: unos rechazan hacerlo con los partidos políticos “de derecha”. Los otros minimizan esta condición y priorizan el impacto de la acción.
Enojo colectivo
El otro golpe al corazón morenista lo propinó la aparición de Xóchitl Gálvez como potencial candidata presidencial de la oposición. Esa, la hidalguense irreverente y malhablada que con su pura presencia ha arrebatado al presidente mexicano y a sus seguidores varias de sus banderas políticas, comenzando con la de “primeros los pobres”.
La reacción, encabezada por López Obrador, fue descontrolada al inicio y furiosa conforme pasaron los días. El presidente percibió de inmediato que ella podría arrebatarle este tipo de banderas y, además, atraer a una buena parte de esa clase media que hace cinco años votó por él y le dio el triunfo.
Él y cinco de los seis aspirantes a sucederlo de Morena y sus aliados respondieron de manera muy parecida, con matices personales, pero en la misma línea: todos contra Xóchitl, endilgándole diversos epítetos y descalificaciones.
A la campaña se sumaron los caricaturistas del periódico La Jornada, algunos editorialistas y muchos de los reporteros asistentes a las conferencias matutinas del presidente.
No es cuestionable la postura política de todas y todos ellos. Lo cuestionable y hasta recomendable no seguir haciendo es centrar sus discursos y críticas hacia un personaje de la oposición en lugar de promover su propio plan político.
Debilidad
Los golpes fueron certeros, no sólo por lo aquí narrado (las respuestas furibundas y esquemáticas), sino porque mostraron que en Morena sí hay resquicios por donde se cuela la vulnerabilidad.
Claro, falta casi un año para la elección presidencial, tiempo suficiente para enmendar, aunque también es suficiente tiempo para que la oposición sepa cómo agrandar esas grietas abiertas en Morena.