Autoría de 11:11 pm #Opinión, Compañeros canes

El desconocido Raúl Rodríguez Cetina – Gonzalo Trinidad Valtierra

En este mundo tan profano/ quien muere limpio/ no ha sido humano…
Álvaro Carrillo

Raúl Rodríguez Cetina publicó El desconocido, su primera novela, en 1977. Tenía 24 años. Se trata de una narración punzocortante, detrás de la cual se intuye a un joven sagaz, ingenioso, con una mirada corrosiva dispuesta a desnudar la hipocresía a la sociedad conservadora de su natal Mérida (Yucatán), donde nació el 20 de noviembre de 1953.

Cetina aborda en El desconocido varios episodios que marcaron su vida temprana, la homosexualidad, la prostitución y el abuso sexual, cifrando su experiencia, dolorosa y traumática, en la figura y voz de Narveli, un adolescente neurótico.

Por momentos, el relato induce una atmósfera trágica, y uno piensa que ninguna redención es posible, que ha llegado la hora del escarnio; pero esta no es una novela trágica, es la historia de un “fichero tristón” que lucha por sobrevivir, procurando que su homosexualidad pase desapercibida entre sus paisanos.

Sin hacer hincapié en ello, se intuye esa atmósfera opresiva, homófoba y misógina, que el padre de Narveli —un alcohólico impotente sexual— enarbola en cada gesto, en cada palabra, en contra de su primogénito.

En cierto punto, el padre le espeta a su hijo estas palabras: “No te duermes todavía, cuidas a tu madre, ¿verdad?, no te olvides que estás en mi lista de enemigos”. Y así, el progenitor se convierte en esa figura anómala, monstruosa, que recorre la literatura mexicana. El padre que subyuga y lacera la propia vida que trajo a este mundo.

Atormentado por la culpa, el muchacho se entrega al placer de su manía onanista. Su desorden interior se expresa a través del insomnio, la adicción a los calmantes y una “siniestra repulsión” a las lagartijas que le recuerdan los poblados en medio de la selva a los que el maestro rural, su padre, lo arrastraba en sus delirios alcohólicos, antes de enviarlo al internado, donde precisamente comienza la novela.

Son las manías y los anhelos de Narveli lo que entrañan al personaje, convirtiéndolo en un ser de carne y hueso. Uno se pregunta si en ese delicado cuerpo cabe una gota más de culpa, otro palmo de angustia o una decepción más, causada por la indiferencia de su padre.

Con todo, la novela supera el catálogo de crueldades. Raúl Rodríguez Cetina no se conforma con señalar al desamparado — un muchacho hambriento de porvenir — revolcándose en el fango, sumergido en la abyección. Le da sentido y hondura al sufrimiento. Y, mucho más importante, nos dice por qué Narveli vive de la forma en que se nos muestra, por qué ama, por qué sufre y anhela, y por qué se vuelve un chichifo, cuando apenas raya en la adolescencia.

Es decir, el autor cumple con el deber del novelista. A pesar de ello, el devenir de su obra parece estar implícito en el título de su primera novela. Raúl Rodríguez Cetina sigue siendo un narrador desconocido para la gran mayoría de lectores. En su momento fue un paria, no tuvo el respaldo de las editoriales a las cuales propuso sus novelas, hasta que Fernando Valdés le abrió la puerta de su casa, Plaza y Valdés.

Toda la obra de Cetina — si no me equivoco — ha sido publicada por dicha editorial, siendo el último de sus libros una autobiografía que viene a completar lo dicho en El desconocido, bajo un título hermoso e imponente, El pasado me condena, publicado en 2009, el año de su muerte.

A pesar de que El desconocido precede por dos años la publicación de El vampiro de la colonia Roma (1979), con lo que vendría a ser una de las primeras novelas protagonizadas por un homosexual, si no es que la primera, esta obra no goza del prestigio ni cuenta con los lectores que en realidad merece.

Como señaló Ignacio Trejo Fuentes, en 2010, en una mesa-homenaje intitulada La autobiografía descarnada, Raúl “siempre estuvo acompañado de la sombra de la marginación: nadie lo conocía o nadie lo conoce”. De hecho, agregó, “se decepcionó de tantas cosas que en sus últimos años de su vida se dedicó nada más a escribir y beber. Murió a consecuencia de esto, por un infarto masivo. Lo terrible de esta historia es que fue descubierto en su departamento ocho días después de su muerte; el final de su vida parecía una novela escrita por él. Su cadáver estaba en el Servicio Médico Forense, mientras su amigo y editor Fernando Valdés realizaba los trámites para rescatarlo y averiguar qué hacer con él”.

Narveli — lo mismo se podría decir de Cetina — es un atormentado que, a pesar de las continuas frustraciones, encuentra la manera de sobrevivir. Arrima su ascua a la belleza: la música y la literatura. Hasta que, en cierto punto, Anlino, personaje que sirve de contrapunto, le enseña que “es sano entregarse a los hombres con dinero”; y no sólo es sano, sino conveniente y redituable.

A partir de lo cual la novela crece en intensidad y hondura. Narveli se convierte así en una sombra que pasea bajo los laureles del parque central, buscando clientes, intercambiando miradas, sintiendo a cada paso la angustia de ser una mercancía, exhibida en las bancas de hierro, para deleite de los extranjeros que le causan repulsión.

En una entrevista que Ricardo E. Tatto realizó para la revista Generación, en 2008, Cetina abundó en su experiencia como prostituto en Mérida. “En mi caso, yo era incapaz de provocar a alguien, siempre fui abordado, generalmente por turistas extranjeros que andaban en busca de carne fresca. Como verás, poco a poco me fui haciendo de un nicho específico, ya que noté el peculiar gusto que tenían por la juventud.”

Como ya lo habrá intuido más de uno, El desconocido también es una mirada a la antesala de lo que llegaría a convertirse, a finales del siglo XX y hasta la actualidad, en una industria sumamente lucrativa en los paraísos turísticos de Cancún y la Riviera Maya, las redes de trata que en años recientes han sido motivo del escrutinio periodístico.

A pesar de los intentos de difundir la narrativa de Cetina, algo se impone entre los lectores y su obra. La dificultad para conseguir sus libros tiene mucho que ver con esta impedimenta. Pero no se limita a este aspecto, fundamental, mas no determinante. Tal vez detrás de este abandono subyace el desprecio a un narrador que vivió como escribió, siempre al límite de su existencia. Enervado por la neurosis, aferrado como un náufrago a la literatura y el alcohol. Un autor corrosivo que supo descender por la médula espinal de su época, para ascender, de forma tortuosa, con algunos hallazgos sobre la mísera condición del ser humano.

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Last modified: 18 julio, 2023
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