Autoría de 11:38 am #Opinión, Víctor Roura - Oficio bonito

De las infamaciones en la vida pública – Víctor Roura

1

Un conocido intelectual me busca, airado, para reprocharme mi conducta ideológica ya que, sustenta con un dejo de pedantería, pareciera que jamás entendí el benigno, así lo dice, comportamiento del Ogro Filantrópico al haber patrocinado —el generoso monstruo— por casi siete décadas a los integrantes de la mafia cultural, precisamente ese grupo de creadores al que ahora el Sistema Público de Radiodifusión del Estado mexicano enarbola cotidianamente sin saber, sus autoridades, que de vivir hoy los que conformaban esta mafiosa banda cultural estarían, todos, igual de molestos, iracundos, al borde de un ataque de nervios ante la figura presidencial al no ser beneficiados fulgurantemente por el partido en el poder político.

      Me ha buscado este intelectual, asegura, para decirme que mi aislamiento cultural me lo tengo bien merecido al no gritar mi desacuerdo con el obradorismo al restarle dinero a los creadores artísticos para darlos el dinero a unos cuantos.

      —¿O acaso no sabes que con esos casi veinte millones de pesos que el gobierno capitalino da anualmente a la revista Chamuco por concepto de publicidad no lo hace para su sobrevivencia mediática, lo mismo que hacían los gobiernos en el pasado a tantas publicaciones con el consentimiento irrevocable del Señor Presidente de la República?

      Hace una pausa, luego de la cual prosigue, enfadado e imperturbable, su arenga contra mi proceder periodístico:

      —Ahora sólo se benefician unos pocos, a diferencia de los tiempos idos cuando a todos nos tocaba en cuanto lo solicitábamos, e incluso a los que se decían críticos del sistema, como Monsiváis, Sabines, El Fisgón, Fuentes, Paz, todos, esos mismos que ahora son ensalzados por la cúpula política. Si tú no recibiste ningún premio millonario, Roura, fue porque no lo pediste, pero no vengas en estos momentos a contarnos ingenuidades que si la democracia o los favoritismos, ¡por favor! ¿No algunos escritores de valía rechazaron tu invitación a escribir en Notimex porque serían censurados por el dictador que gobierna este país?, ¿no prefirieron huir de la crítica periodística desconfiando de tu aparente mesura anfitriona?, ¿no escribieron todos los denodados críticos del sistema en el periódico El Nacional de Salinas de Gortari porque había muchísimo dinero para compartir sin importarle a nadie de dónde proviniera dicha economía?, ¿oíste alguna sola queja sobre la distribución parcializada de los presupuestos asignados a la Cultura durante los periodos neoliberales de no ser porque cada año se quería más y más y más y más dinero para las satisfacciones propias?

      Su ira me conmueve, no su convenenciero, ni convencido, discurso sin duda apegado a los razonados convencionalismos de la mayoría de los hacedores del arte en México.

      Y me suelta lo que efectivamente me dijera el jefe de Comunicación Social de la Secretaría de Cultura comenzado el sexenio obradorista, cuando ya no recibí un solo anuncio de la administración morenista —aduciendo los nuevos funcionarios que nadie sabía quién carajos era Víctor Roura, que no podían darle publicidad a un desconocido aunque rebasara, ya, el millón de lectores en la web— dando por concluida la aparición de mi periódico cultural  La Digna Metáfora.

      —Nosotros siquiera te dábamos algo —me dijo ciertamente el ex funcionario priista—, pero éstos —refiriéndose a la administración obradorista— no te dan ni madres…

      No respondí entonces nada, ni respondí tampoco nada ahora: la anécdota era cierta, irrebatible, inexplicable, mas yo no la miro, aquella escena, con los ojos ardidos como desearían mis denostadores  que la contemplase.

2

El intelectual que me ha buscado no me concede razonamiento alguno en ningún momento, ha ido para aleccionarme, no para escuchar justificaciones.

      —Por eso la molestia de Xóchitl Gálvez —dice el reconocido intelectual cuyo nombre omito porque me lo ha pedido no en buenos términos—, porque el presidente, aprovechándose de su investidura, le ha sacado los trapitos al Sol que de otra manera hubieran pasado inadvertidos, y no se vale, que como dijera el docto Aguilar Camín el pasado ya está zanjado, nadie tiene ya que mirarlo. Juanga, ese divo que supo cómo hacerse ultramillonario con sus canciones comprando casas en Estados Unidos, como debía de ser, lo apuntó en una canción que José José, otro millonario excéntrico con propiedades en Norteamérica, pudo interpretar a la perfección: “Lo pasado, pasado”. ¡Esas lecciones debían ser prioritarias para cualquier gobernante, carajo!

      Me aterra su tono iracundo, pero lo dejo hablar (“y ay de ti, cabrón, si revelas mi nombre o esta conversación”, me advirtió mirándome directamente a los ojos)… porque en mi cabeza ya se estaba anidando este texto.

      —No en vano Hugo Hiriart dice que estás encabronado con los regímenes del pasado porque el Fonca no te dio ni una sola beca —se alegra el intelectual, pero ahí sí lo detengo en seco que esa es una patrañosa mentira porque yo jamás he pedido una beca como tampoco un premio, sin embargo el intelectual se alza de hombros valiéndole un pepino mi comentario—. Me vale madre tu opinión —dice—, yo le creo a Hiriart, y con eso me quedo.

      Esa retahíla de ampulosa falsedad, ciertamente, no ha dejado de circular por los pasillos de la cultura siendo un mezquino embuste de la falsía.

3

Infamar es un verbo transitivo, cuya función verbal “precisa de un sujeto que necesita pasar a otro objeto”, según la definición del diccionario, lo cual puntualiza la presencia de alguien más para poder llegar, el verbo, a su punto culminante: infamar es, por tanto, “ofender la fama, el honor o la dignidad de una persona”, ya que no se infama nunca uno mismo, ni los propios asesinos seriales lo hacen a sabiendas de que se han dedicado a matar a lo largo de mucho tiempo segando —interrumpiendo, truncando— vidas ajenas. Infamar es denigrar o desacreditar a otra persona, generalmente opuesta a los pareceres del que la objeta, contrariando con ello la costumbre del difamador, razón por la cual la ha convertido —a esta persona que no coincide con sus ideas— en una especie de enemigo personal, tal como ha sucedido en el sexenio obradorista con una oposición uniformada, perfectamente definida, socialmente  localizable, persistentemente atronadora contra la representación presidencial, como nunca antes había sucedido en la política nacional aunque se hayan evidenciado corruptelas discretas o descaradas a lo largo de casi nueve décadas si tomamos 1929 como el año de la fundación de lo que sería, a partir formalmente del 18 de enero de 1946, el Partido Revolucionario Institucional que ha tomado a México, al país completo, como un menú propio enriqueciendo, visiblemente, a una poderosa élite política aliada de numerosa estirpe voluntariamente colateralizada cuyos integrantes oscilan grandilocuentemente entre una caterva ciudadana de diversos oficiantes convertidos en una alianza leal a sí misma por múltiples intereses individualistas que, deseándolo o no, han configurado un séquito arrogante e indeleble: una oposición ahora sí ostentosamente manifiesta.

      Una contraparte política, francamente hostil, que no se oculta porque nada pierde con ello, a diferencia del pasado donde era necesaria, para cristalizar el apotegma de la libertad expresiva, la crítica de una notoria capa de creadores, sean éstos intelectuales, artistas, periodistas o académicos, siempre recompensados con puntual convergencia ya con premios, becas, prebendas, designaciones diplomáticas, acomodos en la enseñanza superior, proyecciones mediáticas, respaldos económicos, incluso de patentes apoyos personales, gente favorecida en sexenios anteriores que hoy exhiben palmariamente su repulsa a los actos de un gobierno que, por diferente, practica lineamientos no vertidos con anterioridad durante los gobiernos instalados en el poder político.

      De ahí los enfados, los vejámenes, los insultos, las ofensas, las infamaciones, nueva modalidad en los hábitos de una ciudadanía enfrentada a un quehacer distinto del uso de la política.

4

En 2019, para festejar su septuagésimo aniversario de vida cumplido un año antes, el panameño Rubén Blades dio a conocer su disco Paraiso Road Gang cuya segunda canción, intitulada “El País”, parecía estarse refiriendo a México por su contenido tan semejante a los sucesos perpetrados en el país: “Mi país nunca fue pobre, otros lo han empobrecido. Con sus palabras de cobre y por ellos aprendimos a negar lo que es posible. En mi tierra los ladrones usan corbatas de seda y, desde plásticas mansiones, se reparten lo que aún queda de pobrezas invisibles. En sus almas impermeables, el dolor de otro es obsceno. Con su lógica infranqueable, todo lo injustificable lo remiten a los cielos. Los domingos van a misa y en sus diarios se publican sus hipócritas sonrisas. Perdonados, hipotecan lo que no les pertenece y se casan entre ellos para crear a nuevos dueños que serán amamantados por unos senos trigueños que jamás son consultados. En sus palabras de acero y en sus almas impermeables, el que es pobre es responsable porque nació sin dinero. El dolor de otro es obsceno.
Con sus plásticas sonrisas y en sus domingos de hielo, estos dueños de mi tierra, de maldad enriquecidos, hipotecan a los cielos. El país nunca fue pobre, otros lo han empobrecido y somos todos responsables por haberles permitido el que eructen nuestros sueños donde compran si no vendes. Se derrota el que se vende. Te derrotan si te vendes. Nos derrotan si te vendes. Se derrota el que se vende”.

      Y la oposición mexicana contra la nueva política aplaude a raudales a Blades por considerarlo un compositor que desentraña los intríngulis discriminatorios de una élite acostumbrada a los satisfactores sociales provenientes del demasiado peculio; lo que no sabe esta fervorosa minoría privilegiada es que, asimismo, desenmascara al engrandecido que se vende al que Blades llama, irónicamente, “derrotado” pero que en la vida real se hacen pasar por indemnes victoriosos porque siempre el caudal monetario está de su lado.

      Uno entiende los férvidos aplausos de esta privilegiada élite del poder económico a artistas cúspide como Juanga, José José o Luismi por sus ambiciosas afinidades monetarias, ¿pero Rubén Blades? La misma población panameña, que lo vitorea en exceso, no votó por el cantante cuando fue candidato a la Presidencia de la República en 1994 convirtiéndose luego, en su máxima aspiración política, en ministro de Turismo de su país de 2004 a 2009 en el gabinete gubernamental del presidente Martín Torrijos.

      ¡Cuán complejo es escribir de estas contradicciones de la vida pública, de estas nefandeces, contrariedades, infamaciones de la vida pública, caray!

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE “OFICIO BONITO”, LA COLUMNA DE VÍCTOR ROURA PARA LALUPA.MX

https://lalupa.mx/category/las-plumas-de-la-lupa/victor-roura-oficio-bonito/

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Last modified: 24 julio, 2023
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