Autoría de 1:02 pm #Opinión, Jorge Díaz Ávila - Disonancias

¡Los marcianos llegaron ya! (I de II) – Jorge Díaz Ávila

Las recientes declaraciones de tres exmilitares estadounidenses ―David Grusch, Ryan Graves y David Fravor― sobre los indicios que, a título personal, expresaron conocer de presuntas pruebas de vida extraterrestre que el gobierno norteamericano resguarda y oculta de la opinión pública han desatado una euforia pocas veces vista en torno a los “habitantes de otros mundos”.

El tema, leitmotiv de la ciencia ficción y de innumerables obras literarias y cinematográficas, es también preocupación de la ciencia y, en el imaginario colectivo (Morin, 1960), fuente inagotable de teorías conspirativas y de presuntas explicaciones para aquello que aún no se comprende.

David Grusch, Ryan Graves y David Fravor.

De hecho, encarna una de las preocupaciones consustanciales de la condición humana: el temor a la amenaza, desconocida y externa, que pone en riesgo a nuestra especie vía dominación, hibridación, abducción o exterminio.

Actualmente y desde mediados del siglo pasado, la hipótesis de que otros seres pueblan el universo es también el dogma de pseudo religiones y credos que, incluso, han llevado al sacrificio colectivo de sus propios devotos, como el ocurrido el 26 de marzo de 1997 en San Diego, California, EE. UU. Conocido como el suicidio de Heaven’s Gate, sus 39 víctimas se inmolaron ingiriendo barbitúricos y vodka como requisito para ser “recogidos” por sus “hermanos extraterrestres”, que se aproximaron a la Tierra con el paso del cometa Hale-Bopp.

En este sentido, el padre de la psicología analítica, Carl Gustav Jung, formuló la teoría de que el hombre necesita de la fe para ser feliz, es por ello tal vez que, de manera generalizada, la humanidad cree que no somos los únicos en el universo.

No obstante, creer que “debe” haber vida en otros planetas (porque el universo es vasto y es egoísta pensar que somos los únicos) representa, además de un acto de fe, una suposición temeraria que se vuelve lugar común.

La búsqueda científica de vida extraterrestre

Los científicos han demostrado que tanto las cosas inertes como los seres vivos están compuestos de los mismos “ingredientes”, los cuales, más o menos, pueden reducirse a los elementos de la tabla periódica. La vida, no obstante, no ha podido explicarse. Ese hálito vital que surge desde el nacimiento y se extingue con la muerte es la diferencia entre el agua contenida en un organismo vivo y la que corre en un río.

No obstante, y dado que la Tierra comparte los mismos elementos químicos, es altamente probable que en otros planetas del infinito universo se hayan combinado de manera semejante, posibilitando la existencia de alguna forma de vida. El que dicha vida haya logrado evolucionar hasta una forma inteligente capaz de entrar en contacto con otras civilizaciones es un tema aparte.

En los años sesenta, Frank Drake, al frente del proyecto SETI (Search for extra terrestrial intelligence) planteó una ecuación a través de la cual podrían calcularse las civilizaciones que, hipotéticamente, pudieran existir únicamente en la galaxia de la que formamos parte: la Vía Láctea.

Acorde a la concepción de su fórmula, Drake estableció como condición que las civilizaciones teóricamente existentes deberían poseer cierto grado tecnológico que les permitiera emitir señales de radio detectables. Es decir, esta ecuación no contempla vida primitiva tipo bacteriana.

La resolución a esta ecuación no se ha formulado de manera fehaciente porque no existen datos suficientes. No obstante, las aproximaciones a su cálculo revelan un número ingente de posibles civilizaciones iguales o superiores a la nuestra, en nuestra misma galaxia.

La pregunta consecuente y natural sería: ¿Por qué no las hemos contactado?

Las barreras naturales que impiden el contacto

Otro científico –Enrico Fermi― planteó una hipótesis que explicaría parcialmente el por qué, aun cuando hay gran probabilidad de existencia de vida inteligente en el universo, no ha habido contacto: por la escala espacio-tiempo, cuando una civilización está surgiendo otra se extingue por sus propias causas (al desarrollar una tecnología con pleno potencial para la autodestrucción, como la nuestra).

Ante esta aparente contradicción (Drake vs. Fermi), Stephen Hawking (1942-2018), uno de los más importantes científicos contemporáneos, advirtió que a nuestra civilización le convendría no intentar establecer contacto con otras civilizaciones que muy posiblemente habiten el cosmos, dado que, si están más adelantadas que la nuestra (lo cual sería lógico si llegaran hasta acá o pudieran comunicarse) nos depredarían y arrasarían, como aquí en el planeta Tierra ha ocurrido repetidamente cuando una civilización tecnológicamente superior entra en contacto con otra inferior (el descubrimiento de América, por ejemplo).

Stephen Hawking.

Incluso, y dependiendo de su grado de avance, podrían no tener conciencia de nuestra existencia, o considerarla solamente como un instrumento para satisfacer alguna necesidad, más o menos como a los humanos nos importa la existencia de un hormiguero o panal cuando limpiamos un terreno para construir, o cuando arrasamos los árboles de la selva y la fauna que la habita al construir, digamos, un tren maya. Podríamos ser su alimento, tal como sucedió cuando exploradores europeos extinguieron a las aves dodo de las islas Mauricio en el siglo XVII.

Afortunadamente es muy posible que las distancias cósmicas del universo ―tanto en el tiempo como en el espacio― constituyan barreras naturales que impidan que inteligencias superiores destruyan y avasallen a otras con menor progreso tecnológico. Si bien en algún momento las barreras espaciales podrían superarse (es decir, que una civilización encuentre la forma de desplazarse por el cosmos de una manera más rápida que la luz), las barreras temporales impedirían que dos civilizaciones se encuentren (es decir, si acaso encuentran el planeta, estrella o galaxia donde hay otra inteligencia, al llegar esta ya habrá desaparecido, extinguiéndose en el transcurso de su propia historia).

Contradicciones de los “visitantes superiores”

Ante la vorágine de notas y comentarios derivados de las afirmaciones citadas al inicio de este texto, mismas que han servido para dar por hecho que extraterrestres nos visitan y han colisionado en la Tierra, dejando restos biológicos y tecnológicos que algunos gobiernos han recuperado con fines de investigación, conviene evocar algunos cuestionamientos que el cosmólogo y divulgador científico Carl Sagan (1934-1996) ―cocreador del proyecto SETI y coautor de las placas que las misiones Voyager I y II llevan como mensaje de la humanidad para la civilización extraterrestre que logre rescatarlas― planteó en su obra El mundo y sus demonios, publicada en 1995, como respuesta a la entonces “epidemia” de denuncias de “abuso sexual extraterrestre” suscitada en los Estados Unidos:

¿Por qué unos seres tan avanzados en física e ingeniería —que cruzan grandes distancias interestelares y atraviesan paredes como fantasmas— son tan atrasados en lo que respecta a la biología?

¿Por qué, si los extraterrestres intentan llevar sus asuntos en secreto, no eliminan perfectamente todos los recuerdos de las abducciones? ¿Demasiado difícil para ellos?

¿Por qué los instrumentos de examen son macroscópicos y recuerdan tanto a lo que podemos encontrar en el ambulatorio del barrio?

¿Por qué tomarse la molestia de repetidos encuentros sexuales entre extraterrestres y humanos?

¿Por qué no robar unos cuantos óvulos y esperma, leer todo el código genético entero y fabricar luego tantas copias como se quiera con las variaciones genéticas que se quiera?

Hasta nosotros, los humanos, que todavía no podemos cruzar rápidamente el espacio interestelar ni atravesar las paredes, podemos clonar células.

¿Cómo podríamos ser resultado, los humanos, de un programa de cría extraterrestre cuando compartimos el 99.6 % de genes activos con los chimpancés?

Nuestra relación con los chimpancés es más estrecha que la que hay entre ratas y ratones.

La preocupación por la reproducción en estas narraciones alza una bandera de advertencia, especialmente teniendo en cuenta el inestable equilibrio entre el impulso sexual y la represión social que ha caracterizado siempre a la condición humana, y el hecho de que vivimos en una época repleta de espantosos relatos, verdaderos y falsos, de abuso sexual de niños (Sagan, 1995).

Carl Sagan.

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Last modified: 18 agosto, 2023
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